MIGUEL BENLLOCH
Ärabes entrad estamos cansados de visigodos
El corazón de los fusiles siguió latiendo
Oh! deseo fin de todo anhelo
Ha sido con armas convencionales
Oh! mentira que me inventas
Gaza, cámara de gas, horca
MIRAR DE FRENTE
MIGUEL BENLLOCH
MIRAR DE FRENTE
No hay nada mäs generoso que bajar la voz para
därsela a otras personas. Esta actitud caracteriza
el trabajo de Miguel Benlloch y nos gustaría que
fuera también una seña de identidad del trabajo
que desarrollamos en CentroCentro. Un espacio
en el que se muestra una producción artística y cu-
ratorial diversa, en el que tienen cabida esas otras
formas de hacer, de pensar, de crear que no han sido
acogidas por las lecturas oficiales y que nos ayu-
dan a entender la Historia de modo más amplio.
La exposición Miguel Benlloch. Cuerpo conju-
gado, comisariada por Mar Villaespesa y Joaquín
Vázquez (BNV producciones), se presenta en
la planta 1 de CentroCentro desde el 14 de junio
hasta el 6 de octubre de 2019. Una exposición que
tuvo su primera versión en la muestra con el mis-
mo nombre que produjo el Instituto de la Cultura
y de las Artes de Sevilla (ICAS) y que se presentó
en la Sala Atín Aya de Sevilla el año pasado. En
CentroCentro, el proyecto toma otra dimensión
al ampliarse con la presentación del archivo-web
de Miguel Benlloch, gracias al trabajo tanto de
l+s comisarits, como de Charo Romero Donaire
e Inmaculada Salinas que han navegado a través
del mismo, dando estructura a su contenido. Este
proyecto desgrana a través de sus diferentes capas
la forma de hacer de Benlloch, para quien la vida
era política y la política vida.
Además, su mirada toma voz en esta publica-
ción en la que se compilan ensayos, conferencias,
pregones y artículos escritos entre 1983 y 2018.
Estos textos se convierten en altavoz de una
präctica que parte del ejercicio de mirar, de pres-
tar atención a algo, de tratar de entenderlo y, para
ello, de ponerse en el lugar de l+s otr+s; de ser, de
estar y de acompañar con la acción. Una práctica
que no se despega de la vida y que es, por el mero
hecho de existir, política.
Muchas gracias al Archivo de Miguel Ben-
lloch por su generosidad a la hora de ponerlo a
nuestra disposición, a Mar Villaespesa, Joaquín
Vázquez, Isaías Griñolo, Charo Romero Donaire,
Inmaculada Salinas y a los Hermanos Berenguer
por formar parte de este proyecto. A María Genis
del ICAS por iniciarlo y al equipo de Centro-
Centro por materializarlo. También a la familia
de Miguel Benlloch y a todas aquellas personas
que forman parte de esa red de afectos que rodea
a Miguel, siempre dispuestas a ayudar en lo que
haga falta.
SOLEDAD GUTIÉRREZ
DIRECTORA ARTÍSTICA
CENTROCENTRO
INDICE
Introducción
15
Canario
19
Acción en el género
23
Era 1987
37
Pósito, Posá, Exposición
47
Sonido ambiente
63
DERERUMNATURA.
Crónica de la enfermedad
y la sanación
81
Tránsito de lo sagrado
y lo profano.
Los Incensarios de Loja
en el Viernes Santo
97
Mirar de frente.
Los primeros movimientos
homosexuales
119
Consejo de guerra al placer
149
El doble caso
del general Kiessling
152
¡A la calle comediants!
155
28 de febrero:
cinco años después
158
Placeres prohibidos
163
INTRODUCCIÓN
Mirar de frente se publica con motivo de la exposi-
ción Miguel Benlloch. Cuerpo conjugado en Centro-
Centro. Esta nueva compilación de sus ensayos,
conferencias, pregones o artículos, escritos entre
1983 y 2018, completa otra anterior publicada bajo
el título 4caeció en Granada.
Mirar de frente toma el nombre del último en-
sayo que escribió Miguel y responde a la idea,
en diálogo con Soledad Gutierrez, de reunir tex-
tos inéditos o dispersos en publicaciones varias.
Si toda producción estética e invención lin-
gúística tiene su origen en la vida grupal, la obra
de Miguel Benlloch es un ejemplo de una crea-
ción que ha dependido de una auténtica vida co-
lectiva, de la vitalidad de las personas, los grupos
sociopolíticos y artísticos con los que se ha rela-
cionado. Los textos reunidos en este volumen
surgen a partir de encuentros afectivos y políti-
cos y fueron concebidos para acciones: «Cana-
rio» o «Dererumnatura»; colaboraciones en otras
15
publicaciones: «Sonido ambiente» o «Mirar de
frente»; pregones: «Tránsito de lo sagrado y lo
profano»; conferencias: «Acción en el género»;
artículos periodísticos: «Placeres prohibidos» o
«Consejo de guerra al placer».
Desde su militancia en el Movimiento Comu-
nista, en los Frentes Gay o en los movimientos
anti- OTAN, pasando por el trabajo como pro-
ductor, su obra se ha caracterizado por una opo-
sición continua a lo normativo. Según nos dijo:
«Hacemos agujeros para producir movimientos
en las estructuras del poder. Creamos galerías
para interconectar nuestros deseos. Producimos
tensión entre la comunidad y la jerarquía. Ser en
otros, bajar nuestra voz para que se oigan muchas
voces en ese común de la desidentificación».
Los textos aquí compilados están entrelazados
por un discurso poético, político, posfeminista y
trans; y sostenidos —además de por un deslum-
brante humor— por la vivencia de lo popular y las
teorías afines al paradigma queer.
Por medio de las acciones y de la escritura, en
muchos casos parte constituyente de las mismas,
Miguel Benlloch fue sellando desde muy tempra-
no su compromiso con otros cuerpos disnorma-
tivos, tullidos, migrantes, en tránsito, sin renta,
no rentables. Cuerpos excluidos que erosionan
las construcciones e identidades asentadas sobre
comportamientos duales: masculino-femenino,
activo-pasivo, productivo-improductivo, deseo-
amor, salud-enfermedad... Cuerpos diversos que
16
le permitieron internarse en procesos de decons-
trucciön de aquellas identidades que, como escri-
tor, activista, productor, performancero, hombre
o gay o trans... le eran asignadas. A partir de esta
resistencia siguió avanzando en un proyecto vital
y artístico, que fue y es político.
MAR VILLAESPESA Y JOAQUÍN VÁZQUEZ
17
CANARIO
(Canto de un canario)
Árabes entrad estamos cansados de visigodos
El corazón de los fusiles siguió latiendo
Oh! deseo fin de todo anhelo
Haití
Decapitación
No sabemos si siempre habrá poetas
Limpieza étnica
Siempre habrá policías
Llevo en mi propio cuerpo la memoria de ser
para otros
Diego Julián
Vigilad la fiera herida
Where is Bosnia?
No pienso arrugarme con los años
Haití
(Canto de un canario)
19
Nada me turba, nada me espanta
Somalia, Kurdistän, Azerbaiyän
Creo que ser inocentes es ser curiosos
Nadie conoce la magnitud de la tragedia
Violación, estado, isla Granada
¡Qué seas bueno!
Haití
Ha sido con armas convencionales
Oh! mentira que me inventas
Gaza, cámara de gas, horca
La esfera siempre ha estado imbuida de connota-
ciones espirituales
también la relación entre terrorismo y terrorismo
de estado
(Canto de un canario)
Xenofobia, extranjero, nación
Tan efusivo me siento de pronto para el amor y
la alabanza
como otro día para el desprecio y la enemistad
Haití
Tráfico de armas
Unir las islas
Te preocuparán ellos más que tú mismo
Tierra, piedra, Palestina
Limpieza étnica
Mestizo, América, África, Europa, Asia, Oceanía
La ciudad consume y produce activamente depó-
sitos geológicos y culturales
20
(Canto de un canario)
Haiti
Siempre me gusta oirte decir que me quieres
Una direcciön mäs adecuada al conocimiento
de los otros
Electric chair, garrote vil
Superpoblaciön
El hechicero daba la vuelta al tronco del árbol
y me preguntaba ¿Ves algo?
100%, Cuba
Pena de muerte
¿Consolida Yeltsin la democracia en Rusia?
Haití
Musulmán, árabe, turco, bosnio
Reconozco tu olor en mi tejido
Cuánta sospecha de futuro hay en el presente
Where is Sarajevo?
Sudän, Angola
Llevo en mi propio cuerpo la memoria de ser
para otros
Haití
El corazón de los fusiles siguió latiendo
(Canto de un canario)
Texto escrito para la acción sonora Canario, emitida por vía tele-
fónica entre Granada y Nueva York, en el programa de activida-
des de la presentación del proyecto Promotional Copy de Robin
Kahn en Guggenheim Soho, mientras se desarrollaba la invasión
de Haiti por el ejército norteamericano en 1994.
21
ACCIÓN
EN EL GÉNERO
Si el arte es vida debe parecerse a ella, a la vida
que nos ocupa la propia vida, es con esa vida, que
unos momentos parece fuera y en otros está den-
tro, con quien convivimos y desde la que nos rela-
cionamos con los otros, los otros que no soy yo
pero que están ocupando el espacio común que
nos aísla y une.
Otrosyyo en una afirmación que habla del
uno y de lo múltiple, y como el uno es múltiple y
lo múltiple está conformado de unos en relación,
otrosyyo forma también una unidad desde la que
entender la vida como conflicto, apoyo y afecto.
La vida con uno es el reto que produce vida.
Construir el uno que nos sitúa en nuestro cuerpo,
el cuerpo desde donde vivimos, un cuerpo inscrito
para ser escrito desde fuera, desde una escritura
que fija el lenguaje de relación entre los unos, la
escritura que reglamenta la vida.
Fija, la vida fija, quieta, atrapada, aprendida,
agarrada hacia adentro, hecha norma, como vivida
23
ya por otros que sujetan la vida, que producen
sujetos a un poder externo, sujetos no libres,
echados abajo, sujetados.
El cuerpo que es lengua hacia afuera, oído
hacia adentro, el cuerpo ojo, el cuerpo tacto, el
cuerpo que es otra vez lengua sabiendo, no vive
por ser sujeto sino por desprenderse, subir arri-
ba, ser otro al sujeto, rebelarse al sujeto previsto,
no ser cortado por el sexo, no estar impreso, des-
bordar continuamente el cuerpo, hacerlo inta-
chable de manchado, reconocer el cuerpo háptico
consentido y con sentido.
Prender la vida es una vida cogida, agarrada,
capaz de ser vida, de desarrollar vida por estar
prendida y esta vida prendida se abre a la vida
comprendiéndola desde un común que nos rela-
ciona en ese estar vivos juntos. La comprensión
es un agarrar juntos, comprender la vida es ha-
cerla explicable a uno mismo en relación con la
comprensión de otros.
Desde esta comprensión sitúo mi aprendizaje
de la vida y establezco la acción como un desarro-
llo de mis propios agarres, como una comunica-
ción con el otro de mis propios conflictos con esa
vida sujetada.
Las acciones me muestran y se sitúan políti-
camente como transformación y palanca para
seguir viviendo, hablan de mí fundamentalmen-
te pero de un yo situado en apertura, en disposi-
ción de sorprenderse, de rastrear sobre lo que
se mueve, sobre lo que no está definitivamente
24
agarrado, como un vegetal que crece y se sitúa en
otro lugar donde no era.
Mis acciones son apilamientos, condensacio-
nes, sumas de objetos que han sido vida, rastros de
vida vivida que han hablado desde el cuerpo y que
en su acumulación buscan nuevas combinaciones
para volver a comprender. No son identidad sino
desdibujamiento de ella, no tienen interés en fijar
sino en desprenderse de lo que ha sido inscrito des-
de quien nos sujeta; son estrategias para ser más li-
bre, ejercicios puestos en común para no ahogarse
en la norma que nos marca, son formas de borrar
esas marcas e interrogar en primer lugar a mí; aun
yo que vive en medio, no en el centro sino junto a,
y en ese sentido es en el que la acción se relaciona.
Tengo tiempo (1994) se constituye como mi prime-
ra acción, quiere contar quién he sido, quién soy,
crea una cierta proyección de mí en reflexión.
Tiene fundamentalmente una lectura interna en
la yuxtaposición de ropas que me han vestido en
diferentes situaciones y lugares, ropas para tapar
mi cuerpo, para hablar de mí, para relacionarme.
Ropas que desprenden significados en su retahila
mántrica, que se combinan para crear nuevas co-
municaciones, ropas que en muchos casos me han
sido dadas, regaladas y con ellas hablo de cómo
los otros me llegan, cómo me ven, cómo piensan
que yo me veo, cómo me construyen. Ropas que
comunican el tiempo vivido. Ropas para secar el
cuerpo, para abrigarlo, para desearlo. Ropas que
25
se han hecho para mi desde el amor, ropas iden-
titarias que me acercan al otro, ropas para tapar
las manos, para cubrir la cabeza, ropas llamadas
masculinas, ropas llamadas femeninas y con las
que, en su uso desde la masculinidad con la que
fui nombrado en el origen, rompo la distancia de
la construcción opresiva de los géneros, marco
nuevos territorios por donde transitar la vida,
desdibujo la identidad que me fue dada. En ese
acto de caminar por la vida vivida intento recrear-
me, ponerme en otra situación de la que estaba
antes de accionar.
Desprendimiento de ropas:
Albornoz rojo, chilaba blanca, gorro de paja,
gorro egipcio, guantes rojos de Pepa, guantes
blancos, pantalón negro de vestir, blusa negra de
Marino y Juan Antonio, guantes negros, panta-
lón de pana, camisa de franela de cuadros, cha-
leco rojo de lana de M* José, pantalón negro de
rayas, camisa blanca de hormigas de Juan Car-
los, camiseta negra Plus Ultra, pantalón beige
de verano, guantes naranjas, mini pull de rayas
de colores, guantes malva de Mati, minifalda de
lentejuelas, calzoncillos blancos, desnudo, todo
colocado sobre una sábana blanca que lleva escri-
to TENGO TIEMPO con la que tapo mi cuerpo.
Tengo trempo como un tiempo vivido, Tengo tiempo
como el tiempo que queda por vivir. Acción como
única forma de ser humanos, acción como no so-
metimiento a uno mismo, acción como tránsito,
acción como desvelamiento.
26
Tengo tiempo inicia una reflexión que me aleja
progresivamente de una concepción binaria de los
géneros, cuestiona la construcción de una identi-
dad fija, se abre al desorden, muestra lo escondi-
do y balbucea la incomodidad de ser leído desde
una concepción binaria de la sexualidad que crea
identidades normativizadas, clasificadas.
En 1998 soy invitado por Mar Villaespesa y José
Vicente Aliaga a la exposición Transgeneric@s.
Representaciones y experiencias sobre la sociedad, la
sexualidad y los géneros en el arte español contempo-
ráneo donde realizo la acción Inversión, un viaje
del calor al frío como metáfora real del camino
que se desarrolla en soledad para construir la pro-
pia vida. La soledad no es más que el reconoci-
miento último de que toda experiencia acaba en
el cuerpo solitario, en la geografía corporal que
nos contiene, en el proceso hilvanado de sucesos
compartidos que nos modifican, que crean el co-
nocimiento de nosotros para poder ser en otros.
El cuerpo, que sitúo en la intemperie dispuesto a
transformarse, a verse descodificado de las pau-
tas y coerciones sociales, es un cuerpo fortalecido
en la experiencia de otros, en su acompañamien-
to; por ello, la acción Inversión se conforma a par-
tir de una pila de mantas que han tocado a otros
cuerpos, que han abrigado a otros cuerpos y que
ellos me regalan para que juntas y desde esa re-
lación, me atreva a surgir, cruzar, ir a otro lugar
para derretir, desde ese calor, las resistencias del
27
cuerpo domesticado que se vive a si mismo como
cuerpo negado y se muestre capaz de ser llama-
do de otra forma, de ser vivido desde otro lugar,
fuera de los géneros coercitivos que presuponen
rituales para el sometimiento. Es el cuerpo el que
modifica nuestro pensamiento, un cuerpo capaz
de la auto-trasformación a través del pensamien-
to, no desde la cirugía sino desde la interioriza-
ción de nuevas creencias, un cuerpo osmótico
capaz de ser penetrado por el exterior, un cuerpo
capaz de transformar el dolor de la inmovilidad
en experiencia de conocimiento, un cuerpo arro-
pado dispuesto a conocer en la intemperie. Un
cuerpo vivo.
La experiencia de Inversión se apoya funda-
mentalmente en lo colectivo como lugar desde
el que se emerge, como un lugar dialéctico para
trabajar la individualidad, para ser uno en la mul-
tiplicidad. Inversión es un lugar desde donde las
intuiciones de vida degenerada se abren alo real,
no hay vida plena que se defina por la orientación
sexual, no hay vida que se sustente sólo en un
pre-condicionado deseo sexual. No vivo la iden-
tidad sexual como una liberación al margen del
conjunto de la vida, no hay parte sino todo y el
todo es multiplicidad de formas de vivir.
51 géneros (2005), una acción realizada en el
marco del seminario Mutaciones del feminismo en
Arteleku, es la manera en que llamo a esta rup-
tura que comparto con otras muchas vidas de no
28
definición de género. Toma su nombre de la vida
vivida, cincuenta y uno eran los años que tenía
en el momento de la realización de la acción, no
habla de la multiplicidad de géneros. 57 géneros
se expresa, a través de la utilización de códigos
establecidos en lo binario, mediante una ruptu-
ra con lo masculino y lo femenino, proponiendo
una reconstrucción de lo humano como un ser no
cortado, roto en dos, sobre los que se conforman
rituales de repetición, separados y distintos, y que
partiendo de una concepción biologicista elabo-
ran códigos de comportamiento binario que se ex-
presan en dominación o supremacía de una forma
de vida masculina frente a otra femenina.
51 géneros se abre a la posibilidad de que todas
las vidas merecen ser vividas y habla de diversidad
de identidades en la medida en que existen vidas
que socialmente no encuentran espacio frente a la
norma de la dualidad de géneros y que por tanto
son valoradas como vidas disminuidas, vidas en-
fermas, vidas que para serlo deben ser normativi-
zadas, reconducidas, ajustadas.
La superación de las vidas cortadas, hechas
secta por el sexo, no se construyen sobre nuevas
lecturas de lo masculino y de lo femenino, sino
por un largo camino de disolución de los géneros.
El feminismo, tal como indica Paul B. Preciado,
es ante todo una apertura del horizonte democrá-
tico, no un asunto de mujeres sino de humanos.
El trabajo emprendido por el feminismo es el
desvelamiento de las opresiones que prenden a
29
través de la historia de ese corte biologicista ori-
ginario al que llamamos sexo y, por tanto, la supe-
ración de la opresión pasa por salir del corte, por
abandonar los estatus que han definido nuestras
vidas sexuadas, sujetadas por el sexo.
La propuesta de 57 géneros intuye el abando-
no de la identidad basada en el género y la lectu-
ra de un todo conformado por vidas para vivir.
Muestra, no sin reconocimiento de los derechos
individuales que llevan a utilizar la intervención
quirúrgica de reasignación de género, un nuevo
lugar en el que sea nuestro pensamiento y la ac-
ción que conlleva quien reconstituya nuestros
modos de ser, quien desborde lo prefijado, y no
intenta la acomodación al dolor de los géneros
sino a su superación basada en la estima de la pro-
pia vida, en la comprensión de que nuestra vida
es unica.
La tarea que propone es la de reprender, en el
sentido de volver a agarrar, de ser vida desde otro
lugar, soltarse de los usos que conlleva la sepa-
ración de géneros, soltarse de las opresivas obli-
gaciones de una masculinidad, que aún llena de
privilegios, está basada en respuestas obligatorias
a ese rol prefijado que encorseta e impide ser con
otros. La masculinidad se pierde el mundo por
querer dominarlo y muestra su patética pertenen-
cia a una forma de poder que al querer sujetar se
sujeta impidiendo su plena vida.
Y es desde este otro lugar situado al otro lado
del género, en el lado opuesto, desde donde me
30
identifico con lo trans. No soy trans, sino que in-
tento actuar desde ese lugar trans en la medida
que ello desnaturaliza los generos, habla de ellos
como lugares construidos. La acciön trans es vo-
luntad de estar en otro lugar desde el que trabajar
en el desdibujamiento de una concepciön bina-
ria, un lugar que abre la posibilidad de cambiar
los paradigmas de lo masculino y lo femenino. No
defino mi vida por lo que llaman la condiciön se-
xual, no soy homosexual aunque le debo mucho
alhecho dereconocerme como talen unaprimera
ruptura con la norma, pero que una vez norma-
tivizada y mercantilizada muestra la incapacidad
de vivir desde ese sitio tan parcial, tan reducido,
tan poco hablador de la totalidad de la vida. El
sitio de la transformación de la realidad no puede
ser sólo un lugar habitado por una parte que rei-
vindica su parte.
Soy trans en la medida que quiero conocer y
estoy dispuesta a interrogar mi propia vida
como vida total.
En la acción Desidentifícate (2010), que se de-
sarrolla en la fiesta que da fin al seminario-en-
cuentro Movimiento en las bases: transfeminismos,
feminismo queer, despatologización, discursos no
binarios, del programa UNIA arteypensamiento,
utilizo tres piezas que han formado parte de otras
acciones: un traje de espejos que refleja la luz en
todas direcciones con el movimiento del cuerpo;
31
una braga utilizada como alfiletero de una serie
de chapas de los movimientos ecologistas, femi-
nistas y pacifistas de los 80; y una braga roja de
la buena suerte, con boca bordada de donde sur-
ge unalengua que es una polla de trapo. Son tres
piezas recicladas que en su combinatoria produ-
cen nuevos discursos, un nuevo ciclo. La acción
comienza con la aparición, en medio de la fiesta,
vestido con el traje de espejos; mientras bailo me
desposeo de él, quedando vestido por la braga
con boca y lengua de trapo y la cabeza cubierta
por la braga alfiletero a modo de casco. La danza
me lleva a la permuta de las dos bragas, la braga
activista se sitúa sobre el pubis y la braga/len-
gua/polla se sitúa en la cabeza. El pensamiento,
que es lucha, ocupa el lugar físico de la diferencia
de sexos y el sexo es destraumatizado y puesto en
el lugar desde donde debe ser repensado; en elin-
tercambio el cuerpo se desnuda.
Desidentifícate es una acción cutre, desprovis-
ta del cuidado de las formas. Es una acción hecha
desde la fiesta, situada en el goce de la liberación,
capaz de reírse con el cuerpo. Realizada al modo
en que James Lee Byars situaba sus acciones, en
una reunión de seres pensantes; y al modo en el
que el Cutre Chou agitaba en los años 80, en me-
dio de una feria local mediante la acción cabaret
desprejuiciada, trastocando los géneros.
Afuera del sexo (2011) es una acción pensada en
Bolivia, donde me encontraba con motivo de mi
32
participaciön como representante de la Platafor-
ma de Reflexiön de Politicas Culturales (PRPC)
en la exposición Principio Potosí, un proyecto que
pretende repensar la acumulación originaria del
capital llevada a cabo por la política colonial del im-
perio español, que significó un doloroso cambio
en las costumbres y modos de vida de los pueblos
originarios y el arrasamiento de las estructuras
políticas y el sistema de creencias con que se ha-
bían dotado.
Generalmente mis acciones nacen en momen-
tos de afecto, son creadas para un público que
siento cercano y con el que intento comunicarme;
en ellas trato de asuntos que conforman mis pre-
ocupaciones, siendo, en alguna medida, reflexio-
nes en voz alta que no aspiran a convertirse en
verdad. Son ejercicios sobre mis conflictos que
por ser propios de los humanos pueden establecer
conexiones con los conflictos de otr+s para in-
tentar crear situaciones más favorables.
Reflexionan sobre una identidad móvil que se
conforma con la vida que es, entre otras muchas
cosas, movimiento en el tiempo.
La identidad que nos conforma solemos pen-
sarla como algo estático, sin embargo, nace del
conflicto del pensamiento que tenemos de noso-
tr+s, de las opresiones que sentimos por motivos
de raza, sexo, género, discapacidad...; delos abu-
sos de un poder que intenta sujetarnos y del que
nos protegemos creando identidades colectivas.
Surge como un esfuerzo de protección de nuestra
33
propia individualidad, por eso estä situada en ese
en medio que son los otr+s y yo, en un lugar entre
la confrontación y la camaradería.
La identidad pensada como un todo para siem-
pre nos ancla, aísla y separa, imposibilitando nue-
vas formas de afrontar nuestra vida. Trabajo sobre
ella en los intersticios de su propio devenir, inters-
ticios donde se depositan otros saberes construi-
dos con el saber de otr+s, con la vida de otr+s,
con la experiencia de otr+s. Intersticios donde la
identidad se abre posibilitando nuevas formas de
concebirse, de afrontar lo colectivo desde la indi-
vidualidad que nos es propia.
Afuera del sexo es un baile lleno de señales, se
sitúa en un pensamiento que intenta afrontar una
apropiación de nuestra vida, rompiendo con la
idea de que somos sujetos y leyendo al sujeto como
la propia etimología que la palabra establece:
seres sujetados por un poder exterior a nosotros,
interiorizado, que marca lo que quiere que seamos.
Sexo en su origen significa separación y so-
bre ella se ha conformado la ideología heteropa-
triarcal, inscrita en nuestro saber como propia de
nuestra naturaleza, realizada sobre separaciones
biológicas a las que tendremos que zranscender
para crear una nueva realidad más allá de lo esta-
blecido como masculino y femenino.
Afuera del sexo es un situarse en un territorio
anterior a la separación para repensarnos como
humanos, para intentar conseguir herramientas
que no sojuzguen a unos seres por otros y rompan
34
las ligaduras del sujeto de un poder que habla
desde la separaciön.
Afuera delsexo se constituye apartir de signos
y señales como son el territorio geográfico, las
ideas binarias sobre el género... y se abre como
posibilidad de aparición de nuevos individuos
que se alejan de la dualidad de género para abrirse
a una conformación no binaria de la identidad de
sexo y género.
En la acción Afuera del sexo he introducido
fragmentos de una canción de un cantautor es-
pañol antifranquista, que puso sonido a nuestra
rebelión primera contra el dictador; está referida
a sucesos que tuvieron lugar en Bolivia y que con-
forma uno de los sonidos que están en mi memoria
política; años en los que Bolivia también vivía la
feroz dictadura del primer Banzer. También me
he atrevido a utilizar otros signos de la identidad
boliviana para revelar que nuestra vida siempre
está inmersa en estructuras políticas que no he-
mos hecho y que, sin embargo, el poder incrusta
como si fueran realmente parte de nuestra esen-
cia. Hablo de ellas como podría haberlo hecho
desde señas identitarias de lo español, con el mis-
mo amor hacia lo que puede ser entendido como
propio y con la misma desidentificación del con-
cepto de una patria propia, de cualquier patria,
palabra ligada al padre, ala autoridad incuestiona-
ble de quien se sitúa por encima y al que interrogo.
Estas señales están vistiéndome, tapándome,
utilizadas sobre el cuerpo, que siempre es cuerpo
35
desnudo, metáfora del cuerpo no escrito, memoria
de un cuerpo no cubierto por las veladuras identi-
tarias, que velan oscureciendo.
Desentrañar la acumulación originaria, des-
de donde se establece la definición de nuestros
deseos, me instala en un afuera que abre nuevas
formas de ser que nos ayudan a vivir un yo que
quiebre la normatividad de nuestra vida, y se abre
ala interrogación placentera de estar en sintonía
con una experiencia de vida que se piensa en re-
lación y no en sometimiento al deseo establecido
por la norma.
Texto escrito para la participación en la mesa redonda «Desme-
morias e irreverencias en el arte actual», celebrada en la Cámara
de Comercio de Sevilla, organizada por el Centro de Estudios
Andaluces, enero 2011; con motivo de la presentación del libro
Identidades sociales y memoria colectiva en el arte contem-
poráneo andaluz de Elena Sacchetti, editado por dicho centro,
Junta de Andalucía.
36
ERA 1987
Era 1987, el mes, el día y la hora se borraron de su
memoria, pero no olvida el momento en el que lo
llamó a su despacho y nervioso, porque no que-
ría decírselo, le comunicó que en breve dejaría
de trabajar en el Palacio de los Condes de Gabia.
«Lo siento, lo siento mucho... —le dijo el nuevo
diputado—, no he podido hacer nada, nada más
entrar en la reunión ha salido tu nombre y que
ibas a la calle; soy nuevo dentro del equipo y ten-
go poca influencia, tú sabes que por mí seguirías
trabajando, sabes perfectamente que te aprecio».
Y lo creyó.
Sería sobre el orwelliano año 1984 cuando
había entrado como becario con la gente que
echaría a andar la nueva Área de Cultura de la
Diputación de Granada, allí en el piso siniestro
de la Plaza del Campillo, su primera sede, don-
de trabajaban el gerente Azpitarte, Alicia de la
Higuera, los funcionarios Marino, Teresa y Bal-
tasar, los becarios que eran cinco o seis, Willy y
37
Mari Carmen Chacön, Nacho Sänchez Rodrigo,
con el que habia militado en el mismo partido de
la izquierda revolucionaria, y Alfonso Medina,
un pintor que murió muy joven de la enfermedad
terrible que ignorada por todos comenzaba clan-
destinamente a cobrarse sus víctimas, aquella
llamada peste rosa con la que intentaron estig-
matizar a los homosexuales, apenas recién crea-
dos los Frentes homosexuales que Miguel ayudó
a organizar. Allí estaba Lola Aguilar, siempre
encantadora, recién llegada de Ítrabo a traba-
jar con nosotros. Más tarde llegarían Eduardo
Galdo y Marina Guillén. Todos eran autodidactas
en el nuevo trabajo, con poca experiencia en la
gestión cultural pero con la pasión desmedida y
suficiente para impulsar la actividad por toda la
provincia. Los becarios, una modalidad precaria
de contratación en la que fue innovadora la Dipu-
tación, comenzaron a programar con los Ayun-
tamientos de la provincia talleres, teatro, música
de todo tipo y sobre todo el flamenco, responsa-
bilidad del diputado comunista Pepe Guardia,
que como si quisiera combatir el paro, le manda-
ba cada día un nuevo grupo de flamencos —así,
hasta llegar a 17, ¡más flamencos que en Doñana!
para girar sin fin. También cine, vídeo, exposi-
ciones, numerosas publicaciones como los libros
de poemas de la colección Maillot Amarillo, y
un sinfín de gente activando la vida cultural. Es-
cenarios de madera donde la puntillas saltaban al
danzar, campos de fútbol electrificados por vez
38
primera para dar acogida a la proliferaciön de
grupos de müsica que empezaban a aflorar en
Granada como 091, TNT, Magic, La Guardia,
KGB, Lombarda... Semanas culturales para los
cerca de 180 pueblos de Granada con sus anejos
y pedanías que duplicaban la actividad. El Dipu
Rock, cámaras de cine llevadas a los pueblos para
proyectar. Aquello era como ir a echar semillas
en un terreno árido que nunca había sido sembra-
do, como si La Barraca hubiera vuelto después de
tantos años a agitar a los pueblos y a los jóvenes
creadores, todos salidos de una dictadura yerma
y dañina. Ir abandonando el blanco y negro que
en la ciudad ya había empezado a tomar color con
el impulso de Mariló en el nuevo Ayuntamiento,
los nuevos centros nocturnos desde el primer
Chorrojumo, la pionera Tertulia o el Silbar... Y
ya en el 83, el Planta Baja con Marino y Juan An-
tonio, lugar aglutinador de esa mezcla de gente
variopinta, con la vida como exceso, donde el di-
seño se mezclaba con la mirada alimentada por
el feminismo y la homosexualidad chispeante y
provocadora, lugar en el que incluso tenían ca-
bida algunos sindicalistas del g/7-ton/c. Grana-
da era eso nuevo que estábamos construyendo,
era el lugar de Ciudad y Diseño, del Festival de
Teatro, de la aparición de los pioneros de La Vi-
sión y sus nuevas músicas, de la revista O/vidos
de Granada que de forma independiente, bajo los
auspicios del Área, traía el estudio y la reflexión
bajo el manto creador de Mariano Maresca,
39
imprescindible; los poetas de la Tertulia, como
Luis García Montero, M* Ángeles Mora o Javier
Egea que también fue becario un año, el Gong
y Granada en mano de Luis López Silgo, los di-
bujantes Rubén Garrido o Carlos Hernández
con su Salón del Cómic, las calles coloreadas por
carteles de Juan Vida o de Julio Juste... Y todo
sucedió antes, un poco antes de que el mercado
hincara sus garras definitivamente y se apropiara
de la creatividad, entrega que muchos aceptaron
complacidos, un nada antes de que las institucio-
nes se alejaran de la calle y perdieran su sentido
y cercanía. Pero por aquel entonces las experien-
cias se sucedían alegremente en una Granada,
la de los 80, vigorosa y espléndida, como si la
ciudad fuera más que nunca una pandilla de ami-
gos dispuesta a la excursión a otro lugar posible,
¿no era la democracia algo hecho para el pueblo?
Pero desconocíamos que aquella era una época
de vida que incubaba la muerte del sida irredento,
al igual que incubaba el límite preciso que la pa-
labra perversa, consenso, encubridora del pacto
de la Transición, traería a nuestras vidas, donde
una vez arrojados del sueño miramos impotentes
la aguja de un capitalismo que infecta la vida y se
apropia de nuestros saberes a cambio de las cua-
tro monedas que nos arrojan para vivir y al que
definitivamente no podemos llamar gobierno del
pueblo, democracia. Un país que limita al norte
con la Europa de los mercaderes y al sur con el
muro cubierto de cuchillas para trocear la carne
40
de los que desposeyeron, de los que desestruc-
turaron, esclavos comprados desde el siglo XVI
y cuya idea colonial nos coloniza a nosotros mis-
mos para sentirlos como un otros distanciado con
el que poco tenemos que ver.
«¿Cuál es el motivo del despido?» le preguntó.
El diputado dudó un momento y, no sin tristeza,
le respondió: «Han esgrimido dos motivos, que
has hecho campaña al Parlamento Europeo a fa-
vor de Herri Batasuna y que has utilizado el Área
de Cultura como base de operaciones de la cam-
paña anti- OTAN. Pero esto no lo dirán, dirán que
hace falta reestructurar el Área, que sobra gente;
iréis ala calle Nacho y tú; lo siento, de verdad que
lo siento».
Enojado respondió, «lo primero no es cierto,
no he hecho campaña a favor de Herri Batasuna,
no he participado en ningún acto público, no es-
taba de acuerdo con la posición de mi partido, el
Movimiento Comunista de Andalucía, y me per-
mitieron no hacer campaña. Lo segundo sí, es
cierto, he hecho todo lo que estaba en mis manos
para que el NO triunfara».
Aún recordaba cómo el Área de Cultura se
convirtió el día del referéndum en el lugar de
reunión de todo el movimiento pacifista, con la
Asamblea por la Paz y el Desarme, en donde mili-
taba, ala cabeza. Desde allí siguieron el recuento
de votos y antes en la campaña se habían usado
algunos locales para asambleas del movimien-
to; lo había permitido el grupo que gobernaba la
41
Diputaciön, que fue el que creö, con el diputado
Martin Olid, el Área de Cultura.
Ese grupo expulsado del PSOE era el mayo-
ritario entre las agrupaciones socialistas de los
pueblos y en la provincia y al que por ello llama-
ban despectivamente Los Catetos. Los Catetos
hicieron valer su mayoría frente al aparato y nom-
braron Presidente de la Diputación al candidato
no oficial. Este acto de la mayoría fue rechazado
por la dirección estatal del PSOE y en respuesta
los ganadores crearon un nuevo partido. Esa po-
sibilidad de escisión y creación de un nuevo par-
tido es impensable en la actualidad. Pero aquello
entonces sucedió y fue el motivo de que gente de
izquierda trabajara con esta escisión, que, con
pocas diferencias ideológicas con el PSOE, había
hecho del andalucismo de izquierdas y la lucha
contra la OTAN sus referentes políticos. Fue en
esa grieta abierta donde trabajaron los activistas
anti- OTAN, utilizando la institución en benefi-
cio de las políticas pacifistas. Una vez reconquis-
tado por el PSOE el poder provincial decidieron
despedirlos, a Nacho y a él, y terminar con la re-
vista Olvidos de Granada. Fue en 1986 cuando el
PSOE llevó a cabo el referéndum sobre la OTAN.
Los socialistas que habían llegado al poder en-
tre otras cosas con el slogan «OTAN de Entrada
No», una vez en el gobierno se alinearon con las
políticas belicistas y cambiaron de posición pi-
diendo el sí. Este acto significó el abandono del
último resorte no pactado de la reforma política
42
y la plena alineaciön del Partido Socialista con
los postulados de las potencias capitalistas y sus
alianzas militares de control y barbarie. La Tran-
sición se había terminado y enseñaba, para quie-
nes lo quisieran ver, la consolidación de una casta
política que ha dominado los últimos 30 años al
servicio de un neoliberalismo que hoy nos domi-
na y del que somos víctimas.
El movimiento anti-OTAN fue un movimien-
to popular auto-organizado que dio vida a miles
de organizaciones pacifistas por todo el Estado,
que activó millones de conciencias resistentes y
cuya capacidad de movilización fue la que ha te-
nido mayor alcance dentro del régimen democrá-
tico. Un pulso de David a Goliath, la posibilidad
del asentamiento de una conciencia social que la
derrota desparramó en desencanto, en una inca-
pacidad para reconocer la fuerza acumulada y que
una vez más dio pie a una diáspora militante inca-
paz de ver su potencial, el poder de millones de
cualquieras. Una experiencia silenciada en este
país, apenas analizada y que llama la atención en
estos tiempos desesperanzados, y de esperanza,
donde el capital se esfuerza en mercantilizar la
vida suprimiendo los lazos sociales, apoderándo-
se de nuestros recursos y bienes públicos. Frente
a él ha surgido un nuevo movimiento que nos da
aliento, pero que corre el riesgo de disgregarse
nuevamente ante el poder de control que los es-
tados llamados democráticos ejercen en nombre
del poder del capital y sus intereses destructivos.
43
El movimiento anti-OTAN de Granada, aus-
piciado por un grupo militante, supo convertir
en organizaciön las energias que por todos lados
se respiraban; cientos de personas organizadas
en horizontal, moviendo el magma pacifista y
ecolögico. Fue un movimiento creativo en las
formas de mostrarse, que alumbrö experiencias
relacionales del arte y la politica, capaz de aunar
en posturas y actos comunes a numerosas fuer-
zas politicas, sindicales, cristianas, feministas,
vecinales, que organizaba manifestaciones mul-
titudinarias de nuevo tipo, divertidas y luchado-
ras como el gran cordón anti-OTAN, la marcha
de las antorchas, las huelgas de hambre multitu-
dinarias, las actividades performativas y de arte
público de los artistas de La carpeta, pioneros
en Granada del action painting. Un movimiento
que tras la derrota se disolvió incapaz de enten-
der cómo tanta fuerza, tanto respaldo, no había
conseguido lo que parecía posible. No obstante,
frente a los poderes mediáticos e internacionales
que les mostraban como unos utópicos de la paz,
el NO recogió cerca de un 40% de votos, se ganó
en Euskadi y Cataluña, ¡no van a estar hartos!, y
en Canarias, logrando con la sola fuerza de sus
convicciones siete millones de votos.
También estaba él cansado e impotente, le
pesaba el esfuerzo y el contagio del desánimo. La
«artialimaña» que tomaron los dirigentes socialis-
tas, Olea, Enrique Cobo, India... para echarle
fue despedir a todos los funcionarios interinos de
44
la Diputación, 15 personas que coincidían con el
tipo de contrato que por entonces él tenía. Cuan-
do la noticia saltó y el despido se hizo inminente
le inundó una especie de melancolía y abandono,
de repente no tenía ganas de nada. Llegaron los
compañeros afectados por la medida y le plantea-
ron «¿qué hacemos?» Y por no decir nada, que ese
erasu deseo, se volvió a poner ala cabeza sabiendo
de antemano su derrota, aquella fue su lucha antes
de abandonar del todo el Área, de despedirse de
los que se quedaban. Hubo solidaridad pero fue
insuficiente, entrevistas con unos y con otros y un
encierro en el portal de Bibataubín donde pasaron
los despedidos algunas noches de mal dormir. El
suceso está en las hemerotecas, las protestas, las
movilizaciones, el despido final de Nacho, de Mi-
guel, de Loli... Algún tiempo después, la mayoría
de los cesados volvieron a ser contratados pues ya
habían logrado los sociatas su objetivo y, ¡cómo
no!!, de aquel sobran trabajadores en el Area se
pasó a nuevos contratos de otra gente, conocidos
y desconocidos, de lo que se alegró y no se alegró.
Al poco tiempo retomó lo que había ido apren-
diendo con su experiencia en el Área y de las ne-
cesidades que se abrían en la cultura, y así nació la
propuesta de crear, en el mismo 1987, en Granada,
de la que poco a poco se fue yendo para crecer,
BNV producciones, en principio con Nacho Sán-
chez Rodrigo y Joaquín Vázquez, después llegó
Alicia Pinteño y el encuentro con Mar Villaespesa;
un lugar donde la producción y el conocimiento
45
seamalgaman con la vida intentando vivirla en el
otrosyyo necesario.
Ahora en las esperanzas del aquí, que es el
presente, sesigue construyendo el deseo, porque
no hay mal que cien años dure, incluido Rajoy.
Texto escrito para ser leído como parte de la acción ¿N-OTAN
que no les queremos?, en el acto de presentación de la publi-
cación Miguel Benlloch. Acaeció en Granada, celebrado en el
Palacio de los Condes de Gabia, 22 de noviembre de 2013.
Publicado como adenda digital a dicha publicación, Cien-
gramos, TRN-Laboratorio artístico transfronterizo, Granada,
2013. http://ciengramos.com/era1987.pdf
46
PÓSITO, POSÁ,
EXPOSICIÓN
Las palabras están vivas, vienen de lejos, habita-
das por quienes las han pronunciando, alo largo
del tiempo se deforman, se transforman, adquie-
ren su presente en tránsito, son un común. Sin pro-
pietario, pertenecen a tod+s, son libres, no tienen
derechos de autor, se recombinan para producir
nuevos efectos, amplios, variados, efectos que tra-
ducen el pensamiento, lo comunican, lo sacan de
uno y rueda.
Tres palabras me convocan hoy y las tres me
invitan a permanecer, son las tres palabras que
evocan los usos del edificio donde estamos, lo
que ha sido esta casa centenaria: pósito, posá, ex-
posición. Permanecía el grano aquí, paraban las
personas aquí y aquí se expone la obra, se pone
hacia afuera. El prefijo «pos» significa pausa, po-
ner, quedar, detenerse.
Estamos en el Pósito, la Posá, posando ante
mis paisanos, todo en la misma raíz griega.
47
A 30 metros de este lugar en el que de nuevo
me encuentro comenzó mi vida, me quedé aquí,
la vida sin pausa que nos recorre y a la que intenta-
mos llevarle el paso para que no nos adelante. Aquí
al lao nací, de vez en cuando miro la ventana donde
mi madre Teresa Marín me dio la luz. Hijo de Vic-
torino, el nombre del hombre que desarrolló toda
su vocación de médico en este pueblo, al que llegó
un año antes de la guerra en el 35, después de soli-
citar la plaza de médico titular tras haber visto, en
un viaje, creo que a Sevilla, el paisaje de Loja des-
de el tren. Mi padre llegó aquí por su propio deseo
y ya no se fue hasta que jubilado y enfermo volvió
a su pueblo en 1977; lo he de decir así, volvió para
morir, largo sería narrar la vida de los dos, pero
voy a contaros el principio de su historia en común.
Mi padre y mi madre se conocieron a princi-
pios de los años 30, él era ya médico en Marines,
un pueblo valenciano. Comenzó a estudiar alos 18
años por empeño de un profesor particular apoda-
do Pigmalión que llegó a su pueblo, Benaguacil,
en Valencia, para poner una academia y convenció
a sus padres para que estudiara. Sobre José Melia
Pigmalión no voy a extenderme, era poeta, perio-
dista, escritor y solía escribir sobre astronomía en
la prensa. Fue secretario de Blasco Ibáñez, culto,
estrafalario y descuidado, hoy tiene una calle en
Valencia que hace perdurar su memoria. Mi pa-
dre cuando nos contaba algo de él le gustaba ha-
blarnos, además del agradecimiento infinito que
siempre le tuvo, de sus cualidades intelectuales,
48
entreteniendose en cömo se vestia, melena larga
y sombrero blanco de alaancha, como un bohemio.
De ahi, creo, la permisividad que tuvo con mis pri-
meras moderneces adolescentes y de la blanca me-
lena de su vejez que yo en negro también llevaba.
Mi padre, de una voluntad de la que carezco,
en siete años estudió el bachiller y la carrera de
médico, aunque a decir verdad estudió todos los
días de su vida.
Mi madre, Teresita para sus amigas, fue una
mujer con criterio que nos crió a mis hermanos
y hermanas como iguales. Era maestra, dejó su
plaza para venir con mi padre, pero en los años 60
volvió a la docencia, primero en la Venta el Rayo
y después en la Malagona, donde fue directora en
tiempos de cambios. Era también valenciana, pero
de un pueblo, Soneja, que hablaba un castellano
lleno de particularidades, un castellano de fronte-
ra, de lo que se conocía por la Valencia castellana,
al límite con Teruel. Los valencianos hablantes los
llamaban Churros por el problema que tenían las
autoridades, cuando juraban sus cargos, en pro-
nunciar la x de xuro y hacerla ch, churo, juro, en
valenciano o catalán; conflicto de lenguas en pug-
na y no en paz al que no voy a entrar y que viví de
pequeño cuando oía a mis tías hablar en valenciano
en los días de verano que pasábamos en Valencia.
Nunca he entendido el desprecio a otras formas
de ser y menos de hablar, lo aprendí de niño. La
identidad que conforman los humanos para sen-
tir la pertenencia a un lugar de seguridad es un
49
complejo problema por el empeño de no abrir ca-
minos para la comunicaciön entre las identidades
y que solo se puede desarrollar abriendo tu espacio
al del otro, reconociendo al otro, abandonando el
ensimismamiento en lo que creemos que constitu-
ye nuestro ser. Pues bien, al grano, que estamos en
el Pósito. Mi madre y mi padre cuando comenzó
la guerra estaban en zonas distintas, él en Loja,
donde apenas hubo guerra aunque sí represión,
y eso me lo contaba, alguna vez, en el confesio-
nario Don Victoriano a propósito de preguntarme
quién era y dónde vivía y yo decirle «vivo en la ca-
lle Bartolomé Avilés de la Torre...», antes Prensa
Granadina, antes Alhóndiga, después Victorino
Benlloch, pues ese era el nombre que por una-
nimidad le dio el primer Ayuntamiento demo-
crätico siendo alcalde Manolo Martín y jefe de la
oposición de la UCD Antonio Castillo, médico;
nombre que una mañana desapareció de la calle
por mor de una resolución municipal para, sin
la más mínima explicación de al menos cortesía,
ponerle el nombre de Calle las Tiendas, que real-
mente era como popularmente siempre se conoció.
Mi hermano Manolo, que siempre apacigua, me
dijo «no te cabrees Miguel que el Ayuntamiento ha
querido hacer el eje Sintiendas Sincasas», jugando
con el nombre de las dos calles y refriendo a que la
calle ya no tenía el esplendor de los comercios que
le dio el nombre popular. Loja desde donde yo la
veo, en mi casa de Los Caracolares, se ha corrido
ala izquierda orográfica en un sinfín de bloques
50
que como murallas olvidaron el escalonamiento
propio del urbanismo histórico de la ciudad y alar-
garon la espina de la flor.
Cuando nací la guerra hacía solo 15 años que
había terminado, tiempo que en mi infancia y ado-
lescencia parecían siglos: ahora cuando 15 años
me parece un soplo, entiendo por qué la guerra
surgía por todas partes y casi siempre desde la que
tuvo la posibilidad de narrar su propia historia y
construir su memoria. Al otro lado, las víctimas,
aún esparcidas por la tierra, apenas sin memo-
ria, Olvidadas en esta realidad heredada que cada
vez enseña sobre qué pilares fue construida. Así
lo cantábamos con Aguaviva a principios de los
años 70 en el poema de Bertolt Brecht:
La guerra que vendrá, no es la primera,
hubo otras guerras.
Al final de la última quedaron vencedores
y vencidos.
Entre los vencidos el pueblo llano pasaba
hambre.
Entre los vencedores el pueblo llano la pasó
también.
Pues bien, como os decía, la guerra separó a mis
padres, Victorino en Loja, Teresa en Estivella, el
pueblo donde entonces era maestra. Llegaron a
escribirse, vía Londres, entre las zonas enemigas
varias veces, a través de un amigo de mi madre,
pero pronto interrumpieron la correspondencia
51
por miedo a que alguien pudiera tomar este inter-
cambio epistolar como un intercambio de datos
secretos. Terminada la guerra, mi madre y mi pa-
drese reencontraron, mi padre volvió a Valencia a
buscarla, no sin dificultad reiniciaron su relación,
se casaron y se quedaron en Loja hasta 1977.
Mi casa era una escalera que bajaba a la calle y digo
esto porque era ella la que brincando me llevaba
al juego, al encuentro de los amigos que vivían en
la plaza, el arremoline de niños que cuento en el
texto del Pregón y que de alguna manera me gusta
repetir. Esa sensación de agarrarme ala barandilla
y casi volar sobre los escalones para salir lanzado
hacia la calle, saltándolos de dos en dos y el brinco
final de los cuatro últimos de mármol blanco del
portal que me ponían ya frente a Mi Tienda, casi
chocando de bruces con Pepe Lizana y su tienda
de escaparates giratorios en la que tanto jugué.
Para mí, las tiendas, el andar por dentro de ellas,
era también territorio de juego, la ferretería de
debajo de mi casa de Paco Marín donde Enrique
y Antonio que allí trabajaban me lanzaban al aire;
la droguería de Cerrillo; la de Ocaña; la tienda
de Paquito Moya donde se forraban los botones
y ponían el escaparate de Navidad con Belén y
juguetes antes que nadie para que nos dejáramos
los ojos pegaos de tanto mirar; Torillo; La palo-
ma... El bar de Anastasio donde podíamos entrar
52
deträs del mostrador para coger platicos y de vez
en cuando zampar una tapa, ummmm!
Jugar a tiendas con las de verdad era uno de
mis juegos favoritos cuando me dejaban despa-
char, en unas mäs que en otras porque era muy
exento, jugaba a la vez que vendía, no de todo, ya
os podéis figurar, pero sí puntillas al peso, torni-
llos, alcayatas, alguna bobina de hilo, juguetes
por Reyes en lo de Ocaña... y cuando me cansaba
me iba sin más, no sin antes haber oído las his-
torias y anécdotas que se contaban con algunos
clientes de confianza. Pegar el oído.
Ya en la plaza, buscar a los amigos de casa en
casa, que en todas entrábamos sin más pregunta
que «dónde está el Nasta, dónde se ha io».
Pero la calle, la plaza, aún sin el asfalto que
quitó alos niños de la calle, era el espacio por an-
tonomasia del juego, jugar, jugar, jugar...; mucho
fútbol donde se echaba el pie como una especie de
ballet Bauhausiano de movimientos medidos, re-
pitiendo alternativamente los dos que lo echaban
«y yo, y yo, y yo, y yo»; en el último pie, cuando los
dos echadores se acaban juntando, decir «entra y
cabe» y quien ponía el último pie comenzaba a ele-
gir de mejor a peor a cada jugador de cada equipo...
Primero Miguel E/pescaica, creo que otro bueno
era Antonio Lozano, Antonio Peréz que vivia
aqui en la Posa, Antonio Olid del Barca, el super-
viviente que da carisma a la plaza con su tienda
de cerämica que mantiene hasta el Jubileo, el Nice
que para ser de los chicos lo escogian pronto...
53
Yo lo escojo a él, al Nice, al de Anastasio, al que
quiero nombrar por todo el tiempo que nos acom-
pañó con su inteligencia y ese humor que siempre
tuvo, su forma de ser faro detrás de la barra repar-
tiendo juego a todo el que llegaba a ella, la sonrisa
con que siempre nos recibíamos, mi carcajada por
ese humor pícaro y brillante que nos hace siempre
recordarlo; pues bien, Nice en eso del futbol era,
y además mandaba, y yo sin embargo, nada, rayan-
do a cascarilla, y aunque alguna vez metí goles,
con el uno contra uno era un auténtico desastre.
A mí se me daba bien la biología, quiero decir
que cuando íbamos a la Cuesta Campos a cazar
cáncanas no me daba miedo ponerme con mi hor-
miga y mi palito frente al nido de la araña y echar
ala pobre hormiga a la tela para que con su movi-
miento natural sacara a la cáncana que todos ima-
ginábamos venenosísima y ¡plash¡ poderla echar
en nuestro bote de cristal. Eran muchos los juegos;
jugar a trapos, con o sin espulique; churro, pico y
terna; la rueda de camión conducida por el palo;
al hoyo con los platicos; al clavo; la rayuela, que era
de niñas como el elástico, que me lo perdí también
por femenino, ¡con lo bien que me hubieran venido
los estiramientos! En a civiles y ladrones, yo elegía
de ladrón, porque nuestros rivales de pandilla eran
los niños de la Guardia Civil que vivían en el cuar-
tel del callejón de los Naranjos, donde después
me dieron el certificado de buena conducta para
ir a París de viaje de estudios con los del instituto:
¡como siga la cosa así pronto lo volverán a pedir!
54
Los pobres niños de la Guardia Civil, en las esca-
sas luchas que echamos a pedrás, tenían que tirar-
nos las piedras desde el fondo del callejón y cuesta
arriba, mientras nosotros, los de la plaza, desde
arriba y cuesta abajo; total, los niños de la Bene-
mérita no pasaban nunca de lo de Lopera y tenían
difícil su tránsito por la plaza, pero cada vez que
subía un civil del cuartel temíamos la regañina.
Los civiles no eran tan peligrosos como cuando se
oía el grito «¡que vienen los municipaleeeeeeees!»,
que nos perseguían por jugar con el balón y raja-
ban la pelota si la pillaban, casi nunca; pero ya pa
temblor, la siniestra brigadilla secreta, que todos
conocíamos y que acabó entrando en mi casa a bus-
carme y registrarla en el año 75, como les pasó a
otros amigos que estábamos metidos en la lucha.
No quiero quedar como si nuestra panda fuera
«lo más», porque cuando bajaban los de la Cuesta
Carniceros pa la plaza salíamos atropelladamente
como ñus en el Serengueti; ellos naturalmente
eran los leones, nosotros las gacelas huyendo a re-
fugiarnos en cualquier casa conocida, madriguera
salvadora a la que no podrían entrar, entre ellos
mis amigos Piqueras, los hijos de mi gran amigo
Fernando Piqueras, que nos dejó y lo recuerdo.
Pero el juego que siempre recuerdo como más
surreal y que a mí era de los que más me gustaba,
es aquel que llamábamos Hilo Negro. Nunca supe
por qué se llamaba así. El juego consistía en que
uno de nosotros, que era cambiante, comanda-
ba una fila de chaveas que lo seguíamos en todo
55
lo que hacia, si saltaba un poyete, si se bajaba por
ellateral de la fuente, si andaba por los bordes del
murito redondeado de cemento que rodeaban los
jardines deträs del mercao, si saltaba un banco
con rejas que habia frente al Platanar, si se tiraba
desde lo alto del muro de la casa de los Derqui, o
la subida al torreón de la cuesta Campos... Todos
detrás haciendo lo mismo al grito de Hilo Negro,
que entonaba el cabecilla y la respuesta de toda la
fila que gritaba «más p'adelante». Un buen rato de
Hilo Negro, salvar obstáculos y demostrar pericia
hasta que llegaba cualquier chalaura del cabecilla
dispuesto a partirse la pata en su demostración de
hombrecito, como cuando nos subíamos al estre-
cho poyete del pretil de la calle Sincasas, una espe-
cie de muro para salvar el desnivel con la cuesta,
y por donde en fila india avanzábamos uno tras
otro; en la talabartería de Collados el precipicio
comenzaba a tomar peligro; frente a la peluquería
de Paquita los murmullos se iban convirtiendo en
gritos y un poco más allá parecía que el vacío se
apoderaba de todo y la fila olvidaba su recta aban-
donada por los primeros desertores que se rajaban
llamando a la cordura, boicoteando el juego para
comenzar otro.
Era esa la forma de jugar, donde los objetos
apenas aparecían, nuestra imaginación hacía el
juego, el juego donde estábamos todos horizonta-
les sin apenas juguetes, que eran escasos y poco
compartidos. El juego era, en primer lugar, sentir
el espacio como propio, como perteneciente a él
56
y él a nosotros, todas las calles eran nuestras, en
cualquiera se podía formar el juego, elegíamos el
espacio en función del juego y del número de los
que nos juntábamos. Si llovía éramos constructo-
res de diques y las aguas que bajaban horadando
el suelo de tierra se convertían en nuestra ilusión
en el Amazonas; si la pelota era chica, a la Reja a
sortear los cristales de las casas y evitar romper-
los, aunque más de uno cayó, con la consiguiente
estampida; si había pleno de amigos toda la plaza
era nuestra y de los que trabajaban en ella, que
realizaban sus faenas sin producir interferencia
ni apenas prohibiciones. «¡Niños otra vez con la
pelota, que os vaa pillar el camión!». La calle era el
espacio social de nuestro aprendizaje, la relación
entre nosotros, la que nos enseñaba competencia
y solidaridad, el espacio que unía nuestras incon-
tables horas en el sudor del juego, el que producía
los afectos que se alargan en el tiempo. El juego
social interrumpido por la mercancía y la adapta-
ción del mundo a ella. El juguete solitario, el juego
enjaulado de los niños, la expropiación de la calle
como espacio público comienza por la desapari-
ción de los niños y niñas de él; el automóvil llegó
para quedarse y apoderarse de todo como un tótem
sagrado intocable que generalmente no nos lleva a
ningún sitio lejano y menos en un pueblo, pero que
lo usamos de forma incesante sin ton nison como si
nuestra libertad estuviera ligada a él, y lo que gene-
ralmente liga más con el coche es con el bolsillo,
que ese está sujetado a la cadena del mercado que
57
continuamente nos expropia usando la fantasma-
goría del objeto, el ensueño de que lo necesitamos.
La ruptura del juego social nos aísla, nos pre-
para hacia un mundo individualizado alejado de
los valores que creíamos constituían el hecho
de ser persona, nos encadena al mundo del objeto
deseado, a la creencia de que poseemos, otra vez la
raíz «pos», a ese artilugio del capitalismo que hace
reflejar nuestra vida en la posesión de lo que cree-
mos único. Un mundo cercado por un afuera que
se presenta a través de los medios como el territo-
rio del miedo, el territorio de los otros que no son
tus amigos sino tus enemigos. En cualquier parte
el peligro acecha, esa es su consigna, «encerraos,
nosotros os protegeremos», y el miedo se extien-
de por sus canales, por el poder de la imagen, y
nos controlan para controlar la chispa. El capi-
talismo neoliberal nos desposee de la ciudadanía
convirtiéndonos en mercancías. La pérdida de lo
público y la privatización de los derechos está en
la lógica del beneficio del capital que nos cosifca,
primero compraron nuestra fuerza de trabajo, hoy
están apoderándose de nuestras cabezas y saberes
a precio de saldo. Necesitamos una ecología de lo
social, un enfrentamiento radical contra la expro-
piación de nuestros bienes y cuerpos, recuperar
la relación, la confianza en lo que nos teje y real-
mente nos protege: la seguridad de la comunidad,
la confianza del afecto. Debemos atrevernos a
transformar el interés del capital por nuestro ais-
lamiento y desprotección en una recuperación de
58
lo común. La historia desde el comienzo de la edad
moderna, los últimos y violentos siglos, es la histo-
ria del cercamiento y la expropiación, la historia
colonial, la historia del esclavismo, la historia de la
desestructuración del mundo, de la división entre
ricos y pobres. La crisis que vivimos es una vuelta
de tuerca a esa larga historia de la avaricia, base de
la guerra continua por la apropiación.
La plaza que a mi padre le gustaba era la de los ár-
boles dando sombra alos puestos que se montaban
y desmontaban en el mismo día; mi padre lo conta-
ba como si aquello fuera pura naturaleza, narraba
sus sombras y el ambiente de charla entre la gente
en la espera de comprar. Después, con malos ma-
teriales y asentada sobre un terreno movedizo,
debido a las corrientes de agua que fluían bajo
tierra de tanto manantial, hicieron la nueva plaza
en 1948; esa fue la plaza que conocí de pequeño,
con las resonancias orientales de sus dos torreones
cuadrados en los que se inscribía otro cerrado por
cúpulas que daban fin al semicírculo de su entra-
da, sus dos patios descubiertos rodeados por una
galería de arcos donde estaban los puestos y en
el centro las fuentes de mármol, un ambiente de
zoco... y enfrente la Posá, a ella voy, a quedarme
un rato que me están esperando los otros. No hace
falta que diga que allí nunca se habló de que aque-
llos arcos que se insinuaban en la fachada llena de
59
escudos, blanca, encalä, recortada por otro color
que Mi Tienda le daba a su trozo que tal parecía
un Mondrian gigante, eran en realidad un pórtico;
y menos mal porque si no nos hubiéramos queda-
do sin aquella sala donde todo pasaba, el espacio
social por antonomasia con las sillas de anea y pe-
queño espaldar para esperar según iban haciendo
las faenas o mandaos del día. La sala a mediodía
se iba convirtiendo en comedor con la gente que
traía su comida y no iba a las fondas, las tajás de
chorizo, el tocino, la navaja y el pan y un pañuelo o
servilleta cubriendo las rodillas y para recoger las
migas; un espacio bullanguero donde esperando
que bajara Antonio o bien por oír las historias que
se contaban de la vida de unos y otros, pasaba allí
muchos ratos. Allíla pequeña mesa de madera con
su cajón y el tirador niquelao con forma de concha;
allí aparejos de las bestias o mulos que habían de-
jado en las cuadras interiores; allí Miguel, el due-
ño que entraba y salía de la sala a la puerta gigante
cubierta de metal donde estaba la tercena con las
verduras y frutos; allí por el pasillo cubierto, por el
suelo empedrao pasaban los animales rozando casi
las paredes con los serones ya vacíos o preparados
a llenarse; allí Characha achaparrao, con el pelo
blanco, vivaracho y locuaz que de algo se encar-
gaba en la Posá, aunque nunca me enteré bien; allí
Remes, la hija de Dolores, la mujer de Miguel, que
la llevaba siempre de punta en blanco; allí, por la
noche, echaban las esteras de esparto para que
la gente durmiera junto a la lumbre en invierno,
60
una hoguera de paja muy prensada en una especie
de circulo incandescente al que llamaban, segün
me recordó Remes, la pava. ¡Otra forma de hacer
la pava!; allí dentro en un pequeño patio, que re-
cuerdo muy húmedo, un cuarto con olor a zotal
y el agujero del servicio.
Dela sala partían unas escaleras que subían de
tirón a la vivienda de ellos y a los pequeños cuar-
tos que se alquilaban para pasar la noche en una
cama, o cuando venían del campo embarazadas
para parir en el pueblo y poder contar con los ser-
vicios de la matrona, ¡una posá..., casi de Belén!
Allí, todo mezclado, subíamos a ver la tele, una de
las primeras, y ver lo que echaran, aunque natu-
ralmente el griterío lo formábamos cuando había
fútbol y lo veíamos en la Posá o en lo de Anastasio.
Yo era del Graná, ¡déjate de lo fácil!
A mano izquierda estaban los graneros bajo
el suelo, entonces llenos de paja para las cuadras,
a los que podíamos entrar sin dar mucho cante,
y que a veces eran nuestro refugio para hacer de
tó, valga la redundancia; un poco más adelante,
atravesando el pasillo con el techo alto y arcado,
las cuadras con sus arcos y la ensoñación de que
debajo de ellas había tesoros, como es natural; y
cuando apretaba el calor o sudaos por el juego íba-
mos a beber al fondo de la Posá en su fuente de
agua continua, como era común en muchas casas
de Loja; y allí, allí al fondo la escalera gigante y
recta con los escalones hundidos en el centro por
el tiempo, por la que se subía aquí, entonces era
61
una fábrica de punto y después un almacén que
lo tenían alquilao los de Torillo. Porque aquello,
toda la manzana, era de las Cordonas: Ramona,
Dolorcitas y Pepita.
El otro día le pregunté a Carmencita la de
Anastasio: «¿y tú no recuerdas que alguna vez se
quedaban en la Posá artistas en época que no era
feria?» Me contestó: «tú estás hablando de una
mujer que se llamaba Carmen»; a ella le parecía
que venía a actuar en el Casino aunque no recor-
daba bien cuál era su espectáculo, creía que entre
otras cosas hacía números de magia. Me vino en-
tonces a mi cabeza una mujer guapa, con la mele-
na larga suelta y negra, como salida de un cabaret
que nunca vimos, una figura fuera del circuito de
nuestras pacatas reglas morales, otra mujer dis-
tinta y misteriosa de la que oigo un murmullo de
historias, ensoñaciones sobre su vida, entre otras
cosas porque tenía un hijo de nuestra edad que
nos enseñaba cosas que nosotros o no sabíamos
o no practicábamos, un chico que en su picardía
nos atontaba a todos, una mala compañía de las
que son necesarias para acelerar nuestro cono-
cimiento, Cantarranas, que así se llamaba, tam-
bién era guapo como su madre.
Texto escrito para ser leído en el acto de presentación de la pu-
blicación Miguel Benlloch. Acaeció en Granada, celebrado en
el Centro de Iniciativas Culturales El Pósito de Loja, 17 de enero
de 2014. Publicado como adenda digital a dicha publicación,
Ciengramos, TRN-Laboratorio artístico transfronterizo, 2013.
http://ciengramos.com/era1987.pdf
62
SONIDO
AMBIENTE
Debia ser un dia de septiembre de 1982 cuando
comenzamos la obra. El bajo de Obispo Hurtado
15 había sido un taller de radiadores y el humo lo
había ennegrecido todo. Los tres con el albañil
republicano que nos había recomendado un ami-
go de la corriente de izquierdas de CC.OO. Era un
hombre mayor en paro, dicharachero y agradable
a primera vista, del que decían que era muy fino
trabajando, tan fino como lo enjuto que estaba.
Un mes después llegaron los socialistas al po-
der prometiendo 800.000 puestos de trabajo y sa-
carnos de la OTAN donde a hurtadillas nos había
metido la UCD. Estábamos en plena Transición.
La Transacción.
Todo comenzó aquella mañana cuando en mi
casa sonó el timbre. Era Marino, venía feliz.
«Miguel, traspasan un bar en el Realejo, tene-
mos que ir a verlo. Es nuestro local».
Me sentí contento, habíamos hablado varias
veces de abrir un espacio, un bar de copas donde
pudieran ocurrir las cosas que nos gustaban. Le
63
comenté que igual que con él había hablado tam-
bién con Juan Antonio de que si alguna vez mon-
tábamos un bar estaríamos juntos y eso lo tenía
que cumplir. «Claro —dijo—, los tres lo haremos».
Busqué a Juan para decírselo. «Sí, los tres»,
fue su respuesta.
Marino hacía unos años que había regresado
de Alemania, donde vivió de pequeño con sus pa-
dres, eran los 60, la emigración masiva. A su vuelta
estuvo un tiempo trabajando en Valencia donde
retomó el contacto, que había tenido en Alemania,
con el Movimiento Comunista —la emigración fue
fundamental en la repolitización social—, después
llegó a Granada, había nacido en Caparacena, un
anejo de Atarfe, cerca del pantano de Cubillas. Yo
también militaba en el MC. Eran los primeros 70,
tiempos de clandestinidad, donde a pesar de la
estanqueidad, palabra que señalaba la incomuni-
cación directa entre los integrantes de las diver-
sas células, más o menos nos conocíamos todos.
Tampoco éramos tantas.
A Juan Antonio lo conocí a finales de los 70.
Concurríamos por algunos de los nuevos bares,
como el Sefru, donde se encontraban los homo-
sexuales que habían decidido dar la cara, la gente
del FHAR (Frente Homosexual de Acción Revo-
lucionaria), donde él militaba, y el MLH, los pri-
meros grupos en Granada por los derechos de los
maricones, como entonces nos gustaba llamarnos
dándole la vuelta a la tortilla; también lo frecuen-
taban modernos dispuestos a atravesar los límites
en aquella nueva realidad que creíamos nuestra.
64
Muy pronto nos hicimos grandes amigos, sobre
todo desde que se fue aviviracasa de Hilaria en
Cartuja. Para mi Juan significaba entrar de lleno
en un mundo de nuevos amig+s, muchos de ellos
maricones, que andábamos aflorando como setas
en otoño, pasando de una vivencia oculta y en so-
litario a esa colectividad gozosa de la afirmación.
El local que traspasaban nos pareció caro y
no demasiado grande para lo que queríamos. Nos
dijimos «haremos nuestro bar», metiéndonos de
cabeza en una decisión que sobrepasaba nuestros
conocimientos, no nuestra ilusión. El dinero nos
lo dejaron nuestras familias, no mucho, un poco
que creíamos bastante. El que yo puse provenía
de un dinero que mi madre tenía para mi boda y
que ya habían usado mis hermanos para casarse
y ella, siempre generosa, me lo dio sin más discu-
sión. Cuando se lo pedí le dije, yo no pienso casar-
me, prefiero poner un salón de banquetes.
Enseguida nos dimos cuenta que no teníamos
bastante y tuvimos que pedir un préstamo.
El nombre, Planta Baja, era el mismo de un
local de Valencia que conocíamos los tres y nos
gustaba mucho. Juan había hecho la mili en Va-
lencia y había vivido allí un tiempo como Marino;
mi padre y mi madre eran valencianos. Tal era en-
tonces nuestra relación con Valencia que la barra
se hizo con azulejos tradicionales que ellos eli-
gieron en Castellón, como la vajilla, con un toque
clásico, que la gente fue llevándosela con la mano
de atrás; después de transcurridos unos meses de
estar abierto no quedaba un plato.
65
La idea de la cerámica también le había gustado
a Luis López Silgo, un arquitecto joven con quien
trabajamos y que había abierto el Silbar, un lugar
para oír la nueva música española y donde, entre el
humo denso del aquel sitio que simulaba un túnel
de tren, escuchaba Aviador Dro, uno de mis gru-
pos preferidos de los 80. Luis era para nosotros el
referente que daba forma a nuestras ideas, como la
novedosa instalación para extraer el humo del bar.
Consistía en poner sobre las placas de escayola del
techo una red con tubos rectangulares de cartón,
apenas de veinticinco centímetros, que recogerían
los humos a través de una rejilla como las de las co-
cinas. Argumentaba, y anosotros nos encantó, que
era una instalación muy barata y ecológica, palabra
que apenas entonces se oía, cuyo uso refería a las
políticas del recién creado partido verde alemán y
que parecía no tener nada que ver con lo que pasa-
ba aquí, tanto que a Nico, un amigo, le llamaban el
ecologista, como una forma simpática de guasear
semejante exotismo militante. La instalación falló
estrepitosamente, era tanta la gente que aquellas
rejillas apenas podían tragar el humo del tabaco,
mezclado o sin mezclar, y a pesar de que apenas
nadie protestaba decidimos quitar los cristales de
las ventanas, hasta que hartos de la humareda y
pensando que el aguante del personal tendría un
límite, decidimos cerrar el bar para tirar el techo de
escayola, apareciendo de nuevo el techo ennegre-
cido, corriéndose el rumor de que habían puesto
una bomba. Pero la bomba fue una gran máquina
de extracción de humos y aire acondicionado. Y el
66
bar volvió a su jarana. En Granada, por aquellos
años apenas se veían lugares climatizados y menos
bares, de cualquier tipo que fueran.
El Planta, al que algunos comenzaron a lla-
mar, en tono cariñoso, el Plasta, era una barra de
azulejos trazada con aquellas curvas tan sensua-
les, ideadas por Luis, que se reproducían en el
techo mediante una cornisa rodeada por un neón
amarillo. Los azulejos rodeaban el bar con un zó-
calo igual de alto que la barra y el resto del espacio
pintado de un gris que estaba tan de moda, con las
ventanas de marcos de madera teñida con anilina
amarilla. Aquel espacio era una mezcla entre la
tradición y lo nuevo, mezcla y remezcla de todos
los saberes. El diseño había llegado a nuestras
vidas, tal y como llegó al país, como para dar luz
después de tanta oscuridad.
La obra avanzaba en medio de una enorme
ilusión buscando que todo fuera tal y como imagi-
nábamos. Marino centrado en que todo estuviera
hecho con precisión y buenos acabados; negocian-
do con los bancos, con los proveedores...; Juan y yo
al lado de él en los tratos comerciales, admirando
su tozuda convicción en lo que argumentaba para
sacar el mejor precio, hasta el punto de que siempre
lo recordaba cuando con Joaquín Vázquez comen-
cé a desarrollar la plataforma BNV Producciones,
mi nuevo trabajo desde el 1988, cuando, ya ido de
Granada, nos tocaba negociar cualquier cosa.
Juan tenía mil ideas sobre lo que quería hacer,
sobre todo con las músicas que se oirían en el bar;
yo, como siempre, dándole a todos los palos sin
67
dominar ninguno. Los tres trabajäbamos apren-
diendo el oficio con el albañil. Cada varios días
iba con Juan a tirar cascajo y volvíamos con sacos
de arena que teníamos que llenar nosotros en los
sitios de distribución. Cuando descargábamos
los sacos más de una vez nos dijo Marino: «Os los
venden llenos y vosotros los traéis medio vacíos»,
nuestra respuesta era: «No podemos con más o te
crees que somos burros de carga». Y nos reíamos,
haciendo de nuestra debilidad virtud, sabiendo
que habíamos hecho lo que podíamos y no íbamos
a hacer más.
El albañil no avanzaba, si al principio coloca-
ba al día doce placas de escayola con los malditos
alambres y la estopa que las sostenían al techo,
poco a poco se fue haciendo interminable y enci-
ma sin saber cómo decirle, nosotros comunistas,
a un republicano, que íbamos muy lentos; los ner-
vios se nos comían viendo cómo se evaporaba el
dinero, pagándole por días y no por obra hecha;
además el hombre, aparte de abrumarnos con tan-
tas historias como contaba, al principio divertidas,
resultó borrachín y cada dos por tres parón y a
mediodía tras un sinfín de cervezas, donde nunca
tomaba tapas, volvíamos al trabajo apenas sin co-
mer atravesando como podíamos el sopor de la
tarde. Alguna vez su mujer, sabiendo que su ma-
río no comía, se traía la cesta con la comida para
todos y animar a que ese hombre comiera. Y allí,
en medio del yeso y el cemento, nos poníamos a
meternos los platos que esta buena mujer cocina-
ba, nos gustaran o no. Al final de la tarde él se iba
68
con los ojos como brótolas, pero eso sí muy peinao,
porque ese hombre había sido guaperas.
Una tarde, al final de la jornada, cuando ape-
nas había colocado en todo el día 15 azulejos, llegó
el momento de comunicarle al albañil que íbamos
a meter a otra persona más para poner el suelo.
No le dijimos no venga más, que es lo que se mere-
cía por la tomadura de pelo, simplemente que iba
a venir otro albañil para avanzar; cuando lo oyó
refunfuñó, nos miró con desprecio, y al finalizar
la faena ese día se limpió, se arregló, se fue y no
volvió más. Respiramos, ¡ufff! Era tanta la har-
tura que teníamos que jamás revelamos el carre-
te de fotos que hicimos sobre la obra y donde él
aparecía. Aquellasimágenes desaparecieron para
siempre.
A los pocos días comenzó a trabajar un gra-
naino emigrante en Alemania que estaba de vaca-
ciones en España. Todos los días aparecía por las
mañanas con su flamante mercedes, en un mes co-
locó el suelo, terminó la instalación de azulejos, los
aseos, y otros flecos. Pepito, un electricista amigo
de López Silgo, terminó la instalación, pintamos,
bebidas, refrescos y flores y la música sonó por fin
en una noche inmemorable, porque lo único que
recuerdo de ella era la gente bebiendo las jarras de
agua de Graná que repartíamos con canapés, un
sucedáneo del agua de Valencia, cóctel a base de
cava o champán, zumo de naranja, vodka, ginebra
y triple seco, tintada con jarabe de granadina que
le daba un color rosa a la bebida y un morao consi-
derable al público que la bebía.
69
No crean que nuestra experiencia en baresera
mucha. Cuando los partidos politicos comenza-
ron a poner las casetas en el Corpus, en los últimos
años 70, como signo de los nuevos tiempos, Mari-
no y yo nos habíamos encargado con otros de mon-
tar la del Movimiento Comunista de Andalucía,
que pronto se llamó El Meneillo; primero estuvo
en la Bomba, un año en el Violón, después subió
al emplazamiento actual. La caseta fue nuestro
manual, con él aprendimos a llevar una barra, tra-
tar con proveedores, controlar las ventas y estar
construyendo la fiesta. Las casetas del MC eran
un éxito por su música, la mescolanza de amig+s,
Juan estaba siempre por allí, creo que ya entonces
vivíamos juntos en un piso de Ribera del Violón,
aquel piso comuna (como una no hay ninguna); el
taller de bares, como se diría ahora, lo habíamos
realizado durante varios años, una carrera com-
pleta que nos permitió construir un lugar donde
nuestros amig+*s se divirtieran juntos.
También habíamos vivido la noche del Sacro-
monte donde estuvo la marcha hasta principios de
los 80, en las cuevas, laberintos horadados donde
las nuevas músicas se enredaban con la copla y el
flamenco atravesando el humo de los canutos y el
alboroto de los espectáculos transformistas, que
era como ir a ver a las amigas, disparatando sin ce-
sar para fomentar la risa, el aspaviento y la pluma.
Si cierro los ojos y pienso una Granada divertida
y absolutamente nueva tras la tristeza en blanco y
negro de la dictadura, vería aquel Sacromonte mx,
máximo en juerga, apoteosis liberadora que abría
70
el alba. Aquello duró hasta que no se cupo con tan-
to coche, tanta gente y tanta presión municipal.
Y la bulla bajó a la ciudad, a Pedro Antonio del
Alcohol, eso era lo nuevo, Pedro Antonio parriba,
Pedro Antonio pabajo.
La ciudad irradiaba energía, se respiraba una
libertad que parecía llenarlo todo, lo que antes
no era posible ahora lo era, éramos abiertamente
rojos, modernos, maricones... Las nuevas institu-
ciones municipales, visto en lo que se han conver-
tido, eran algo más cercano, formadas por gente
con quienes, con diferencias, habíamos convivi-
do, pero poco apoco se fue apoderando de ellas la
renuncia a todo lo que sonara a participación. La
cultura era patrimonio institucional y lo que no na-
ciera de su propio interno no existía. Nunca exis-
tió, ni existe, una política cultural por más que la
ciudad hirviera de propuestas. Por otra parte, y en
todo el país una comprensiva frivolidad despreo-
cupada y despolitizada seiba instalando. Portodos
lados se oía que la nueva situación era para crecer
y despreocuparse de una vez de aquella situación
asfixiante del franquismo; aquellos con quienes
habíamos sido rojos se destintaban, hablar de po-
lítica se había convertido de la noche a la mañana
en un tostón que practicábamos los que quedamos
cabreados y distantes del pacto del nuevo régimen
que hoy aflora corrupto. La revolución se había
apagado, aquella idea del comunismo redentor era
ya una vieja historia.
Cada vez más entre los restos del naufragio de
la militancia política antifranquista de izquierdas,
71
y sobre todo de lo que se había llamado izquierda
revolucionaria, se empezó a hablar de feminismo,
de ecología, pacifismo, políticas que tocaban la
vida, que cambiaban nuestra subjetividad, que nos
distanciaban de un comunismo sin individuos con
sus vidas vividas. Comenzamos aindagar y a saber
qué había debajo de aquella palabra que la mayo-
ría detestaba, decirse feminista era para nosotras
algo que comenzamos a sentir como constituyen-
te de una forma de ser en el mundo. Palabras que
se han ido desparramando ampliando su sentido,
desde las que se ha construido la resistencia y la
acción en los nuevos tiempos que quieren abrirse.
El Planta apoyaba los nuevos movimientos sociales
cediendo el local para fiestas y otras actividades.
Bajo la planta baja estaba el sótano, un lugar sin
apenas ventilación, que habíamos convertido pre-
cariamente en una sala para realizar actividades;
se bajaba por unas angostas escaleras de caracol a
la que se accedía por una puerta de cristal transpa-
rente con el nombre del bar grabado, y sobre ella,
en una caja de metacrilato los tres rayos de neón
refulgentes, símbolo del bar. La bajada por la es-
trecha y empinada escalera era el primer colocón,
te encontrabas de pronto con aquel espacio donde
sucedían nuestras cosas y las de las otras, como la
exposición de maquetas de Inma Rodríguez, cons-
truidas como cómics tridimensionales recreando
espacios imaginarios, convertidos por una especie
de alucinación en crónicas de hábitats posibles,
maquetas sensuales, maquetas sacrílegas, maque-
tas cubiertas por una inocencia irreverente a las
72
que mirabas desde distintas alturas irrumpiendo
como un Gulliver descomunal en la escena. En la
maqueta que hizo del Planta estäbamos como vi-
vos en un tebeo reconstruyendo el ambiente de
una noche placentera, donde ya no cabia nadie
mäs. Como decia Juan «En el Planta estaban todos,
mis amigos, mis amantes y mis enemigos». Así fue
desde el principio, desde el día de la inauguración,
gente, gente, gente y más gente. ¡Al Planta!, era la
nueva consigna, y allí, donde ya sobraban las me-
sas de mármol con los cincuenta sillones finos y ba-
ratos, no cabía nadie más. Pedir en la barra era un
ejercicio de contorsionistas, oírse en aquel barullo
donde sonaba la música de Juan imposible y solo
Juan en su cabina azul grisácea: «Aquí no se pone
La Polla Records, aquí la polla que hay es la mía
y no es precisamente record», frase inolvidable y
desmitificadora de aquel rock radical macho. En
el Planta confluía todo el desparrame, era el espa-
cio que creaba el roce entre las distintas formas de
estar y hacer.
El Planta era la interrelación que producían
nuestras vidas, la de Juan, Marino, la mía y la vida
de los otros, nuestr+s amig+s, las incondiciona-
les, las que seguimos queriéndonos, las adorables
irredentas como la Mati, Mati Córdoba, muy ac-
tiva en los feminismos; Willi Chacón, moderno
de izquierdas de Lacan lacón que nos unió a La
Visión; Micki, Fernando y mi Fonsi Carnicero por
donde oíamos también músicas e ideas nuevas;
o el Maresca de los mil proyectos que de vez en
cuando, cada vez más, abandonaba La Tertulia,
73
otro bar inacabable, para abrir su campo de visión
y se plantaba en el Planta presentando la nueva
etapa de la revista O/vidos de Granada con Luis
García Montero, otro asiduo.
La idea, después tan usada, de un local que se
transformara de cafetería con música a garito vi-
tal y ruidoso no funcionó. Era la cruz del Planta,
ira trabajar para servir tres cafés me producía un
aburrimiento extremo que alguna tarde se veía
compensado con las visitas de Mari Carmen Cha-
cón con quien me gustaba charlar y reír mientras
iban cayendo algunos de los tocinos de cielo ca-
seros que vendíamos y alguna copa de coñac en
copa balón.
Así me pienso ahora, como aquel Planta de
base roja sobre la que todo puede crecer, un lugar
espirituoso donde el espíritu se hacía carne, a ve-
ces solo carne, para crear proxemia, aproximación
de espacios corporales, interrelación, construc-
ciones móviles de la identidad; un territorio sin
fronteras que acortaba distancias entre quienes
lo habitaban, donde cada cual reivindicaba a su
modo su ser individual, produciendo un espacio
de conocimiento del otro y aunque rajáramos los
unts de las otr+s era porque estábamos próxim+s,
viéndonos como una comunidad polimorfa habi-
tando la noche.
Granada se activaba como una ciudad donde
sucedían cosas desde la creatividad de la gente,
ya fuera música, teatro, diseño o arte. El Ayun-
tamiento con Mariló García Cotarelo, la prime-
ra concejala de Cultura, gran amiga hasta hoy,
74
apoyando iniciativas tan absolutamente extra-
ñas en todo el país como el SIMA (Semana de la
Música y la Imagen Actual), una idea organizada
por La Visión, pioneros de la producción de con-
ciertos, fanzines y distribución de conocimientos
desde donde accionaban, Anne Zinc y los herma-
nos Carnicero, entre otros, actuando grupos in-
gleses como A Certain Ratio con sus trompetas,
sintetizadores y otros artilugios electrónicos, o
23 Skidoo una banda que mezclaba sonidos indus-
triales, post punk y músicas africanas.
Los grupos de música que cambiaron el sonido
de Granada, TNT, KGB, Magic, los 091, actúan en
el sótano. Rimado de ciudad, las coplas de pie que-
brado que había hecho Luis García Montero con
la producción de Mariano Maresca y el sonido de
Magic y TNT, beavy con punk, suenan potentes
en su estreno, un disco 33rpm que cuenta también
con el patrocinio del Ayuntamiento de Granada.
Todo mezclado en una horizontalidad que poco a
poco, aceleradamente, comenzó a perder pie hasta
convertir la cultura en una mercancía y entregar la
ciudad a las hordas de turistas.
La política municipal no supo amalgamar la
interconexión entre el bullicio creativo de la ciu-
dad y aquellos eventos que traían a Granada lo más
experimental de distintas disciplinas como el es-
plendido Festival Internacional de Teatro o el Fes-
tival de Jazz con aquellos magníficos y costeados
carteles de Juan Vida y Julio Juste que convertían
a la ciudad en un soporte expositivo, donde tam-
bién destacaban, llenos de humor y política, los
75
carteles del MCA. Festivales que no eran concebi-
dos como un fenómeno espectacular e irreflexivo,
tal y como hoy se desarrollan las escasas políticas
institucionales, sino que conservaban el marcha-
mo de acción y pensamiento de las políticas cultu-
rales que se habían hecho en los años finales del
franquismo en facultades como la de Filosofía y
Letras y la de Ciencias, lo que se llamaba depar-
tamento de actividades culturales, donde alum-
nos y profesores trabajan para darnos a conocer lo
que se hacía de interés en el país, con el profesor
Trigueros y Manolo Llanes a la cabeza. La noche
terminaba para actores y público en el Planta, en-
tre el glamur deshilvanado y el debate errático del
alcohol y las «cosas».
Por allí pasó casi todo el mundo que tuviera
que contar algo, ya fuera teatro como Ramón Ri-
vero con La legionaria, 20 días seguidos llenando
y con entrada de pago, la vida de las putas hecha
carne por mor de un relato espléndido de Fernan-
do Quiñones; las fotografías de los habitantes del
Planta realizadas y luego expuestas por Pablo
Pérez Mínguez en el propio sótano; la exposición
con el tendedero de los Parejo School, un grupo de
Málaga del que se decía que para ser Parejo solo
bastaba con tocara uno de sus integrantes, tal era la
dilución de autoría que practicaban en los albores
ochenteros con esa radicalidad de sus acciones que
para mí son un referente imprescindible; o aquella
acción Sida da que Las Pekinesas realizamos para
nombrar el sida en aquellos años de una forma ácida
y divertida cuando nadie hablaba de sida y nosotras
76
no sabíamos lo que era una acción o performance.
Y Juan, san Juan de Villanueva de la Reina, mago
de la música, azote de todo lo vulgar, siempre en
el centro estando en el lado, mi hermano querida,
poniendo música a mis poemas cuando tocaba re-
cital. Le leía el poema y él decía esta y nunca pro-
babamos dos porque esa música ya le daba la vida
y entraba en trance.
Arriba, junto ala barra, actuaba 4/ Karri, nues-
tro Antonio Carrillo; entraba a escena arrastrán-
dose desparramado por el suelo, saliendo del WC
como una áspid trans zigzagueante, una aparición
más allá de la travesti, una Salomé heterodoxa
anormativa, que devoraba historias y canciones
apoyada en la barra del bar con ojos de kohl Cleo-
patra Taylor, delgado como una línea, capaz con
una sábana de hacernos estallar la imaginación
y ponernos travestis perdías anunciando lo que
después fue el Cutre Chou y Los Derribos Chari.
Su acción espectacular y protoqueer se llamaba
Doble W Titanlux, una mezcla de alcohol y agua a
ras del suelo que se despeñó por mi imaginación
en un sinfín de normas a pulverizar.
El Planta era ya la desnorma, un lugar propicio
al paroxismo, una babel disconfusa que atraía los
cuerpos produciendo el dulce caos de una noche
feliz y la aparición fulgurante en la escena de un
bar de todo lo que en Granada era abierto y al que
los timoratos llamaban de maricones en una sinéc-
doque donde hacían el todo de aquel cruce de cuer-
pos libres, al que intentaban definir con un intento
de insulto que nos resbalaba.
77
No me acuerdo de quién fue, ni cómo pasó,
pero habían grabado para televisión unas imá-
genes del local en pleno estallido nocturno que al
poco tiempo se convirtieron en el recurso que los
telediarios de TVE, la única cadena entonces, usa-
ban cada vez que daban noticias relacionadas con
la juventud: que si del paro, que si de las drogas...
una especie de fario o maleficio ritual que comen-
zaban a usar para ir problematizando la noche,
controlarla y normativizarla, aplicando un corsé
que aprisione la vida.
Aquí en este libro encontraréis otros relatos
de la voz coral que fue el Planta de Obispo Hur-
tado, aprovecho y saludo a quien está hablando en
otras páginas extendiendo sus experiencias sobre
el poliedro de este lugar que nunca fue circunfe-
rencia; por ejemplo, miamigo Antonio Rodríguez
Vázquez, a quien unos cuantos llamamos El pri-
mo, pero realmente el padrino que movía los hilos
que hicieron nacer a finales de los 80 el Espárrago
rock, el primer festival en España. Su éxito, la ca-
lidad y remezcla de sus programas y sobre todo su
independencia fueron algo que dejaron caer, tras
resistencia numantina, las instituciones públicas,
como antes habían hecho con el FIT (Festival In-
ternacional de Teatro) o el SIMA. Las políticas
culturales no quisieron, ni supieron, potenciar los
lazos creativos de los agentes culturales, ni crear
las infraestructuras relacionales de producción
que hubieran posibilitado el despegue de la ciudad
como un referente cultural, como vino siendo en
los 80. El Planta, lejos de ser apoyado, empezó a
78
sentir el peso de ese poder que ya en los go, con el
nuevo Planta, intensificó la represión utilizando
el cierre del local bajo cualquier pretexto como
una advertencia para otros locales. El control se
extendía escrito en un sinfín de normas sobre la
conducta de los ciudadanos en esa peste uniforma-
dora que venía de Europa, ¡fronteras a gogó!
La potente Granada, y aquella amalgama crea-
tiva, fue disolviéndose en esa conciencia institu-
cional de sobrepoder tejida sobre la arrogancia
ignorante. El país también. Todo se fue apagando,
el referéndum de la OTAN, la esperada traición
del PSOE se hizo realidad, el desencanto lo cu-
brió todo disolviendo lo político en la conciencia
popular, la democracia comenzaba a construir sus
redes clientelares, compraba y vendía, iba tejien-
do la espesa falsedad de su esencia, la desmesura
de sus corrupciones, la nulidad de su poder en
manos de los mercaderes corrompiendo políticos
y viceversa, hasta llevarnos a esta crisis producida
donde la desposesión es la norma suprema. ¡El rey
está desnudo! Siempre lo estuvo, el 15 M fue el grito
que recrea la esperanza, volver ala política, actuar,
compartir, volver a ser unt en l+s otrts.
Lejos queda el Planta, desde él mi vida se orien-
tó en un sentido más completo para atravesar el
territorio de la creación, un espacio transcendente
de límites ignotos donde poder creer y creerme. El
nuevo Planta que diseñó Piero Calvi no acabó de
entender la posibilidad de unir la música con otras
prácticas culturales, la deseada fusión con BNV,
la productora cultural que habíamos creado en
79
Sevilla recorrió algunas experiencias bajo el epi-
grafe de Carta de ajuste, pero esa fusión no acabó
de realizarse, el análisis de ese fracaso necesitaría
de ganas y páginas que no están escritas.
Terminemos felices. [Töcala Juan! The Smiths,
Front 242, Cabaret Voltaire, New York Dolls,
Joy Division, Echo& the Bunnymen, The Com-
munards, Tuxedemoon, Bauhaus y nuestro The
Durutti Column.... La música siguió sonando,
ardiendo en aquel espacio que había crecido con
nosotros. Juan con su amor por lo que está debajo
de las cosas, su afán en comunicarlo, la capacidad
de unir desde su radicalidad, disparó el sonido en
la ciudad. Grupos, maquetas, canciones, el canto
de los pájaros... para intentar crear cuerpos des-
normativizados, cuerpos libres.
¡Déjate de zombis!
Sonido ambiente.
Texto escrito para la publicación Planta Baja 1983-1993, Cien-
gramos, TRN-Laboratorio artístico transfronterizo, Granada, 2015.
http://ciengramos.com/planta-baja/
80
DERERUMNATURA.
CRÓNICA DE
LA ENFERMEDAD
Y LA SANACIÓN
La sala de espera de la clínica de mi padre estaba
todas las mañanas llena de enfermos, los familia-
res que venían con ellos hablaban como en una
peluquería —por cierto había una en el piso de
arriba—, el murmullo me iba despertando. Dor-
mía junto a la sala de espera, separado por un pa-
sillo; detrás de la cortina larga alpujarreña estaba
mi cuarto donde despertaba los días entre quejas
y conversaciones en voz alta entre unos y otros
contando sus cosas: las cosas de sus cuerpos, cuan-
tos puntos tenían sus cicatrices, su dimensión, los
dolores que habían soportado, las faenas que ha-
bían hecho aquella mañana en el pueblo, el precio
de los alimentos, los mandaos por hacer; cosas de
la vida que se mezclaban en mis sueños indicándo-
me que mi padre iba a aparecer de un momento a
otro en la consulta y que posiblemente no le gusta-
ría verme en la cama a las once de la mañana, mien-
tras él desde una hora muy temprana veía enfermos
en el seguro. Holgazaneando me levantaba y cru-
zaba la sala dando los buenos días a los enfermos
81
con la naturalidad de la costumbre de despertar
entre ellos. Me miraban al pasar como quien mira
aun fantasma ojeroso y desvaido que irrumpe sin
esperar parando las palabras de sus cuitas.
Era noviembre de 2002, Sevilla, ambulatorio
de la plaza del Pumarejo, abandoné la sala de es-
pera del ambulatorio que visitaba por vez primera
para entrar en aquella consulta donde la doctora,
fría y eficaz, me informaba del resultado del aná-
lisis, tenía hepatitis C, una enfermedad de la que
apenas sabía nada. «No podré beber más», fue lo
único que di por cierto. De la consulta del ambula-
torio al especialista en el hospital pasó un tiempo,
mientras tanto me informaba de lo que me suce-
día: me había contagiado del virus en un contacto
sangre sangre, la única forma que te puede pillar.
Podría llevarla agazapada muchos años y comencé
a darle sentido a mi incapacidad para levantarme
por las mañanas cuando apenas bebía alcohol y que
yo achacaba a una flojera intrínseca en mí. De
pronto un día me vino a la cabeza una donación
de sangre que realicé allá por los años 70, enton-
ces no se tenía la prevención necesaria con las je-
ringas, pero poco a poco empezó a no importarme
nada, ni el modo, ni la forma, ni cuando la había
cogido, estaba en mí, era mío.
El VHC entraba en mi vida sin apenas dolor,
decidí contarlo a los cercanos, casi siempre lo he
hecho, es mejor, pero también es una comunicación
que no acabas de terminar, siempre queda algo por
decir, lo reservas en un reconocimiento del cuer-
po como tuyo, como de uno, esa unidad siempre
82
contaminada y violenta. Sanar, curar, restablecer
un ser que has abandonado, ponerte en manos de
otros, médicos que aparecen cada vez con mayor
frecuencia y diversidad, especialistas en tu enfer-
medad, conocedores de las técnicas, protocolos,
diagnósticos, que te dicen a la cara la gravedad o
levedad de los percances que te suceden, pero son
distintos, focalizados en su especialidad, la ma-
yoría no ven más allá del circuito corporal y rara
vez tienen palabras de afecto o consuelo. El primer
especialista que tuve era un ser huraño y tosco que
todo lo decía de forma desagradable, hace catorce
años y no recuerdo situaciones concretas, solo me
vuela en la cabeza el desamparo que sentí en aque-
lla consulta que visité durante bastantes meses;
allí, después de un año de estar diagnosticada la
enfermedad, y empeñándome en ello, me medica-
ron la primera esperanza de sanación: el interferón
con la ribavirina.
La enfermedad informa de la disyunción entre
un cuerpo autónomo y el pensamiento como
lugar desde donde relacionas tu cuerpo con lo
social y contigo, el cuerpo interno, llamémosle
así, se disfunciona así mismo, altera sus pro-
cesos sin conciencia de que existan.
El verano que pasé en Loja lo recuerdo lleno de
mosquitos, me pareció notarlo porque sobre la
primera semana de agosto me invadió una espe-
cie de picazón, unos puntitos rojos que llevaban
unos días molestándome, cada día eran más y a
83
mi generalmente no me suelen picar, pero aquello
no podian ser sino mosquitos, eran ya tantos que
comencé a poner Betadine en cualquiera de los
puntos rojizos, la piel reseca la embadurnaba de hi-
dratantes, recuerdo a Cristina y otr+s amigts cui-
dándome, tratändome con polvos de talco y aquella
camisa de seda verde botella que apenas me rozaba
y que se convirtió en el uniforme de todos los días;
Joaquín no puede soportar vérmela puesta como
una camisa cualquiera. Nadie dijo, ni yo lo pensé,
que eso que me pasaba «era para que lo viera el mé-
dico en Sevilla», los mosquitos habían desapareci-
do, estaba ya seguro que eran los medicamentos,
pero me seguía poniendo el medicamento sanador,
todas las dosis prescritas, aguantando el tirón y
tomando paracetamol. El interferón tenía muchos
posibles efectos secundarios que en mí se mani-
festaba como si tuviera una gripe que me agotaba,
pero a la vez sentía la necesidad de una actividad
constante hasta caer roto.
En julio, creo que de 2004, cuando apenas lle-
varía unas semanas de los 12 meses de tratamiento
prescrito fui unos días con mis hermanos a Bena-
guacil (Valencia). Todos los años vamos los cinco
aencontrarnos en la casa donde vivía mi madre, lo
que para mí era un placer, entrar en aquella casa
donde ella parecía estar, se convirtió en una situa-
ción incómoda, mi genio se desató, mi mal genio
quiero decir, todo me parecía mal, hasta mi cama, a
la que hacía falta cambiarle el colchón, pero no era
necesario obligar a mis hermanos a cambiar tam-
bién los suyos; ellos, con paciencia, me calmaban
84
trayendome un nuevo colchön y somier, aguantan-
do mis repentinas iras. Una energia enfermiza se
apoderö de mi, necesitaba arreglar cosas estropea-
das, sanear los bajos de las paredes del pasillo que
estaban abombadas por la humedad y detrás de una
faena otra, como movido por un mecanismo que
estaba en mí y a la vez no controlaba.
Aquello también me sucedió en Nerja donde
a cualquier hora bajaba a la playa a coger piedras
blancas que tuvieran un tamaño parecido, deam-
bulaba por la arena buscando aquellos tesoros que
me llevé a Loja, al campito, y con las que hice unos
escalones empedrados con los guijarros. Ahora
los miro y doy por buena aquella faena obsesiva.
La enfermedad produce extrañamiento, si-
tuándote en otro lugar.
Cuando aparecí de nuevo en Sevilla, dado mi es-
tado, el médico interrumpió el tratamiento y mis
amigos sevillanos pensaron de todo al verme así.
Entonces tomé la decisión de cambiar de hospi-
tal, al principio el virus desapareció, pero a la si-
guiente revisión me comunicaron que había vuelto
a aparecer, ya no había más tratamiento eficaz.
Comenzaron las pruebas para saber por qué era
alérgico a la ribavirina, nada se solucionó y deci-
dieron ponerme interferón solo; junto alo extenso
del tratamiento y sus molestias, la conclusión fue la
misma: el virus desaparecía con el interferón pero
en cuanto terminaba el tratamiento volvía a apa-
recer y el hígado atacado por ese extraño cuerpo
85
viral comenzö a deteriorarse. La cirrosis ya ha-
bitaba conmigo, los años fueron pasando con los
controles y como decían los sucesivos médicos que
me fueron tocando: mi hígado estaba compensado
que era lo importante. Yo seguía tomando Sumial,
un medicamento para que la sangre vaya a me-
nos velocidad por el hígado y evitar en lo posible
la producción de varices esofágicas, lo que quiere
decir que debido a su velocidad la sangre no se abra
sitio por otros caminos que en principio no exis-
ten, pero el Sumial, que también se usa para buscar
cierta tranquilidad, comenzó a cambiar mi capaci-
dad de concentración debido a su ingesta de años
y mi memoria se deterioró; incapaz de seguir el
ritmo de trabajo en BNV, pedí la baja médica.
Más tarde llegaron los nódulos como navesin-
vasoras que traían un nuevo mal, el hígado se veía
poblado por pequeños tumores de variados tama-
ños de los cuales sobresalían varios más grandes
que podrían ser cancerígenos, las fallidas biopsias
no me salvaron de ser hospitalizado y mediante
radiofrecuencia quemaron los nódulos que sospe-
chaban de su negatividad y al parecer todo salió
bien. El hospital era ya la segunda vez que me visi-
taba, ponerme el pijama, subirme ala cama móvil,
los paseos del personal sanitario, las visitas siem-
pre bien recibidas, mis amig+s, mis hermants y yo
con una normalidad que debo de haber aprendido
de performancear y sujetar la vida a un ritual que
vivo con cada vez más tranquilidad y del que no
acepto el dolor. Vete dolor, no me harás daño.
86
La constatación de la alteridad del cuerpo,
otro cuerpo en el cuerpo, provoca no solo un
combate entre lo que debía ser y lo que no es
desde un punto de vista fisiológico, sino que
increpa a la conciencia de sí provocando un
otro que no esperas.
Una constante de mi cohabitación con el virus eran
los comentarios de la gente que con afecto me de-
cía «tienes muy buena cara, mejor que la anterior
vez que te vi», realmente era un consuelo pero yo
ya debía tener la cara reluciente como un espejo
de tanta mejora; me recordaba a esos anuncios de
detergentes que siempre lavan más blanco, debie-
ron empezar con un tono gris sucio pues si no no
se explica de donde podría salir tanta blancura.
La diferencia es que los comentarios sobre mi cara
irradiaban cariño y cierta compasión y en los de-
tergentes puro engaño publicitario.
Empezaron los rumores de que iban a salir
nuevos medicamentos más eficaces para curar la
hepatitis C, tenía un hígado compensado y des-
trozado y el fármaco nuevo no acababa de llegar.
Cuando llegó y comenzó a ser aplicado de forma
más 0 menos masiva, gracias a la movilización de
los enfermos de VHC, a la exposición pública de
sus vidas, a la sensibilización de los medios por las
acciones de unos enfermos que luchaban por todos
nosotras, los miles y miles de afectados comen-
zaron a tener esperanza; al gobierno del PP no
le quedó más remedio que aprobar directivas para
la receta de este medicamento, un protocolo que
87
recogia su aplicaciön en primer lugar a todas los
afectadas por la cirrosis. Los servicios de salud de
las autonomias comenzaron a dispensar y pagar
el medicamento a pesar del elevadisimo precio
impuesto por las multinacionales farmacéuticas,
para quienes la curación no es más que un objeto
de mercadeo sujeto a la ley de la oferta y la deman-
da sobre el cosificado enfermo al que ven como un
valor que les produce beneficios.
Ya tenía el medicamento conmigo, su poder
de curación según decían era cercano al 100%, no
tenía efectos secundarios y debería tomarlo por
seis meses, nada que ver con el interferón. Comen-
cé a tomarlo con veneración, ¡aquí estaba la cer-
cana sanación!, una lucha de igual a igual entre el
virus y la pócima, un combate interior que debía
restituirme a un lugar que había abandonado hacía
catorce años, alejando de mí el cansancio crónico,
el control de las horas de mi actividad, la recupe-
ración de la ocupación perdida.
Los primeros controles fueron optimistas, el
virus no estaba y así fue hasta el final de la me-
dicación. Al primer control médico después de
finalizar la prescripción Joaquín me acompañó,
como venía siendo habitual en los últimos años,
dándome protección en la intemperie. Nos in-
formaron que el virus había vuelto a aparecer, el
100% se convirtió en 0%, la esperanza en frustra-
ción, la alegría en pena y todo comenzó a volverse
gris y oscuro. En otra persona que conocí un día
en la sala de espera también había fallado. Éra-
mos los dos casos en todo el hospital.
88
Hacia tiempo que era un caso de estudio, me
veía derrotado, de nuevo pensar en cómo resur-
gir, desde dónde contemplar mi vida en medio de
los otros, amigos, amigas, hermanos, hermanas.
Todo aquel que te ama y a quien tú amas es el re-
fugio desde donde buscar la luz tranquila que nos
prepare para todo, un todo habitable y sostenido
en el corazón de quien te acompaña para elevarte
y recomponer los hechos de cada día, redimensio-
nar el espacio y el tiempo que te queda por vivir.
Tengo tiempo.
Unos meses después, en un nuevo control,
comienzan a hablarme de otro fármaco más po-
tente, realizan pruebas en Granada analizando
cuál es la combinación de principios activos más
eficaz para mi caso y llegó el Harvoni que conte-
nía go mg de ledipasvir y 400 mg de sofosbuvir.
Debía tomarlo un año cuando lo normal es seis
meses, con ello intentaban rematar el virus. Es
el cuarto tratamiento. Lo comienzo el 1 de marzo
de 2016. Aparentemente no tiene efectos secun-
darios. No tengo ya una gran fe en que funcione.
Me han definido como caso raro.
A los dos meses de la llegada de Harvoni una
nueva cita de control, doy por supuesto que el vi-
rus ha desaparecido, siempre sucede, me acabo de
hacer la última resonancia y el análisis de turno.
Llego con Joaquín a la misma sala de espera de los
últimos años, él es mi tranquilidad, entramos a
las 14:30 h, era el 1o de mayo de 2016, nos senta-
mos delante de la mesa del doctor que comienza
tras el saludo a leer en el ordenador los datos de
89
las pruebas realizadas, de pronto nos comunica
que los nödulos se han desarrollado con un gran
tamaño, son malignos, asevera; con cara de pre-
ocupación dice que hay que suspender el trata-
miento, Harvoni ha terminado su recorrido, no
puede decirnos nada acerca de la existencia del
VHC, el análisis no lo pedía; comenta que existe
una circular, que no es oficial pero a la que dan
gran credibilidad, que cuenta que unas investi-
gaciones señalan que los enfermos que tienen
nódulos de hepatocarcinoma en el hígado pueden
ver gravemente acelerado su crecimiento por la
ingesta de Harvoni, en mí ha sucedido. Todo lo
que no debe suceder sucede.
Apenas tres días antes estaba en Donostia pre-
sentando dentro del proyecto Anarchivo sida de
Equipo re la acción DER ERUMNATURA. Quien
canta su mal espanta, una acción sobre la enferme-
dad a la que había señalado como
un informe sobre el informe enfermo, una
acción sobre la reversibilidad del dolor, el
cuerpo enfermo como sinécdoque del mun-
do dolorido por el capital venenoso, cantar
como comunicación, como estado del alma,
como desafío a la perfección del cuerpo sano
concebido como mercancía.
El cuerpo enfermo es como todo cuerpo
un cuerpo en tránsito, contradictorio, abierto
a un nuevo conocimiento de sí mismo, de los
límites del orden y el desorden vital que estig-
matiza y consuela.
90
DERERUMNATURA. Quien canta su
mal espanta, también es una acción de agra-
decimiento a la necesaria sanidad pública
que hace posible crear espacios de esperanza
frente a la turbia negociera de las multina-
cionales farmacéuticas.
La enfermedad como vida vivida.
El doctor continúa describiendo la situación, nos
refiere que el protocolo de la hepatitis C no admite
más recorrido, no hay esperanza de sanación solo
me puede dar unas pastillas que son un paliativo,
merepite que son un paliativo, no curan, solo alar-
garán un poco la vida y que tienen la posibilidad de
que al tomarlas se produzcan una serie de efectos
secundarios: boca inflamada, diarreas, picores...
Joaquín y yo nos miramos, no dábamos crédito a
lo que oíamos, me estaba diciendo que ya no había
nada más que hacer, solo esperar que se produjera
una crisis y se acabara lo que tanto había oído a lo
largo de los años: tienes un hígado compensado.
AcuCHILLAd+s.
La dolencia activa las complejas interpre-
taciones sobre la finitud y cómo integrar el
cambio de cuerpo en otra escena desde don-
de buscar la vida, no como anclaje sino como
conciencia de ser otro en conexión con tu
entorno afectivo, laboral, relacional...
Cuando salimos del hospital con el espantoso
medicamento que me acababa de recetar llamado
91
Sorafenib, nos abrazamos entre lágrimas y ense-
guida comenzamos a intentar restituir una nor-
malidad imposible. No recuerdo bien si ya en ese
momento hablamos de buscar una segunda opi-
nión, conté la nueva situación a mis hermanos que
hicieron lo imposible por animarme, estaba fren-
te auna situación que me producía angustia tanto
por mí como por la gente que quiero y me quiere,
de todas formas ahora pienso que ante la adversi-
dad tengo una cierta inconsciencia o consciencia
que me tranquiliza y me sitúa paciente ante los
hechos, creo que esta tranquilidad no nace del
optimismo sino todo lo contrario y es en ese terri-
torio de derrota, de pesimismo, donde actúa una
cierta acomodación a lo que sucede, la impaciente
paciencia. Reflexión.
Comencé a tomar las pastillas paliativas, los
primeros días todo parecía normal, después el So-
rafenib comenzó a desplegar sus efectos secunda-
rios, todos los que me nombró se iban produciendo
con el paso de los días, no paso a relatarlos, ese me-
dicamento que no me curaría, que solo servía para
retrasar el desarrollo de la crisis anunciada, me
hizo padecer en los apenas 20 días que lo tomé lo
que no había sufrido antes, me dejó hasta sin voz.
El 6 de junio de 2016 ya estaba sentado con mi
hermano Manolo delante de la mesa del Dr. Brize-
ño en el hospital Reina Sofía de Córdoba, un fami-
liar me había facilitado una cita con él y su equipo.
Antes de la cita me habían realizado unos análisis
para ver mi situación general, el desarrollo de la
cita fue el siguiente: el doctor me comenta que su
92
equipo viene realizando intervenciones en el higa-
do fuera de los protocolos oficiales, que las realiza
desde hace dos años con resultados espectacula-
res, comenta que el que no estén en protocolo es
debido a la lentitud con la que se transforman estos
pero insiste en que su experiencia y el estado de mi
hígado, compensado, hace viable una intervención
consistente en la extirpación de al menos el 30%
de la masa hepática, con ello eliminaría los nódulos
con hepatocarcinoma que el Harvoni desarrolló
de forma espectacular; la técnica a utilizar en la
intervención es la laparoscopia, una técnica poco
agresiva consistente en la introducción por peque-
ños cortes hechos en mi cuerpo de un instrumen-
tal sofisticado y diminuto que se guía dentro del
cuerpo a través de un circuito de imágenes por or-
denador, el trozo de hígado extirpado lo sacarían
por un corte a la altura del ombligo. La operación
durará muchas horas debido ala técnica de laparos-
copia y la rehabilitación será muy rápida, natural-
mente no garantiza la desaparición del virus pero
sí me informa que la calidad de vida no tendrá nada
que ver con la que iba arrastrando en los últimos
años donde el tiempo y el espacio eran medidos
en función de la débil resistencia de mi cuerpo.
¡Ah! y me quitó el Sorafenib, que me estaba dejan-
do exhausto, lo cual me alegró sobremanera.
La enfermedad es el cuerpo actuante autó-
nomo que se disgrega y que obliga a posicio-
narse frente a ella desde una multiplicidad de
reacciones que debes incorporar sin desechar
93
ninguna, la rabia, el consuelo, el afecto, la es-
peranza y la desesperación: un camino vital.
La entrevista me dio mucha seguridad y di mi
consentimiento para desarrollar el camino a la
operación. El 16 de junio a las 8:00h comenzó la
intervención que duró más de seis horas, estaban
todos mis hermants y Joaquín, dentro del qui-
rófano también estaba mi cuñada Teresa que es
anestesista y tanto me ha ayudado a superar mi
crisis, después me pasaron a la UCI durante 24
horas, fui despertando y me sentía bien, nada me
dolía, cuando entraron a verme mis acompañan-
tes me informaron que todo había ido estupenda-
mente. En una semana, el 23 de junio, me dieron
el alta, la estancia en el hospital fue un continuo
de cariño de los que me visitaban y me escribían,
lo que más recuerdo era el apetito con que comía,
las risas y lo contento que me iba poniendo por la
mejoría que sentía cada día. Tras el alta, después
de pasar un día con mis hermanos en casa de Ma-
nolo y Teresa y mi sobrina María, mis hermanas
Teresa y Amparo se fueron a Madrid y marché a
Granada con mi hermano Victorino que me cui-
dó los primeros diez días, poco a poco me fueron
quitando los puntos hasta que todos desaparecie-
ron. Granada llena de amigos por todos los años
que viví allí, tentado a decir los mejores por todo
lo que gocé y aprendí. Tránsito.
Joaquín, mi amigo del alma, había decidido no
separarse de mí en todo el camino hacia la recupe-
ración, sobre todo después de que mi gran amigo
94
Antonio Martinez de Tejada hubiera muerto victi-
ma de un tumor cerebral mientras yo estaba en el
hospital, mi hermano me lo dijo tres días después
de estar en Granada. Me eché a llorar amargamente.
Pero hablar de Antonio, de su enfermedad, de su
forma de ser y de todo lo que ha significado en mi
vida sería objeto de otro momento, aunque siento
que me acompaña porque su recuerdo no se extin-
gue con el tiempo y aún habita en los lugares que
compartimos en Loja, en Los Caracolares donde él
y yo tenemos nuestras casas en un espacio común.
Allí, a mi casita de Loja, mi Alhambrita, La gallarda
como la bautizó Ortiz Nuevo, nos fuimos por unos
días, necesitaba estar allí a pesar del calor que arre-
metió en julio, estaba tranquilo, Joaquín trabajaba
con el ordenador y el móvil y se preocupaba de todo
lo que nos hiciera falta. Pero el calor era sofocante
y nos fuimos a Cabo Pino, a la costa cerca de Mar-
bella, ala casa que Joaquín tiene con sus hermanos,
también se vino Mati, mi compañera de banca en
la facultad allá por los años 70 y hasta hoy... Los
días pasaban y cada día me sentía mejor, a los dos
o tres días ya me pude bañar en la playa, tapándo-
me del sol las heridas, poco a poco los baños iban a
más, cuánto disfrute ver el cuerpo renacer, sentirlo
como un bien, todo iba con el viento a favor y así
día a día llegamos al reencuentro con la consulta de
aquel doctor que me explicó que el protocolo ya no
daba más de sí y quedaba prácticamente desahu-
ciado. Cuando entramos, antes de mirar nada, nos
dijo que era prácticamente un error lo que habían
hecho en Córdoba, que estaba fuera de protocolo y
95
que no era ni siquiera un ensayo, a mi me daba igual
lo que dijera, me sentia de otra forma, mucho me-
jor, pero cuando leyó el informe de la resonancia y
vio los análisis se le cambió la cara y una vez supe-
rado su amor propio reconoció que todo estaba fun-
cionando mucho mejor, de pronto nos dice «el virus
ha desaparecido», Harvoni había triunfado en solo
dos meses. Otra vez volvíamos a mirarnos Joaquín
y yo con cara de extrañeza pero ya no serían las lá-
grimas sino el goce de haber acabado con una situa-
ción que parecía irreversible. ReversiblelbisreveR.
La algarabía que se formó en mi cuerpo era in-
descriptible, era como volver a un lugar del que te
has alejado por mucho tiempo y al que siempre qui-
siste retornar; sé que es una vuelta imposible, algo
ha cambiado de sitio y tras dieciséis años todo está
más dañado pero te recuerda una plenitud perdida
y la habitas tal y como te la encuentras, algo ha de-
saparecido definitivamente, pero no tu ser desme-
moriado que se reconstituye en otro que esperará
un nuevo accidente, porque el mal siempre deja su
rastro sobre la renovación. Bien y mal, mejor bien.
Luchemos por tod+s. Un pavo real aparece.
Texto escrito para la publicación Anarchivo sida, editada con mo-
tivo de la exposición de igual título, comisariada por Equipo re,
Tabakalera, Donostia-San Sebastián, 2016. En el marco de la
misma, Miguel Benlloch realizó la acción DERERUMNATURA. Quien
canta su mal espanta el 7 de mayo de 2016.
96
TRÁNSITO DE LO
SAGRADO Y LO PROFANO.
LOS INCENSARIOS
DE LOJAEN
EL VIERNES SANTO
Cuando yo era chico, quizäs con menos de diez
años, iba vestido de abuela, como decían alos her-
manos de Nuestro Padre Jesús. Bien temprano sa-
lía de mi casa en la Plaza de Abajo hacia la de Paco
Marín, a vestirme junto a Paquito y Rafalito de
los que heredaba la túnica que Carmela Cuberos,
su madre, me arreglaba para que los acompañara
en la procesión. A mis padres, Victorino y Teresa,
que eran valencianos y no participaban de esas
manifestaciones del fervor popular, no les hacía
mucha gracia que saliera, pero por su amistad con
Paco y Carmela cedían a la pretensión del niño en
participar de la algarabía que era la procesión del
Viernes Santo por la mañana.
Después de la vestía íbamos a Casa Anasta-
sio para participar del gasto de la Hermandad.
En un ambiente de encuentro entre los herma-
nos desayunábamos churros con chocolate, ca-
fés, magdalenas y algún aguardiente. Allí yo no
era un extraño pues mi padre era muy amigo de
97
Anastasio y yo de sus hijos, sobre todo de Nasta
y Aniceto, al que echo todavia de menos; ellos
eran de la Virgen y con ella salían como alo largo
de mucho tiempo ha hecho Carmencita Peinado.
Pero no estaban solos los hermanos de Jesús,
también se juntaban allí los hermanos de la Vir-
gen de las Angustias, que realmente es una dolo-
rosa, pero que como dicen en Loja las Vírgenes
llevan los nombres cambiaos y la de los Dolores
es realmente de las Angustias. De pronto llega-
ban los Armaos con el Puche Puche, tocando el
tambor hasta la puerta y me gustaban tanto que
miraba con dedicación cada una de sus prendas
de vestir: sus faldas moradas hasta la rodilla con
las dos o tres bandas blancas; las medias rosá-
ceas con las tobilleras de encaje; la faja negra; el
peto que como el casco era de hojalata pintao con
purpurina plateá, viéndose por dentro que estaba
hecho con las latas grandes de distintas marcas de
mantequillas, así, en el reverso del yelmo se leía,
por ejemplo, La Braña, una de las marcas. Eran
trajes pobres como pobres eran aquellos que los
llevaban, a muchos de ellos los conocía por los
oficios que desempeñaban, tres o cuatro eran
los basureros del pueblo.
De repente, con su paso rápido y marcial,
irrumpían los Incensarios con sus caras compri-
mías bajo los morriones con la S en lo alto que se-
ñalaba que eran los de la Pescá, los Incensarios de
la Virgen. El ruido comenzaba a subir en el bar,
los hermanos que estaban de gasto no paraban de
98
obsequiar y cada vez mäs voces y mäs copitas de
aguardiente que decian que calentaban la voz,
todo entre un sinfin de saludos, abrazos y risas
por las cosas que se contaban, hasta que los Incen-
sarios sin sus morriones, dejados sobre las mesas
junto a los cacharros, lanzaban una saeta:
Estos son los Incensarios
los primeros que lo vieron
después de haberlo azotao
y ala voz de un pregonero
a muerte lo han sentenciao
Del ruido confuso de hermanos, Armaos e In-
censarios, seiba pasando ala emoción de sentirse
todos juntos formando parte de algo que llevaban
muy dentro y los identificaba como próximos que
es prójimo. Alguien empezaba a entonar el Mise-
rere que era el temblor de la carne hecho canto en
común, místico y transcendente.
Después el bar seiba vaciando, todos iban ca-
mino del Mesón de Arroyo, los Incensarios han re-
cogido el cacharro y la naveta, salen en fila de uno
lanzando el paso como una flecha; ya han doblado
la esquina de la calle Las Tiendas, subo por los es-
caloncillos y están desapareciendo por la Placeta
de Correos, seguirlos es correr, la calle Real es
pura aceleración donde más de uno pega un brinco
como una gacela para volver a coger el paso; ya
aparecen por la barandilla del Mesón de Arroyo,
son las nueve y algo, están entrando, doblando sus
99
cabezas con el morriön, por la pequeña puerta de
la capilla de Jesús Nazareno. Dentro, las imägenes
sobre las borriquetas se miran unas a otras en un pe-
queño espacio que huele intensamente a incienso.
Los Incensarios empiezan los movimientos, la ca-
pilla se llena con el canto de las sátiras propias de
cada imagen, las caenillas suben y bajan, su agudo
sonido contrasta con el ruido de las navetas al ce-
rrarse, verso a verso la sátira se fragmenta de In-
censario a Incensario, el zapatazo ante la Virgen
resuena en los oídos, rompen los aplausos, dan fin
y salen a la calle, directamente a otro bar, otro de-
sayuno, nuevos comentarios y una gran alegría
porque el sol luce. El día será intenso.
Mucho antes, a las siete de la mañana, en casa
de uno de los ocho que forman la corría, han que-
dado para la vestía, van llegando con las caras
somnolientas, ¿un cafesito? les va ofreciendo la
dueña de la casa, todos dicen sí y los cafés van ca-
lentándolos y despertándoles, mientras se colocan
unos pantalones, que, como todas las prendas, son
generalmente de un raso brillante. El pantalón es
corto, hasta la rodilla, de donde cuelgan peque-
ños cordones que terminan en unas borlas, en la
pantorrilla unas medias y en los pies unos zapatos
negros lustrosos con una gran hebilla plateada. So-
bre el cuerpo la túnica, que es más larga por detrás
que por delante, cerrada al cuello con un pequeño
trozo de terciopelo donde van los corchetes; en el
cuello sobresale un pañuelo blanco que funciona
como gorguera. Entre ellos se arreglan, se estiran
100
o suben la túnica para poner el ceñidor, que como
su nombre indica, aprieta el cuerpo a la altura del
vientre, es rígido y termina en la espalda en dos
amplias bandas con flecos que se entrecruzan ha-
ciendo un apretado nudo que conforma una moña
abierta como una mariposa sujetada a la espalda
por alfileres y que todos tratan con gran primor,
aunque hay de tó. Y por fin, como se visten por los
pies, en la cabeza el morrión, un cono penitencial
como los que usaban los pecadores en los autos de
fe organizados por la Inquisición desde el siglo
XV al XIX. El morrión, palabra que en castellano
se refiere a un casco militar cónico con una cres-
ta cortante, toma en Loja el nombre del casco en
vez del capirote disciplinario, construyendo una
palabra, que entiendo que solo se usa en Loja,
para definir tal artefacto. Lo curioso y extraño es
comprender cómo el capirote, que humilla al reo
y lo señala, se transforma en un morrión delica-
do lleno de abalorios y azabaches, adornado de
forma exuberante, desprendido de su condición
penitencial originaria para convertirse en algo
distinguido y apreciado. En definitiva, el traje del
Incensario tiene un origen goyesco que lo sitúa a
finales del siglo XVIII, principios del XIX.
Ya están vestidos, cuidados de arriba abajo,
pespunteados para que todo termine en su sitio,
cosido el escudo en el pecho; agradecen el acogi-
miento a quienes este año han sido sus anfitrio-
nes y cantan por vez primera en este Viernes
Santo:
101
Que Dios bendiga esta casa
y al albañil que la hizo
por dentro tiene la gloria
y por fuera el paraíso.
Se abrazan, se dan ánimos y alguna instrucción
el señiero. Cargado el corazón de alegría y de re-
cuerdos se disponen a salir a la calle y el rayo de sus
pasos veloces se encamina hacia el encuentro con
aquellos con los que compartirán la procesión.
¡Vamos ya a ponernos, Santa Marcela está en
la calle! ¡Muchachos coger los cacharros y vamos
al puesto! Las copitas y los cafés se quedan en la
barra, todo se abandona, en sus manos brillan los
cacharros. Los Incensarios son ellos, sus cantes,
sus bailes... ese temblor que siento a cada instan-
te cuando los veo en un suspiro transformarse,
¡ya son otros!, están marchando a la barandilla
en la bajada de la ermita del Mesón de Arroyo y
alo lejos el Hacho, nada amenaza lluvia, no como
el año anterior que todo terminó tan pronto con
los ojos enrojecidos por no poder salir. Ya están
esperando después de quiebros que convierten la
fila de a uno en dos mediante un paso mágico que
ayuda a posicionarse y a exhibir el cruce de los
morriones que dibujan líneas fugaces en el aire
uniendo la tierra al cielo. Se han cruzado con los
Incensarios Blancos que ya se van. Los Blancos
son una gran parte del alma de la semana Santa de
Loja, su historia. Han acompañado desde la tarde
del Jueves Santo a la procesión del Barrio, la de
102
Jesús Preso, y a partir de la medianoche a la del
Cristo de los Favores:
Al alba te saludamos
con la cruz de tu martirio
y cuando nos relevamos
te acompañan cuatro cirios
Poco a poco todas las corrías se sitúan en dos fi-
las de a cuatro. Están esperando en el lugar pre-
visto, antes de que la calle Real aparezca como
bombardeada de tanta ruina y abandono. Ya no
hablan, solo señas, están en un tiempo suspen-
dido que irá /n crescendo conforme surjan las
imágenes de la ermita llevadas a la mano y que
al grito del postor —¡al brazo! ¡al hombro!— su-
ben los horquilleros en un santiamén, hacién-
dolas trepidar al igual que a las gentes que han
ido a la salía, que aclaman entre el tronar de los
tambores con su toque repetitivo acrecentando
la emoción. Ya está bajando por la cuesta Santa
Marcela con el pañuelo del rostro de la Santa
Faz, tras ella el sonar del Puche Puche con los
Armaos. Lo cierto es que ya han hecho los In-
censarios el trabajoso al primer estandarte que
emprincipia la procesión y el cantar de la sátira,
nombre que recibe en Loja una de las manifes-
taciones de la saeta primitiva. Reciben a Santa
Marcela tras el posicionamiento del trono fijado
a tierra por el grito de ¡horquilléis! que lanza el
postor:
103
Santa Marcela bendita,
tú formas la procesión,
y le limpiaste el rostro
a Cristo nuestro Señor.
El Miserere suena bajo el sol reluciente, el olor a
incienso, el ruido de las caenillas, el golpe de la na-
veta, los cantes, los pies arrastrados de los Incen-
sarios, el zapatazo, los azabaches centelleando, de
nuevo los gritos, ¡ha salío Jesús!, y la alegría, el pe-
llizco, y la lágrima se entremezclan en un todo de
años, paisajes, escenas, costumbres y promesas.
Las imágenes siguen hacia el encuentro, las
corrías van ejecutando los movimientos.
A la puerta de la ermita los comentarios ca-
llan, vuelta al asombro, al suspiro, la Virgen sale,
los varales cimbrean, el rostro de la madre pre-
siente el doloroso fin del hijo.
La pasión por la Virgen es el resto que siempre
queda de la adoración de la madre, de la engendra-
dora, la dadora de vida, es una tradición vivencial
católica pero también de una apertura exenta a
su advocación. La madre paleolítica refiere a una
idolatría ancestral que atraviesa el tiempo, y trans-
curre alo largo de él desde el culto primitivo a la
fertilidad hasta el concepto virginal que la con-
vierte en purísima.
Todas las imágenes están fuera, son del pue-
blo, y los Incensarios desprenden de sus cacharros
volcánicos las fumarolas de carbón e incienso aquí
y allá desde cada corría. La de Santa Marcela con
104
sus pañuelos celestes sobre los trajes negros; la de
los Moraos de Jesús con sus cordones de pita que
los distinguen de los otros Incensarios y los unen
a la Hermandad de Jesús, la de la Pescá o de la
Virgen, referente histórico de los Incensarios; y
los Blancos, que ya se van a encerrar. Todos can-
tan y danzan situados a distancia unos de otros,
adorando cada imagen mientras la procesión pasa
por ellos. Por todos lados se oyen, aquí suena un
golpe, más abajo otros bailan, otros permanecen
quietos esperando que el señiero señale y con el
golpeo de sus navetas comience el movimiento.
Cuando ya han terminado de reverenciar a la úl-
tima imagen, todos juntos dan un golpe en común
manifestando su buena relación y su fervor hacia
la Virgen. Al finalizar la salía, las filas de Incensa-
rios se cuartean y cada corría tira para un sitio de-
jando el rastro de sus morriones, los ves perderse
sin abandonar el paso con los cacharros recogíos
en una mano como pulseras.
La procesión va sola con el sonar ronco de
los tambores y el monótono tambor del Puche
Puche. Las imágenes acompañadas por cuatro o
cinco músicos de la banda local que interpretan,
en los momentos solemnes, la música de nuestra
Semana Santa y expresan el particular sonido
del Viernes Santo. Un patrimonio que debemos
proteger alejändonos de otras influencias, que
no por bellas deben distorsionar nuestros parti-
culares sonidos identitarios, algunos desapareci-
dos prácticamente como el canto de los pediores
105
—con el haba clavada en la cruz señalando que
las huertas están a rebosar del manjar lojeño— o
el golpeo tradicional del Puche Puche. También
se fueron a morir al museo las caretas de los doce
apóstoles; me gustaba de niño verlos desde el bal-
cón de mis padrinos, el fotógrafo Manuel Cer-
dá y mi tita Paquita Aragonés, en la calle Real,
con sus túnicas moradas de penitencia, portando
cada uno su atributo, con un fragmento del credo
en sus pechos y las caretas de latón con pelucas,
como de estopa, que portaban personas de con-
dición humilde. Los apóstoles, por su incomodi-
dad, se las levantaban descubriendo sus caras,
poniéndoselas sobre sus cabezas como mirando al
cielo. Algunos echaban un cigarro en medio de la
procesión y el humo salía por las aberturas de los
ojos de las máscaras subidas creando una sensa-
ción extraña y divertida.
Los Incensarios, en los intermedios entre gol-
pe y golpe, se refugian en casa de familiares y ami-
gos que les han invitado a un abundante aperitivo;
saludan incensiando y cantando en una especie de
bendición de la casa y sus habitantes, es La Mag-
dalena, que realizan alrededor de la mesa hasta
que dan fin soltando los morriones y dejando los
cacharros por cualquier parte en una especie de
desprendimiento del trance y abandono de lo sa-
grado. En esos menesteres pasan el tiempo hasta
el momento en que salen de la casa, la procesión
está llegando a la Plaza de Arriba y deberán tomar
el sitio.
106
En la plaza hay mucha gente, algunos avistan
por primera vez la procesión. Los Incensarios
Negros ya están en el espacio que marca la barbe-
ría y de allí hacia La Carrera los demás; aparecen
numerosos Incensarios viejos y otros que este año
no salen, la gente viste de Viernes Santo, los salu-
dos son profusos entre los lojeños que han venido
de fuera y los que viven aquí.
A los de Loja nos encanta cada presencia de
un rostro que no se pierde el Viernes Santo, nos
gusta también que vengan forasteros a conocer-
la, pero afortunadamente el día es de los lojeños
y las lojeñas que se identifican con esa conmo-
ción que nos crea estar compartiendo la misma
vibración.
Han comenzado a realizar sus danzas geomé-
tricas y angulosas, cuando terminan salta una
voz que canta desde fuera, es la voz palpitante de
un incensario viejo que recuerda sus años cuan-
do estaba ahí vestío y mira doloroso la imagen
que en otros tiempos reverenciaba religado auna
corría:
Miralo por dónde viene
el mejor de los nacíos,
con una cruz sobre el hombro
y el cuerpo muy mal herío
En otro momento, cuando la Virgen pasa, la que
canta la sátira es una mujer, una muchacha:
107
Las lágrimas de Maria
iban cayendo ala tierra,
de cada una brotaba
una rosa y una perla.
Si el Incensario viejo añora lo que fue, la mujer
lo que un día será. El presente está por ahora en
su voz, su canto es bello. Acostumbrados ya a la
presencia de las mujeres que han fortalecido la
procesión con su pertenencia a las hermandades,
portando lostronos, tocando la música, haciendo
sonar los tambores, de pedioras... Su futuro es
portar el morrión en ese espacio del que está au-
sente, ausente porque al ser concebido el Incen-
sario como la esencia de nuestra Semana Santa,
en la tradición que sitúa a la mujer fuera del espa-
cio público, se la excluye por la presunción a que
esa esencia pensada como inmutable se rompa.
Apareciendo y desapareciendo, como el ciclo
vital, los Incensarios viven el día. Algunos están
en la Placeta de la Virgen Blanca haciéndose fo-
tos que documenten la corría de ese año. Siempre
hay cambios en ellas, pero el banquillo, digámoslo
así, es amplio, no como en los años de posguerra
y hasta el fin del franquismo, cuando por faltar,
alguna vez, faltaban hasta Incensarios para las
tres corrías señeras; entonces había que ir a última
hora a buscar al que faltaba, sacarlo de su casa y,
como quien dice, vestirlo de arriba abajo. En estos
tiempos, la profusión de Incensarios ha sido una
constante y el número de las corrías ha aumentado
108
exponencialmente bajo el temor de que se pueda
perder algo de su alma, como en esos cantes que
aveces se aflamencan o pierden eltono ünico de
la saetalojena.
Por la Cuesta Tamayo la apariencia de orden
que ha llevado hasta entonces comienza a des-
parramarse. Cuando yo salía con nueve o diez
años, muchos hermanos volvían a casa a comer,
se daban los ponches a los horquilleros y las imá-
genes, alguna que otra vez, quedaban en el suelo
mientras sus portadores se refrescaban. La subi-
da al Barrio Alto, camino de las Cuatro Esquinas,
siempre es lenta, allí se está preparando un golpe
significativo, pues, a un paso, están dos lugares
emblemáticos: Er Tugurio de Pepe Lizana, una
de las almas de los Incensarios, al que aún oigo,
con su voz ronca, ensalzar o reprochar a la gen-
te joven a quien trataba de enseñar; y, cerca, la
Orza. Ambos, lugares de ensayo de los cantes y
bailes en las fechas próximas a la Semana Santa
donde se reúnen varias corrías y disfrutan del
informal ensayo y el refrigerio que lo acompaña
hasta altas horas de la noche. Al acercarse los días
señalados el número de personas que va a verlo
y disfrutar de su espíritu y de los espirituosos
aumenta. El ambiente es jubiloso, a veces acuden
los músicos con dos o tres instrumentos y se en-
tremezclan el Miserere o el Stabat Mater con las
sátiras creando un clímax único que se cuece en
la Orza, una cuevecita donde todo puede apare-
cer cual lámpara prodigiosa de Aladino.
109
Enlas Cuatro Esquinas todo viene algo retra-
sado. Los Incensarios estän esperando, hace ca-
lor, mueven sus cabezas para resituar el morriön
que pesa varios kilos, se pasan el dedo sobre el
barboquejo que lo sostiene en la barbilla, tienen
la frente enrojecida por su carga, nadie se queja.
Y la danza renueva sus movimientos y vuelven las
mudanzas, las genuflexiones y las reverencias.
La sátira se dispara:
Las golondrinas quitaron
las espinas a Jesús,
con su pico no pudieron
desclavarlo de la cruz.
No serán una ni dos las que le canten, ¡es el Barrio
Alto! El cerco a Jesús se apretuja por la estrechez
de la calle y la gente lanza sus ¡Bieeen! tras las
saetas. Los sentidos están todos puestos en la con-
junción de la Virgen con los Incensarios, la vista,
el oído de las músicas, el olor del incienso, el tacto
y el gusto. Todo unido en la sorda conmoción del
zapatazo.
Cuando dan fin los Incensarios se suelen fo-
tografiar con el postor delante de la imagen, un ri-
tual de la memoria y del reconocimiento al trabajo
realizado, todos sonríen. La procesión, como indi-
ca su etimología, sigue adelante y los bares de las
Cuatro Esquinas desprenden el vaho de la vigilia:
calamares, bacalao, chirlas, boquerones... Aquí
comer comemos todos, ellos también, aunque si
110
mal no recuerdo lo harän cuando la procesiön
baje al Puente después del golpe en La Carrera y
El Encuentro. No sé dónde están ahora.
Esta continua interrupción marca el tránsito
de lo profano a lo sagrado que caracteriza la pre-
sencia/ausencia de los Incensarios a lo largo del
día. Este transitar es propio del Viernes Santo lo-
jeño, donde lo formal y lo informal se entrecruzan
produciendo esa especie de procesión anárquica
que va del recogimiento a la expansión mundana;
pienso que es el morrión delos Incensarios donde
se plasma esa aparente contradicción. El morrión
es penitencia y exaltación, el ensalzamiento que
producen sus ornamentos lo convierten en una pe-
sada carga que acentúa la penitencia, sobrellevada
por el trance que producen sus cantos y danzas en
la adoración de las imágenes. Esta permanente
intercomunicación entre lo profano y lo sagrado
no debe parecernos antitética, la vida fluye entre
estos dos polos produciendo energía. Lo humano
y lo divino están en nosotros mismos, es la vida.
En La Carrera la imagen de Jesús gira sobre
sí misma guiada por el semicírculo que trazan los
pies de los horquilleros, va al encuentro con la Vir-
gen; Santa Marcela ya se ha ido camino del Puente
por la Cuesta Cantos. Tras aproximar el paño al
trono del Nazareno, los Incensarios realizan sus
golpes, el Stabat Mater está sonando, la procesión
parece rota en ese deambular de los tronos acer-
cándose unos a otros, la Madre y el Hijo se han
visto por vez primera. El Encuentro es uno de los
111
restos de la narraciön evangelizadora primitiva
que debiö ser el conjunto de la procesiön. La pro-
cesión es narración.
En un descenso continuo por el Callejón de
los Naranjos la procesión baja al Puente. La pro-
cesión del Puente es por antonomasia la del Ba-
rrio San Francisco, que sale de la Capilla de la
Sangre, núcleo fundacional de la Semana Santa
de Loja por mor de la presencia de los francisca-
nos, que según todas las fuentes y tradiciones son
los re-evangelizadores de Andalucía, sirviéndose
de las procesiones y sus narraciones como uno de
los componentes fundamentales de la pedagogía
evangelizadora.
Será la Placeta del Puente la que marque el re-
torno de las imágenes a su ermita camino de su en-
cierro. En la Plaza Arriba, la gente las adelantan
para tomar sitio en el Mesón de Arroyo donde su-
cederá la apoteosis. Narrar el encierro es un acto
de riesgo dada la concentración de sucesos que
acaecen, las convergencias que se producen, las
emociones que se viven.
Ahora es cuando me toca decir, recordar, se-
ñalar por su nombre a esos Incensarios que ya no
están pero de los que permanece su rastro al menos
en la memoria de otros que los vieron o que oyeron
su nombre, como yo lo oí en aquel encuentro me-
morable en el 2004 que ocurrió en mi casa, junto
al río, donde se juntaron para hablar de Incensa-
rios Gregorillo el de las Cruces, Manolo Martín,
Víctor Ripoll, Pepe Boegas, Pepe Lizana, nombres
112
ilustres de la historia incensaria, y Manolo Ro-
mero Camuñas, señiero de la Pescá, todos ellos
historia y vida de la palpitación de los que llevan
el incienso a quemar ante las imágenes.
José Castellanos Peinado Antolin, que enseñó
a Boegas, que a su vez enseñó a Manolo Romero
Camuñas, al que de niño le daban susto los Incen-
sarios cuando llegaban al estandarte de la Vera-
cruz con ese vigor; José Díaz; Manolillo Monjas;
Melquiades, de una generación anterior, que salió
con el padre de Manolo Martín y con José Gallego
Palacios que fue señiero, el padre de Pepe Boegas;
Emilio Lanzas; Paquillo Chimeneas; Tavillas; el
Cabrero; Boca oso; Pedro el Zapatero, que vivía en
la calle los Haros; el Trimotor, que cantaba muy
bien; Enrique Castañeda, que también fue pos-
tor; Santiago Negrete; Daniel el Cabezón; el abue-
lo de Camuñas; Miguel Lanzas; Rojano; Maroto;
el Pastor que fue postor; Lorenzo; Trapichea, el de
los Carros; el Moruno; Saragata, que lo fue antes
de la guerra; Antonio Chimeneas; Pepe Calcetines;
Pepe Sala Oscura; el Búbo; el maestro Merino, que
vivía en el Mesón de Arroyo y fue de los Blancos,
que según contaba Pepe Lizana, Pimiento, era un
poeta que contribuyó con saetas a aumentar su
número, aunque hacía tantas que como las cons-
truía sobre la marcha de forma oral al día siguiente
ya no se acordaba e improvisaba otras en las re-
uniones que hacía en su casa; Ricardo e/ Bombas;
Mareao; Antonio Conde, que ensayaba en los
Molinillos; José Porquero; Benavides el Chico;
113
Benavides padre, que escondiö el morriön en un
pajar; Manolito Rubias; Carabinas; Casanovas;
Manolillo el de la Reja; Paco Peinado; Enrique
el Zapatero; Emilio Fidel y, ya más recientes,
Víctor Ripoll y su hermano.
Todos cantaron en el Mesón de Arroyo y los
traigo aquí para que al menos sus nombres y apo-
dos no se olviden, sabiendo del despreocupado
no apuntar que ha caracterizado la historia de los
turiferarios de Loja. Aunque el despertar de la
documentación, que siempre recorta el románti-
co aroma de la tradición oral y la leyenda, se está
dando desde hace unos años y nombraré como
ejemplos: los trabajos de Juan Carlos Gómez y
los de Carlos Martínez de Tejada, sin olvidarme
de Mauri Campaña y su artículo «Las Sátiras o
saetas primitivas de Loja. La tradición de los In-
censarios» o el del profesor Demetrio E. Brisset,
«La Visión antropológica de las sátiras de Loja.
Análisis de las fiestas de Granada». Y sin lugar
a dudas, la joya del texto de Emilia Pardo Bazán
para La Ilustración Artística titulado «La vida con-
temporánea», que data de 1905 y narra la parti-
cularidad y modos de hacer de los Incensarios de
Loja, llamándole la atención la laicidad de la pro-
cesión y su arraigo popular. Hoy diría con José
María Martín, discípulo de Boegas, y siguiendo
la mirada de tan insigne escritora, que la tribu-
na no está enraizada en nuestras costumbres, la
procesión es del pueblo.
114
Previo al encierro que se producirä tras la
carrerilla de San Juan, las imägenes en su vuelta
son veneradas por todas la corrias, los Incensarios
van a sus puestos desde los ämbitos donde han es-
tado esperándolas allá por la muralla. Tras tantas
horas de trasiego nada denota su cansancio, salen
al lugar previsto con sus morriones erguidos y al
mismo veloz paso de la mañana. Ahora irán incen-
siando una a una las imágenes en medio del mur-
mullo de la gente que por centenares ocupan todo
el final del trayecto, los tambores negros están a
lo largo de la cuesta, darán el ritmo de la carrerilla.
Los Incensarios de la Pescá, de Santa Marcela,
los Moraos, los del Cristo de la Salud y los Negros
del Santo Sepulcro, los enterraores, han ido apa-
reciendo buscando el sitio. El espacio se convierte
en una bóveda donde reverberan los sonidos de los
cantes de cada corría o de los movimientos de sus
danzas; unos están en el trabajoso, otros en el cua-
dro, otros cercando tras el cruz y cuadro, otros en
cruz y cuarta, se oyen los zapatazos en medio del
golpear de las navetas y el ris ras de las caenillas.
La Verónica se mece esperando el momento
del arranque, los tambores suben sus roncos so-
nidos, todo se produce en la bóveda imaginada y
prodigiosa donde me reconozco tembloroso por
esa embriaguez que cimbrea todo mi cuerpo. Ya
arranca la santa, sube, corre hacia lo alto, los hor-
quilleros han soltado las horquillas, sus varales
parecen quebrarse, las borlas están saliendo del
palio lanzadas al aire, la gente grita, los tambores
115
ensordecen con su repetitivo golpeo, ya está arri-
ba la discreta y amorosa Verónica girando sobre
ella misma para situar su rostro frente al pueblo
que aplaude en desenfreno. Abajo, conforme los
santos se suceden, los Incensarios van uniendo
sus corrías. Cuarenta Incensarios están adorando.
Jesús, patrón de Loja, seguido en la carrera
por los gitanos que le han acompañado toda la
procesión, sube con la cruz, que parece despren-
derse, por el empuje de los forzados horquilleros,
sus cirineos. Todo retumba cuando gira y coloca
su rostro frente a la multitud enardecida. Su re-
torno es la tristeza. Abajo, los Incensarios están
con la Virgen formados en dos filas de a veinte,
el señiero de la Pescá con un gesto sobre la na-
veta da la señal y todos realizan el movimiento,
el humo del incienso se agolpa en los sentidos, se
multiplican los sonidos, la buena armonía se hace
realidad, irrumpen los cantos saltando de arriba
abajo en un coro de voces individuales, suben las
corrías intercambiando sus sitios, de nuevo los
movimientos, de nuevo la estridencia.
Estoy en el gozo, estoy en la alegría, estoy en el
recogimiento, estoy en el entusiasmo, estoy en la
identidad de sentirme de ellos alabando la tradi-
ción incomparable de sus ritos. Casi puede la lá-
grima, la lágrima que siente como la de esa Virgen
angustiada con el hijo muerto; ya han terminado
los cantos y las danzas, los conos, los morriones
se van calle abajo perdiéndose en la noche, ya no
estarán allí hasta el año venidero, tendrán salud,
116
la salud de todos los compañeros. Y la Virgen
comienza a moverse en el pilar de la cuesta, subi-
rá casi hasta descomponerse, parece que todo se
va a lanzar en múltiples direcciones: las flores, el
palio, las borlas, los varales, todo se pone en ries-
go, en un riesgo contenido por los horquilleros de
cara apretá que la llevan hasta arriba. ¡Tamboresj
¡Tambores! ¡Tambores! ¡Tambores! ¡Tambores!
¡Tambores! ¡Temblores! ¡Temblores! ¡Temblor!
Temblor de la muerte. El primitivo ruido de la
llamada apoya el esfuerzo y conmueve el espíritu.
Ya es el fin, la Virgen está frente a la ermita,
nos mira y va a desaparecer. Es la noche que con-
tinuará con el entierro. Los Incensarios reapare-
cerán en la Iglesia Mayor. Pero todo será distinto,
la muerte camina por las calles, el cuerpo va hacia
su resurrección. La narración está completa.
Agradezco a la Asociación de Incensarios de Loja
por pensar en mí para hablar de los Incensarios.
Quiero dedicar mi intervención a los Incensa-
rios de la Corría de la Pescá, permitidme que los
siga llamando así, con quien he aprendido a conocer
mejor los modos de hacer de esta singular manifes-
tación lojeña, vivir sus vivencias y dar a conocer a
los Incensarios en la Bienal de Flamenco de Málaga
y Sevilla gracias al interés mostrado por José Luis
Ortiz Nuevo, vecino de Archidona y creador de las
dos Bienales, hoy presente en la sala.
Sus nombres son:
El maestro señiero Manolo Romero Camuñas
Enrique y Tomás Barranco
117
Antonio Campos
Santiago Corpas
Antonio Garcia Cuberos
Antonio Löpez Ruiz
Andres y Juan Bautista Ruiz Martin
Miguel Vega
Dedicar tambien al maestro Rafael Sereno ya
Mauri Campaña con el que también he aprendido.
Agradecer a los Incensarios
José María Castellanos
Víctor Ortiz
Y muy especialmente a Verónica Fernández Campos.
Quienes me acompañaron esta noche con sus cantos.
Texto escrito para el pregón de la Asociación de Incensarios
de Loja, leído en la Peña Cultural Flamenca Alcazaba, Loja,
el 1 de abril de 2017.
118
MIRAR DE FRENTE.
LOS PRIMEROS
MOVIMIENTOS
HOMOSEXUALES
Me bautizaron en 1954, siete días después de
nacer. Era el ritual por el que me nombraban con
nombre de hombre e inscribían en mí las creen-
cias que debía tener de por vida, el rol que iba a
adquirir dentro de una tradición de negación del
deseo que concebía la reproducción como el único
fin de esa palabra, inexistente, cerrada a la posibi-
lidad del placer, del gozo: la sexualidad. Nuestra
educación se realizaría bajo un principio inmuta-
ble que marcaba la supremacía del hombre sobre
la mujer, a quien las leyes conformaban como in-
ferior, como un sexo separado de la capacidad de
decisión, concebida como menor de edad perma-
nente, sin posibilidad de pensamiento autónomo
ni creativo, una especie de ser sin alma dispuesta
para la obediencia. El derramamiento del agua
sobre mi cabeza, el óleo sobre mis sentidos, la luz
de las velas... era la simbología del acto que mar-
caría el camino escrito para conducir mi vida.
Quince años antes había terminado la guerra,
la guerra siempre está próxima en cualquier parte
119
y el dictador sanguinario lo recordaba marcando
el sendero de la cruz y la espada. Después, crecer
poco a poco, ir aprendiendo que la experiencia
no nos conduce a una razón única, ni siquiera a
la seguridad de saber quién somos, pero sí es cier-
to que en la infancia comenzaron los destellos de
algo que no podía confrontar, pero estaban en mí,
vivido en solitario, zonas de sombra recorridas a
tientas que me obligaban a ser distinto. El cuer-
po gozaba con lo no previsto, pero ese gozo pro-
ducía un dolor casi físico porque no se situaba en
lo esperado, en lo que yo mismo esperaba de mí.
¡Oh, pecado nefando! Recuerdo que tenía seis
años, días antes de mi primera comunión, cuando
lo cometí, y al ir a confesarlo, atravesado por el
temor, me encontré que el sacerdote era un fami-
liar; inseguro por lo que me diría, intranquilo por
si en la confesión buscara explicaciones que no
podría dar, me di media vuelta, me fui y no lo in-
tenté más. Comulgué perdonándome con oleadas
de agua bendita, persignándome con ella, tenía la
virtud de perdonar las faltas menores, y su abun-
dancia, pensé, haría algo sobre el pecado mayor.
No obstante, el día de mi comunión lo recuerdo
feliz, vestía un traje especial que me confería ocu-
par el lugar central del acto y posterior banquete.
El protagonismo del niño que era me hizo olvidar
las penas y temores de días antes. En mi cabeza
no haría mella la imagen del librito misal anacara-
do que nos daban, en el que, en una de sus prime-
ras páginas, aparecían dos puentes con diez arcos
que simbolizaban los Diez Mandamientos. En
120
un puente, los niños buenos caminaban en línea
recta derechitos al cielo acompañados por los án-
geles; y en el otro, los niños, despeñados por in-
cumplir la ley de Dios, caían con caras retorcidas
a un barranco en llamas lleno de demonios. Bien
y mal. Nada en medio de los dos principios nor-
mativizados por la doctrina. Castigo o salvación.
La norma introducida como máquina productora
de temor y ocultamiento de uno mismo.
Me refiero con este relato de mi primera co-
munión no solo por la anécdota, sino para señalar
que la práctica de la sexualidad infantil se desa-
rrolla desde edades muy tempranas. Utilizo mis
vivencias para hablar de ella con una razón que no
nace del conocimiento profundo, sino del hecho
de vivir. El cuerpo inscrito, atado por la norma,
comienza a desparramarse ajeno a su voluntad,
indisciplinado, desobediente, atribulado, gozoso,
llevado por el deseo hacia otro lugar desconocido.
La sexualidad infantil de 7 a 11 años identifica el
sexo, que es separación, con los genitales, excepto
para las situaciones de la transexualidad infantil
en las que la reclamación es que se les perciba por
el sexo que sienten.
En los años setenta y ochenta la sexualidad in-
fantil no era un tabú, la sexualidad, el amor libre,
se practicaba y reivindicaba en los movimientos
liberadores de los modos burgueses, que se mani-
fiestan en Mayo del 68 y en el amplio movimiento
hippy. La reivindicación del cuerpo, fuera de los
tiempos estancos, creaba una amalgama que rom-
pía con lo establecido abriendo nuevos modos de
121
vivir. El cuerpo había abandonado la campana del
orden donde se cobijaba, se abría la experimenta-
ción en las relaciones sociales y sexuales, un cuer-
po desnudo de todo lo que es sujetado por lo viejo,
ruina que termina por caer y hacerse inútil en la
contención de los individuos. Nosotras no creci-
mos en esa libertad, apenas si la oíamos a través
de las bandas sonoras de los grandes encuentros
musicales que eran expresión de las vivencias y
los cambios sociales que se estaban produciendo.
Aún no se escuchaban las voces por los derechos
de los homosexuales con la suficiente fuerza, pero
el 28 de junio de 1969 tuvieron lugar los disturbios
en Stonewall, donde se produjeron manifestacio-
nes espontáneas y violentas contra las redadas de
la policía. El movimiento homosexual comenzaba
a andar gracias al arrojo de travestis y de los ho-
mosexuales más desprotegidos, los que sufren el
acoso a sus vidas situadas en la intemperie dis-
normativa, cuestionados tanto por parte del mo-
vimiento feminista por «reproducir los roles de
la mujer sofisticada, puta, atrevida», como por la
homosexualidad blanca, normativizada y binaria,
solo interesados en su igualdad con el otro, cerra-
dos alas reconstrucciones identitarias. Bajo la pa-
labra «travesti» se creaba un remolino de deseos
y formas de ser anormativas que señalaban una
diversidad no manifestada de cuerpos en tránsi-
to, marginadas y castigadas, desde la que surgió la
realidad «trans», pluralidad infinita que descodi-
fica los códigos binarios y nos acerca a las afueras
del sexo como separación, a su despatologización,
122
a otras vidas posibles, construidas sobre el deseo
de acercar cuerpo y pensamiento.
Escondidos debajo de las camas, conscientes
de cometer lo prohibido, deseosos de tocarnos,
ajenos al afecto, irradiados por la aventura que su-
ponía tomarla con la mano, acercártela a la boca y
hacerlo sin palabras, apenas sabíamos lo que era
una paja. Cuando un día me contó un amigo lo que
era, pensé que llevaba tiempo haciéndomelas, ocu-
pado en tocármela todo el día, lo que me obligaba a
tener que expiar mi pecado, cosa que hacía con un
cura que, afortunadamente, por su edad, se dor-
mía en el confesionario y andaba ajeno a todo ese
lío de culpas que la norma crea atormentando, y
que él aliviaba con unos tres cuartos de bendición
imbuido en el nirvana de su semiinconsciencia.
Ir al pecado salía a cuenta con el antídoto de aquel
confesor. Así comencé a notar mi diferencia, pero
nada más, no recuerdo ningún conflicto extremo
con mis creencias religiosas, ni ninguna situación
comprometida, a veces pienso que para aquellos
años de principios de la década de 1960 salí bien
librado. El disfrute con lo sexual me acompañó
toda la infancia, tengo imágenes más desvaídas
según fueron atravesadas por el tiempo, pero las
recuerdo como fogonazos de una sexualidad in-
fantil brumosa. Vivencias primeras que tuve con
niñas y niños. Las experiencias de placer y culpa,
juegos y pajas infantiles, el combate con el dolor
que sentía tras el gozo, me llevaba poco a poco a
sentir la diferencia en soledad. ¿Con quién saber?
Pero me abría camino en la incomunicación, el
123
interior vibraba y actuaba modificando quien era
e intentando buscar la fuerza de mi propia acep-
tación en aquella realidad.
Cuando oigo hoy hablar en los medios de co-
municación de sexualidad infantil, preadolescen-
te y adolescente, un tumulto de temores la rodea,
el puritanismo se va apoderando de los comporta-
mientos sociales, vuelta al orden, a la desinforma-
ción, al tío del saco, al miedo como control, a los
discursos racistas sobre el otro como agresor, que
induce a tratar la sexualidad como temor, como
algo que si no es sucio está tocado por un aura
que la empaña. De ahí que la sexualidad infantil
y preadolescente sea territorio de especialistas y
no de un reconocimiento del cuerpo como cuer-
po de aprendizaje, que se autorrealiza por medio
del deseo y el juego. El niño, el menor de edad,
es concebido como un ser expuesto al peligro del
otro, desaparece de la calle, juega con él mismo
en espacios cerrados y crece en torno a un espacio
tecnológico desde donde también puede entrar
el mal. El enemigo está en todas partes. Te vigila-
mos por si te vigilan. Tu seguridad está en nuestras
manos.
Al otro lado del río, desde donde escribo, en
medio del campo, tierra vieja fértil del valle, aún
está en pie aquella casita, que fue de guardeses des-
de tiempos remotos. En aquella pequeña casería,
carente de servicios y desagúes pero con electrici-
dad, de ventanas pequeñas y desvencijadas, el es-
pacio estaba dividido entre un salón con una parte
empedrada por la que pasaban los mulos al pajar;
124
la cocina, un hogar bajo la chimenea donde se guisa-
ba con ascuas bajo las trébedes; y otra habitación
que fue dormitorio. Todo el frontal de la casa es-
taba rodeado por un poyo o banco de piedra que
conformaba un espacio exterior. Allí, cerca del río,
sitiado por el agua de las acequias, estaba el paraí-
so imborrable donde navega el río Genil por Los
Infiernos. Descenso a la felicidad, descubrimiento
del alcohol, primeros cigarros; el exceso de estar
todos juntos unos días con sus noches.
La casa, deshabitada desde hacía años, mante-
nía algunas sillas y pequeños muebles de campo,
nada más. Nos la dejaba un señor mayor amigo de
mi padre, de talante más jovial, que cultivaba las
tierras. Con aires de sencillo filósofo, le gusta-
ba hablarnos de la tierra y compartir momentos,
como la comida, para charlar y contarnos variadas
historias; al atardecer marchaba a su casa monta-
do en una mula con algunos productos metidos en
el serón, que vendería en la tercena del mercao. La
primera vez que fuimos ninguno tenía más de 15
años, éramos chicos y chicas que salíamos juntos
y que de pronto encontramos un lugar para estar
solos. Las amigas venían algunatarde a pasar el rato
andando desde el pueblo a unos tres kilómetros,
no tenían permiso para pasar la noche con chicos.
El día buscaba la noche cuando íbamos a un
ventorro cerca a comprar gaseosas y vino, más
peleón que otra cosa. Al volver tocaba cenar, al-
gún bocadillo traído de casa y chorizo asado que
comprábamos en la venta, entre historietas del
día, reírnos los unos de los otros y beber siempre
125
de mäs, siempre. Momentos felices de nuestra
libertad comün de reglas difusas.
Ya entonces, días antes, había ido allí con un
amigo dando un paseo en bicicleta. Como si algo
nuevo despertara, le pregunté: «¿Y qué vamos a
hacer?»; él, entre tímido y seguro, respondió, «lo
que tú quieras». Las bicicletas nos llevaban hacia
lugares seguros. Las abandonamos sobre la hierba
mientras, con la lentitud propia de los inicios, aca-
bamos rodando fundidos, acelerados y ausentes a
todo lo que no fueran nuestros cuerpos, hasta que
desde lejos un hombre comenzó a gritarnos. No
supe si por lo que hacíamos o por entrar en el sem-
brao como jabalíes. Cogimos las bicis y huimos
en dirección hacia el río hasta que desapareció el
hombre. Tranquilos y reposados, nos desnudamos
y entramos en el agua turbia, donde solos entre la
lenta corriente nostocábamos y sumergíamos para
mordisquearnos más abajo. Recuerdo la excita-
ción que me abrazó desde aquel encuentro.
Ya sabíamos dónde íbamos a pasar la noche
el uno junto al otro, cuál iba a ser nuestro sitio so-
bres las mantas y esteras que hacían de duro col-
chón para todos. Poco a poco el ruido y las risas
iban cesando introduciendo sopor en el grupo,
con el silencio dueño del espacio, un leve movi-
miento acercando nuestros pies desencadenaban
los cuerpos, enredándolos, bajando las manos por
aquellos pechos que estaban ahí para nuestro gus-
to, sin fronteras, acariciar, abrazar, dejar la lengua
impresa en cada chupada que dábamos a nuestras
pollas. Recorrer el cuerpo como deseo, habitar
126
la pasión extraña de sentir el cuerpo semejante,
descubrirte y quedar sin palabras para expresar lo
que sucede. Después todo volvió a ocurrir con dis-
tintos amigos y en otros lugares privados; subrep-
ticiamente abandonaba mi casa algunas noches e
iba a dormir a la casa de los amigos, o volvía muy
tarde sin hacer ruido, después de estudiar juntos
como antesala de una noche feliz.
Aquel tipo de relaciones se cortaron brusca-
mente cuando me marché a un colegio mayor para
estudiar en Granada. Tal como vinieron se fue-
ron y cuando más tarde supe de aquellos amigos
todos habían comenzado su vida reglada, a estas
alturas de deconstrucciones y desidentificaciones
no nos vamos a preocupar si lo que eran eran o
no eran, lo cierto es que nos alejamos de tal forma
que nunca más los he vuelto a ver.
Hasta aquí, podemos definir esta etapa como
«el cuerpo solo», un cuerpo que vive sin la con-
frontación con otros semejantes; el cuerpo repri-
mido y recluido que sufre con dolor la soledad de
su comportamiento distinto. En mi caso aceptaba
lo que me ocurría porque el deseo escapaba a la
razón y encontraba quien lo satisficiera en un ser
semejante en edad que me buscaba con la misma
intensidad que yo a él. El tiempo me iba confor-
mando como un cuerpo cada vez menos recluido,
más expuesto al exterior.
En aquel tiempo, antes de la muerte del dic-
tador, con la persecución del lesbianismo y la
homosexualidad, aquellas relaciones primeras
se construían sobre un deseo innombrable. No
127
recuerdo conversaciön de ningün tipo —todo lo
más «es la última vez que lo hacemos», expresión
que no tenía utilidad alguna—, ni tampoco ha-
berme enamorado de alguien; era como si dentro
de nuestra cabeza el amor y el deseo estuvieran
disociados, de hecho, muchos tuvimos novia, in-
formal, pero novia, con la que el afecto fluía, el
deseo según. El hecho de pensarnos en soledad,
sin comunicación, era consecuencia del grado
de ocultamiento al que las prácticas entonces
anormativizadas habían sometido al sujeto, su no
existencia o su castigo. La medicina psiquiátrica
experimentó sobre los cambios de conducta con
procedimientos brutales e ineficaces.
Hasta mediados los setenta me enrollaba con
amigos, compañeros, que a veces parecían hacer-
me un favor, porque «lo de ellos era otra cosa que
lo tuyo». Con la comodidad de no hablar seguías
tu camino y hasta donde llegara, yo ya había he-
cho de la militancia antifranquista mi trabajo,
mi causa primera, el tiempo era para la lucha.
La lenta muerte del dictador me cogió en Ma-
drid donde estuve varios meses huido de la poli-
cía, no por nada espectacular sino por participar
en un salto de calle donde nos sorprendieron y
detuvieron a varios. Cuando acudí a la cita de se-
guridad, limpio como una patena, el responsable
nos ordenó dispersarnos a los más conocidos por
los apresados, como total prevención, a lo que
se llamaba en la clandestinidad la estanqueidad.
A la vuelta de Madrid la realidad parecía ser
otra, volví a Granada, retomé el trabajo político,
128
eran tiempos de reformas donde la legalidad se
cerraba en el PCE, dejándonos alos partidos de la
izquierda revolucionaria fuera del juego que iba
conformando la llamada Transición democrática.
La lucha por la liberación homosexual aún no la
oíamos por ninguna parte a mediados de los se-
tenta, aunque Armand de Fluviá y Francino jun-
to aotros compañeros, y gracias a la influencia de
publicaciones como la revista Arcadie, fundaron
en 1972 el Movimiento Español de Liberación
Homosexual, un grupo compuesto en su mayoría
por hombres, que empezó a editar en 1972 el bo-
letín mensual AGHOIS. Eran tiempos de clandes-
tinidad y miedo. Sin embargo, aquellas noticias
no me llegaron, seguía planteändome la homose-
xualidad solo como un asunto personal del que
empezaba a hablar con ciertos íntimos amigos y
a través de poemas donde reflejaba la necesidad
de romper la incomunicación y dejaba entrever de
lo que no me atrevía a hablar. Estar dentro y salir.
De aquellos años grises, recuerdo como anéc-
dota la del día que un compañero de curso, que
siempre llevaba a su vera un remolino de gente,
se presentó con una camiseta muy ajustada en la
que, con tela de vichy de cuadritos de diferentes
colores, se dibujaba un tren infantil con los ribe-
tes de los vagones bordados con hilos variados
que surgían sobre la máquina del tren como humo
negro; un bigotito y pelo engomado delimitaban
su cabeza, dándole a todo el conjunto, sin apenas
nada, un desencaje carnavalesco que me hizo
sentirlo como uno de los míos. Era miembro del
129
FHAR (Frente Homosexual de Acciön Revolu-
cionaria) en Granada, un grupo que tomaba el
nombre de otro francés y que se caracterizaba
por sus acciones paródicas y carnavalescas, chicos
vestidos como chicas o abuelas con disfraces gro-
tescos, a veces tomados de casas abandonadas en
sus rafias albaizyneras. Se paseaban con desme-
sura del Albayzín a Plaza Nueva o por el Sefru,
un bar presidido por un váter con santo, refugio
de la otredad granadina. Sería 1977 O 1978 cuan-
do sacaron el cartel en lila con la imagen borrosa
del suicidio de una lesbiana, era el primer cartel
visibilizador, reivindicativo y denunciador de la
opresión y represión de las conductas homotrópi-
cas. Aunque el igual siempre es diferente.
De mi «cuerpo solo» se fue borrando buena
parte de lo inscrito, y de lo des-inscrito surgieron
nuevas escrituras que transformadas por el co-
nocimiento, como quien corrige, fueron confor-
mando otra cabeza, otra noción del cuerpo y de
su relación con los otros.
Hacia 1976 el feminismo llegó como un ven-
daval que ponía en cuestión nuestros valores; nos
enfrentó a la invisibilizada opresión de las muje-
res, que hasta hacía poco habían carecido incluso
del reconocimiento de ser persona jurídica. El
feminismo resurge adquiriendo con los años un
pensamiento autónomo y de transformación que
se despliega por todos los saberes y prácticas,
creando multiplicidad, desentrañando qué signi-
fica la dominación y opresión desde las premisas
del orden heteropatriarcal capitalista y cómo se
130
confronta a ese sistema construyendo un nuevo
imaginario que propaga una nueva visión del mun-
do. El feminismo es un sistema total que afecta a
cada una de las áreas de la vida explosionándola.
Será la concepción de la separación entre se-
xualidad y reproducción la que abra la posibilidad
de entendernos nosotros mismos, de liberarnos
de la culpa que nos introduce el Estado y la reli-
gión, de convertirnos en sujetos libres dispuestos
para la acción. Fue la adquisición de este nuevo
pensamiento la que influyó sobre mí y otros para
iniciar la construcción, a finales de los setenta de
los Frentes, siguiendo la estela de otras organiza-
ciones como EGHAM (Euskal Herriko Gay-Les
Askapen Mugimendua - Movimiento de Libera-
ción Gay-Les Vasco) en Euskadi y FAGC (Front
d'Alliberament Gai de Catalunya) en Catalunya,
que se crearon nada más muerto el sangriento
dictador.
Paradójicamente, en el periodo que nos tocó
hacer la mili, sobre 1978, nos hicimos maricones
militantes. A Joaquín, mi amigo del alma junto
al que todo lo he hecho, le tocó Madrid, a mí
Segovia, donde me acogieron, junto a mi amigo
Alfonso, en casa de militantes del MC (Movi-
miento Comunista) con los que además de ser-
virnos de soporte podíamos hablar de todas las
cosas. El posicionamiento del partido a favor
de impulsar la lucha de los homosexuales había
comenzado, el «cuerpo solo» se había resquebra-
jado surgiendo el deseo con todo su esplendor re-
lacional; lucha y afirmación de un yo liberador,
131
experimentador del amor, sin otro referente que
la norma binaria heterosexual. Demoler y cons-
truir sobre el vacío. Un nuevo yo que renueva el
sentido desde la relación con la identidad surgida
de la negación.
Fue en esta época, de obediencia e irraciona-
lidad, cuando Joaquín, que estaba destinado en el
Ministerio, donde todo era aún más estricto, tomó
amistad, no recuerdo bien cómo, con otros solda-
dos que estaban en el antiguo Museo del Ejército.
Parece ser, según contaban, que allí destinaban
tanto a los que le notaban el ramalazo, como a es-
tudiantes de Bellas Artes, le llamábamos el Mu-
seo de las Locas. Cuando llegaba a Madrid con
permiso desde Segovia me encontraba con ellos,
el uniforme caqui de uso obligatorio volaba por
los aires para juntarnos y lucir largos y coloridos
fulares, retocar las pestañas con rímel, ponernos
un leve toque egipcio en los ojos con el kohl ma-
rroquí y las gafas de sol que algunos llevábamos
con la rejilla lateral anti mosquitos. Perfumados,
vestidos sofisticados, salíamos a la calle a pasear
el atrevimiento de mostrarnos otros, pavonear y
reírtodo el día con miles de ocurrencias. Tuve un
ligue con uno del grupo, guapo a morir, con gra-
cia a borbotones y estilo hasta para llevar el tres
cuartos. Cuando Alo estaba de guardia, aquella
gabardina caqui la portaba como un mariscal
de campo de Napoleón con el cuello alzado y la
pulcritud de quien nunca ha estado en el campo
de batalla. El Museo del Ejército, situado cerca
del Museo del Prado, parecía de todo menos un
132
centro de disciplina, los horarios eran laxos, las
obligaciones escasas. Lo recuerdo polvoriento,
como un reflejo rancio de un esplendor no halla-
do, donde todo era el recuerdo de la muerte, lleno
de cañones, insignias, banderas y conmemoracio-
nes de la gloriosa historia del ejército. En especial
recuerdo la sala con los coches en los que iban los
tres presidentes que habían muerto en atentado
—Prim, Dato y Carrero—, huellas dejadas por
los atentados que marcaban la evolución de los
medios utilizados.
La mili acabó, sería 1979 cuando Joaquín y yo
volvimos a Granada, a la militancia y a buscar un
trabajo en medio de la espantosa crisis que sacudía
el país, tiempo de reajuste forzado por el capital,
contestado por luchas de los trabajadores y las tra-
bajadoras. Este regreso significó también la rea-
firmación de nuestras prácticas y teorías sobre la
homosexualidad y un deseo de exteriorización de
nuestros afectos que nos conducía a la acción para
nuestra propia visibilidad y por la transmisión de
los saberes que nos habían transformado confor-
mándonos en un nuevo cuerpo desde el que vivir
nuestra conquistada homosexualidad libre.
Cuando agarró el micrófono del altar y comen-
zó a cantar por Amanda Lear ya habían subido
las escaleras del dorado retablo barroco al me-
nos quince o veinte de los que participaban en la
reunión de la Coordinadora de Frentes Homo-
sexuales de Andalucía. La reunión había tenido
lugar en los salones parroquiales de la Iglesia
San Ildefonso de Granada, y al finalizar se nos
133
propuso por el pärroco, miembro del Frente y
uno de sus fundadores, ver la Iglesia, ensenär-
noslo todo. Yo le dije «¿sabes lo que haces?» y él
me respondió «para mis hermanos todo», y abrió la
puerta del retablo por el que, sorprendidos por
la propuesta, fuimos subiendo entre gritos y risas
los 21 maricones, desplegándonos por las tres al-
turas del retablo del siglo XVII, gritando a los de
abajo por las hornacinas donde se encontraban las
imágenes de San Miguel, San Rafael, Santa Cata-
lina, Santa Inés, San Antón, San José, San Pedro
y Pablo, mostrando nuestros cuerpos vivos junto
a los acartonados vestidos de los santos del gran
escultor Risueño. Cantábamos canciones, des-
plegando la pluma reivindicativa mientras sonaba
desafinado y chirriante el órgano, sobre la puer-
ta de entrada de la Iglesia, asaltado por la turba
que ejemplarizaba con su acción sobre el templo
el desprendimiento de una serie de valores y, por
tanto, la liberación del cuerpo como lugar de sa-
biduría frente a los valores cristianos. Un nuevo
cuerpo imparable que desbrozaba las ataduras de
la sexualidad.
En Granada, en 1979 y promovido por un ex
cura apellidado Parra que militaba como Joaquín
y yo en el MC, tuvimos un encuentro en la Igle-
sia San Ildefonso, donde se reunían en clandes-
tinidad, desde los años finales del franquismo,
todo tipo de movimientos sociales y partidos.
José Antonio, párroco de la Iglesia, Joaquín y yo
hablamos sobre nosotros, cómo hacer, qué hacer,
cómo buscar a otros, cómo irrumpir en la calle o
134
quien apareceria en püblico como maricön, la pa-
labra que nos había estigmatizado durante años,
el insulto que expulsaba al cuerpo y lo llevaba a un
lugar de desposesión, vacío de derechos y sujeto a
la arbitrariedad de la Ley de peligrosidad y reha-
bilitación social con la que la dictadura franquista
había completado su lista de grandes enemigos:
comunistas, masones y judíos. Ni el indulto de no-
viembre de 1975, ni la amnistía de 1976 al princi-
pio de la Transición, benefició alos homosexuales
que habían sido detenidos como peligrosos y que
habían ocupado cárceles específicas, como la de
Badajoz, ala que se enviaban los llamados pasivos;
ola de Huelva, donde iban los activos, alos queles
aplicaban terapias aversivas. La ley no se deroga-
ría en sus aspectos principales hasta 1983, un año
después de la llegada de los socialistas al poder.
Aquella reunión en la Iglesia, fue el inicio
del FLGG (Frente de Liberación Gay de Grana-
da), una organización formada por homosexua-
les masculinos que seguían el trabajo del MLH
(Movimiento de Liberación Homosexual) y el
FHAR; y que junto a otros grupos de Andalu-
cía se constituyó en el FLHA (Frente de Libe-
ración Homosexual de Andalucía), que unidos
a otros como el FLHOC (Frente de Liberación
Homosexual de Castilla) de Madrid, el FAGC
de Catalunya, el MAGPV (Moviment d'Allibe-
rament Gai País Valenciá) del País Valenciá o el
EGHAM de Euskadi, dieron lugar a la Coordina-
dora de Frentes de Liberación Homosexual del
Estado Español, la COFLHEE, organización,
135
de la que apenas hay rastros en la Red, que du-
rante varios años fue el primer referente orga-
nizativo y reivindicativo de las organizaciones
de homosexuales. Hace apenas tres décadas la
homosexualidad se consideraba una patología.
Estas organizaciones tomaron en su mayoría el
nombre de Frentes de Liberación o Movimien-
tos, emulando el nombre que tomaron las organi-
zaciones que luchaban por la independencia y la
descolonización en diversos lugares del mundo
desde los años sesenta. «Frente» intentaba refle-
jar la suma de concepciones políticas que había
en cada organización, indicando que la lucha de
los homosexuales no solo estaba unida a la lucha
del pueblo sino que opinaban y actuaban en los
incipientes movimientos pacifistas, ecologistas,
sindicales o por la legalización de sus organizacio-
nes y los partidos de la izquierda revolucionaria;
señalando al cuerpo como un cuerpo colonizado
por el sistema patriarcal capitalista al que hay que
liberar de la opresión sexual.
No conocí a Paco La Brava, hoy Mar Cambro-
llé presidenta de ATA (Asociación de Transexua-
les de Andalucía), ni recuerdo cómo se llamaba la
organización en favor de los derechos de los ho-
mosexuales que había fundado un tiempo antes
en Sevilla, y que mantenía alguna relación con la
HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica),
un grupo sindical donde militaban cristianos muy
comprometidos en la lucha contra la dictadura.
Aquella organización había desaparecido cuan-
do Joaquín, que ya vivía y trabajaba en Sevilla,
136
convocó una reunión a través del MCA (Movi-
miento Comunista de Andalucía) para crear un
nuevo grupo que se sumara al nuevo movimiento
de los Frentes homosexuales. De esta convocato-
ria, a la que acudieron unas 80 personas, surgió
una nueva organización, sus miembros eran casi
todos homosexuales masculinos, las lesbianas,
entonces menos organizadas, menos visibles, ca-
recían prácticamente de organizaciones propias
y militaban dentro del fortalecido movimiento
feminista donde su visibilidad era relativa. Sería
en 1979 en las II Jornadas Feministas Estatales
en Granada, que reunió a más de 3.000 mujeres,
cuando comenzaron a organizarse también de
forma autónoma, creándose un año después el
Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid,
de enorme importancia en la visibilización y for-
talecimiento de las organizaciones lesbianas, con
Empar Pineda como cabeza más visible. En 1983
se celebraron las primeras jornadas lesbianas.
Los Frentes se crearon también en Mála-
ga, el Colectivo Gay de Málaga, impulsados por
compañeros del PCE y MCA, que publicaron un
boletín llamado Re/vindicazuca; en La Línea de
la Concepción; y en Córdoba que junto a las or-
ganizaciones de Granada y Sevilla se unificaron
bajo la siglas de FLHA (Frente de Liberación Ho-
mosexual de Andalucía). El mundo organizativo
del FLHA, como el de otros grupos pioneros, no
tenía una estructura muy desarrollada, funciona-
ba por asamblea de la que surgían comisiones para
trabajar en diferentes realidades, no todos sus
137
militantes actuaban en el exterior con la misma
disponibilidad; decir el nombre y apellido en las
actividades públicas, como mesas redondas o con-
ferencias, no era fácil, veníamos de donde venía-
mos y tuvimos que dar rostro y nombre a la lucha
homosexual. Desde el principio fueron en general
bien recibidos por los homosexuales que ya empe-
zaban a habitar masivamente los bares específicos
que se abrían, espacios de libertad máxima donde
también se celebraban espectáculos de travestis
en los que alguna vez daban la bienvenida a los
militantes del Frente, aunque de alguna forma
éramos mirados como algo extraño. También se
extendió el uso de los llamados cuartos oscuros,
novedad para muchos de nosotros, en los que se
practicaba sexo anónimo. En los Frentes comenzó
una discusión imposible sobre si debíamos estar a
favor o en contra del llamado gueto homosexual,
al que juzgábamos, a la vez que frecuentábamos,
desde una moralina carca sobre las prácticas se-
xuales sin afecto que se practicaban en aquellos
espacios y que entendíamos que nos devolvían a
una situación de invisibilidad. La visibilidad era
una necesidad perentoria de los nuevos Frentes,
poner rostros a nuestras reivindicaciones.
En Granada, en medio de una Asamblea mul-
titudinaria en la Facultad de Ciencias donde se
trataban varios temas, se levantó Juan Antonio
Boix, un fornido militante del FHAR, y con voz
recia proclamó su homosexualidad desde el cen-
tro del Aula Magna, inmediatamente los asis-
tentes comenzaron a aplaudir y a saludar lo que
138
en aquel momento era un gran gesto que rompia
con el estereotipo sarasa de debilidad y pluma por
narices. Porque la pluma era objeto de discusión
en los Frentes, y aunque la empleábamos a gogó,
empezamos a ser conscientes que esa expresión
corporal era no solo algo aprendido sino un reflejo
de la división de roles y parodia de lo que se enten-
día como femenino, al mismo tiempo era también
un valor identitario que usábamos con estriden-
cia cuando la situación pasaba a ser de jolgorio
picarón, donde las risas estallaban por doquier o
cuando plumeábamos por la calle como reivindi-
cación de nuestra diferencia.
¿Entiendes o comprendes? Era la frase, no
sin humor, que se empezó a extender por el am-
biente, palabra que recogía no solo los lugares
de confluencia de los homosexuales, hombres y
mujeres, sino también la sociabilidad de sus inte-
rrelaciones. ¿Entiendes o comprendes? indicaba
la diferencia entre ser y ser aliado, aunque en el
fondo pensábamos que todo hombre era un mari-
cón en potencia y había que vaciar los armarios.
Otro dicho que nos encantaba era aquel que en
cierta forma respondía a un cierto esencialismo
de nuestras posiciones, cuando alguien refi-
riéndose a otro decía, no sin tono jocoso: «dice
que es bisexual», y se respondía «sí, sí, le gustan
los rubios y los morenos»; ese chiste, que todos
reíamos, escondía la negación de una multiplici-
dad de formas de ser y anclaba la homosexualidad
como un lugar de no evolución, haciéndola apa-
recer como un rol más que se enmarca en la lógica
139
heteropatriarcal y se abraza a la inmutabilidad
de los generos.
Recien expuestos al exterior, los militantes
hacian aflorar la realidad oculta de präcticas so-
ciales condenadas por las leyes y por una moral
popular e ideolögica que se resquebraja ante la
contundencia de la apariciön de nuevos cuerpos
sexuales que obligaban a cuestionar las certezas
en las que habitaban. Estas transformaciones co-
mienzan a producirse en el interior de los partidos
de izquierda como el PCE y el PSOE, obligados a
posicionarse ante la lucha por la igualdad de dere-
chos, en los que se irá modificando la vieja visión
de que la homosexualidad era un vicio pequeño-
burgués que había que extraer de sus filas (lo de
pequeño burgués era el pozo donde acababan las
ideas que intentaban expresar la noción de una
individualidad que convive con lo colectivo). La
acción de los homosexuales, la lucha feminista y
las ganas de disfrute de una sociedad salida del
oscuro puritanismo nacional católico posibilita-
ron que los Frentes, a pesar de contar con una
reducida militancia, atrajeran la mirada cómpli-
ce de numerosos sectores sociales que apoyaron
sus luchas.
Las organizaciones gays surgidas a finales
de los setenta se unen por primera vez a las inter-
nacionales a través de la IGA (International Gay
Association), nacida el 8 de agosto de 1978 en Co-
ventry, Inglaterra, durante la conferencia de la
Campaign for Homosexual Equality (Campaña por
la igualdad de los homosexuales) a la cual asistie-
140
ron 30 hombres en representación de 17 organi-
zaciones de 14 distintos paises. En el ano 1986,
adopta su actual nombre, ILGA (International
Lesbian and Gay Association). Esta organiza-
ción influyó para conseguir que la Organización
Mundial de la Salud quitase a la homosexua-
lidad de su listado de enfermedades en 1990 y,
aunque se abre a la realidad Trans, mantiene a lo
largo de su historia un programa igualitario que
refleja posiciones binarias.
En Andalucía, para dar visibilidad a las rei-
vindicaciones del movimiento —legitimidad de
los derechos de los homosexuales, no a la margi-
nación laboral, derecho al placer y a una sexua-
lidad libre— el Frente comenzó a desplegarse
mediante la confección de pequeños boletines en
papel rosa que se fundieron en una publicación
llamada Gay Andalus. El cuerpo teórico comen-
zaba a desarrollarse desde postulados primarios
situados en esquemas binaristas, el concepto
Trans estaba ausente de sus discursos y aún lejos
de las luchas que desarrollaban y de la compren-
sión de su importancia en la deconstrucción de
los géneros.
Los Frentes organizaban charlas, ventas de
libros en la calle, puestos en los que también se
repartían los escasos materiales con que contá-
bamos. Los libros eran casi todos de autores que
podían definirse como homosexuales intentando
através de grandes personajes de la literatura dig-
nificar nuestra lucha. Recuerdo alos compañeros
más jóvenes que venían a ayudar patinando por
141
Bib Rambla en Granada, ofreciendo veloces, con
sus vaqueritos por la ingle, los libros a la vez que
anunciabanla existencia del puesto. Eran presen-
cias públicas en unos años donde vivir la libertad
parecía posible.
El FLHA era una organización muy precaria
que carecía de locales públicos, la dirección eran
diversos apartados de correos en las ciudades don-
de existían grupos. Ante esa precariedad la volun-
tad se manifestaba poderosa, el Frente empezó a
aparecer en algunos medios que daban a conocer
nuestras reivindicaciones. En Sevilla los com-
pañeros tenían un programa magazín de radio
semanal en la emisora de Radio 16 y crearon con
absoluto éxito un Festival de Cine Homosexual
donde daban a conocer películas, con la dificultad
de su escasez a principios de los ochenta, sobre el
amor que no osa decir su nombre.
El FLHA como otras organizaciones de la
COFLHEE pensaban desde una concepción polí-
tica global que los homosexuales debían estar no
solo en sus reivindicaciones sino también acom-
pañar las diversas luchas que se desarrollaban a
través de otros movimientos, no solo las luchas
feministas por sus derechos sino también la lucha
por la objeción de conciencia, contra la OTAN,
los gastos militares...
Antonio García Larios, alcalde comunista
del maravilloso pueblo de Montefrío, con quien
me unía una relación de amistad, me propuso en
el año 1985 organizar un acto en el instituto del
pueblo para hablar sobre la homosexualidad con
142
los chavales y chavalas, una mesa redonda en la
que ademäs del Frente estaban los partidos que
acababan de tomar una actitud de defensa de los
derechos de homosexuales ylesbianas, y Alianza
Popular, la derecha organizada. Cuando me tocó
el turno de palabra expliqué nuestras reivindica-
ciones e hice una breve narración sobre diversos
hitos de la historia de la lucha homosexual desde
las teorías de finales del siglo XIX, desde posicio-
nes despatologizadoras, como las de Carpenter
sobre la existencia de un tercer sexo o la inversión
sexual de Ellis. El recorrido por la historia acaba-
ba con la reaparición del feminismo y los nuevos
movimientos de liberación sexual surgidos en la
década de 1970. Pues bien, cuando habló la señora
de AP, una diputada provincial, expuso una dia-
triba conservadora y opusiana en la que comentó,
cantinela propia de la época, que nuestros afectos
y nuestra sexualidad eran aberrantes y antinatu-
rales. Al terminar, tomé de nuevo la palabra, pero
no me pareció oportuno rebatirla, solo le dije, con
toda la mofa posible, que el concepto de lo natural
no era muy preciso, «dese cuenta que cuando va a
comprar conservas las almejas al natural vienen
dentro de una lata, bien muertas». El público jo-
ven que había estado atento e interesado en toda
la charla estalló en risotadas ante aquella salida
con tintes surreales dejando aturdida a la seño-
ra diputada que esperaba el rechazo del público
a la intervención del FLHA. Valga este ejemplo
para reconocer que nuestras razones eran oídas
no solo en los centros urbanos, las nuevas ideas
143
sobre la sexualidad y su vivencia eran recibidas
cada vez mäs con satisfacciön por grandes sec-
tores de la poblaciön. Situar la presencia viva de
los militantes gay y de quienes afrontaban pübli-
camente su homosexualidad era descerrajar las
presiones sociales, abrir camino ante lahomofobia
que nos había conferido a la invisibilidad y la ne-
gación de la disidencia antipatriarcal.
No me resisto a dejar de contar un pequeño
relato sobre las situaciones que se daban para dar
corporeidad a las luchas de homosexuales y les-
bianas. Afrontar la visibilidad de nuestras luchas
también significaba dar nombre y apellidos a quie-
nes eran portavoces de los Frentes, dar la cara.
Un compañero de EGHAM a quien un medio de
comunicación le había realizado una entrevista
se encontró con que su nombre iba a salir escrito
en ella, abrumado porque su familia, compuesta
de diez hermanos, se iba a enterar de quien real-
mente era por los medios, decidió contarlo antes
de que fuera público, debía ser cuando estuviera
reunida toda la familia; dadas la fechas pensó que
lo haría en la cena de Navidad. Así, al final de la
cena se levantó y dijo: «Tengo que comunicaros
que según el Informe Kinsey —libro fundamen-
tal en aquellos años— una de cada diez personas
es homosexual; o el Informe Kinsey falla o en esta
reunión hay un homosexual, el Informe Kinsey
no falla, el homosexual soy yo».
La noche llenaba los jardines laberínticos de
sombras, espacios donde se practicaba el sexo
anónimo, un territorio nuevo recién conquistado
144
donde buscar el desfogue de los cuerpos, cada ciu-
dad tenía sus lugares específicos, desde váteres
públicos en sitios de tránsito a zonas de arboleda,
los cuerpos aparecían y desaparecían satisfacien-
do el deseo compulsivo del sexo, una sexualidad
masculina que a cada pocos pasos la encontramos
vacía de afecto. Lo cierto era que no sabía ligar en
aquellos sitios y dejé de acudir, a otros le encan-
taban y tras las copitas de los bares desaparecían
para intentar satisfacer sus deseos; los habituales,
a veces charlaban y reían antes de disolverse y bus-
car su sombra iluminada desde donde atraían otro
cuerpo errante o desaparecían por no encontrar
lo que buscaban. En Granada le llamábamos a ese
espacio La Finqui, unos jardines junto al río por el
Paseo del Salón. «Niño, ayer estuve en La Finqui
y no me comí ná». «Pues a mí me salió un maricón
que tenía un ¡¡culo!! Vaya Culo. Terminamos en
su casa. ¡¡Qué noche!!».
Apenas los Frentes habían desarrollado sus
luchas cuando llegó como un huracán el sida. La
rápida propagación de la enfermedad, la poca
información existente al principio y el carácter
inevitablemente letal del virus dieron lugar a
una auténtica psicosis a comienzos de los años
ochenta, especialmente entre la comunidad ho-
mosexual, de hecho, llegó a llamarse «síndrome
de los homosexuales o peste rosa». Los medios
reforzaban el acoso, no será hasta aparecer los
primeros casos de hemofílicos infectados cuan-
do la mirada acusadora comenzó lentamente a
menguar. La pandemia del sida paralizó a los
145
Frentes, redujo su visibilidad, entraron en cri-
sis o desaparecieron ante la perplejidad de las
muertes de amigos y compañeros que se iban
irremediablemente aquejados de múltiples enfer-
medades, a veces en la soledad de quien se ve a sí
mismo como culpable por portar la maldición de
lo que era desconocido, y por no hacer partícipes
del dolor a los que te rodean. La inmisericordia
de su aparición, de la muerte que portaba, lo pa-
ralizó todo. Los Frentes creados para reivindicar
el gozo y el orgullo desde posiciones igualitarias,
teórica y organizativamente débiles, fueron inca-
paces, salvo excepciones, de comenzar una lucha
contra la invisibilidad del virus y sus terribles
consecuencias.
La década de los ochenta trajo consigo el au-
mento de la discriminación, los enfermos eran
aislados, se dieron los primeros descubrimientos
que cercioraron la existencia de un virus como
causante de la enfermedad y se conocieron las for-
mas de contagio. Sería a comienzos de los noven-
ta, con la aparición de los Comités antisida y su
ingente trabajo en todos los frentes que la enfer-
medad provocaba, cuando todo comenzó a reor-
ganizarse y comenzó la lucha por democratizar
los tratamientos contra el sida, por reforzar las
campañas de información veraz sobre la enfer-
medad y su prevención.
A la vez, sin que nadie viera esa realidad, mi-
llones de personas enfermaban en diversos paí-
ses africanos. La lucha contra el sida continúa,
existen tratamientos eficaces, pero en aquellos
146
países donde no existe la sanidad pública el acce-
so alos medicamentos es muy costoso dejando en
la intemperie alos pobres y olvidados de la tierra.
Las políticas neoliberales, caminan sobre la
muerte en su mundo global donde el cuerpo en-
fermo es entendido como negocio.
El encargo de este texto surgió a raíz de los intercambios y con-
versaciones entre Miguel Benlloch, Gracia Trujillo y Alberto Ber-
zosa en las actividades del seminario «Millones de perversas»,
que el grupo de investigación del proyecto europeo Cruising the
1970s-CRUSEV, que integran ambos, organizó en el marco de
El porvenir de la revuelta, en CentroCentro y Centro Cultural
Conde Duque, Madrid, junio 2017. Escrito en mayo de 2018 y
publicado en Fiestas, memorias y archivos. Política sexual y re-
sistencias cotidianas en los años 70, volumen compilado por
Trujillo y Berzosa, Brumaria, Madrid, 2019.
147
CONSEJO
DE GUERRA
AL PLACER
En este país el túnel del tiempo no existe. El pasa-
do se hace presente a menudo llevándonos a dudar
continuamente del año en que vivimos. Unas ve-
ces son las vueltas a protocolos que quieren emular
esplendores de corte; otras, como la que me lleva a
escribir, nos lleva a hacer presente hechos que muy
bien pudieran haber ocurrido mucho antes del
descubrimiento de América (puestos a relacionar
con los protocolos). O lo cierto, lo definitivamente
cierto será que llegaremos al tiempo de Galáctica y
pasará como en esa nefasta serie: que lo que cam-
bió fue la rapidez de los aviones, la sofisticación de
las armas, pero el tiempo dejó intactas las normas
y costumbres, los valores ideológicos que nos do-
minan seguirán siendo opresivos y reaccionarios.
Comenzará la historia que me ocupa, los he-
chos ocurridos allá en el 77, cuando el desencan-
to, la desolación apenas había comenzado, pero
llevaba ya en su germen todos los resultados que
ahora vivimos.
149
Esta historia es una historia de cuartel, otra
más, pero en ella los sucesos acaecidos no tienen
nada que ver con sables, golpes de estado, con-
juras.... por lo menos a primera vista, sino con
la vida de dos hombres, dos soldados que fueron
vistos amándose, palpándose, acariciándose sus
cuerpos. Seguro que sus manos irían rogándose
la carne intuyéndola debajo de los oscuros unifor-
mes, de los acartonados correajes. Me es difícil
reconocer en ese amor de cuartel la ternura infi-
nita del amor cuerpo a cuerpo. El miedo, el saber-
se fuera de la normales llevaría al «delito» con una
ingenuidad espantosa.
Ese amor fue descubierto con la sorpresa
que se produce en aquellos cuando aparece ante
sus ojos enfermos y opresivos la sexualidad tal
como es.
Hoy esa historia va a ser juzgada en un conse-
jo de guerra. Se juzga lo que se desaprueba, se le
hace la guerra a lo que se quiere exterminar.
Alcalá de Henares. Día 9 de noviembre. Uni-
dad de Paracaidistas. Dos cabos son juzgados por
prácticas homosexuales. Realizadas dentro del
recinto militar. Año de delito 1977. Año de juicio
1983. El fiscal pide tres años de prisión para cada
uno de ellos apoyándose en el artículo 352 del viejo
Código Militar.
Aquí en la calle, en esta libertad disimulada,
veo con terror la severidad que se ejerce. Me siento
cerca de estos cuerpos castigados, de sus prácti-
cas, de sus amares.
150
Estando seguro que la noticia aparecerä aga-
zapada en cualquier pägina raquitica de periö-
dico y los castigadores seguirän recibiendo loas
y honores, seguirän siendo ejemplo y guia para
editoriales miedosas. Pero las präcticas de aque-
llos, que no estän tan lejos de las conciencias de
los que conscientemente les azuzan ni de los que
inconscientemente asientan, han de llevarnos a
recordar una vez más que la libertad empieza de
alguna forma por poder ser nosotros mismos y no
hay nada que sea más bello que nuestros cuerpos.
Alcalá de Henares. Nueve de noviembre. Se
juzga al placer porque el placer les da miedo.
Se juzga la homosexualidad porque es una for-
ma de obtenerlo.
Publicado en Diario de Granada, 1983.
151
EL DOBLE CASO
DEL GENERAL
KIESSLING
Günter Kiessling ha sido destituido de su puesto
de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de
la OTAN en Europa. Los motivos del cese son la
existencia de pruebas de que el general constituía
un riesgo para la seguridad nacional.
El riesgo en palabras entendibles, según quie-
nes controlan esto de los ceses, no estaba moti-
vado por causa de espionaje, ni por veleidades
rojizas. Este general no era rojo, era rosa —vulgo
maricón—.
Frecuentaba bares de ambiente, lo cual mo-
tivó las investigaciones de los controladores del
Estado. Estos se enterarían de la afición de
Kiessling a tocarse la entrepierna con algún que
otro hombre.
La máquina estatal —tan orwelliana ella—
debió sacar sus conclusiones: «quien deja su piel
varonil a manos de dedos peludos, ni es hombre,
ni valiente, ni soldado y por lo tanto podía perder
la lengua con el primer espía sacador de secretos
152
profundos sobre camas mullidas». O, a lo mejor,
pensaban en cualquier pacifista de «afeminados
gustos» localizando en un «abräzame fuerte» el
sitio exacto donde los amantes de lo nucleariban a
colocar el último cruising made in USA. El general,
según sus superiores, podía pasarse las noches
de desenfreno contando chismes sobre los mil y un
secreto que estos de la guerra guardan para ani-
quilarnos. Y, ya se sabe, los secretos de Estado son
ante todo secretos.
Sobre cómo practicaba el ars amatoria el señor
K deben de tener sus jefes un concepto extraño y
malévolo. Habían llegado a la conclusión de que
era un tipo aburrido, con pocos temas para conver-
sar, y pudiera pasar que se decidiera a hablar de su
trabajo tras haber pasado el tiempo de los besos, las
caricias finas u otras de las múltiples aberraciones
que dos hombres pueden cometer cuando se dispo-
nen a hacer sexo.
Me imagino un Kiessling, en horas y horas de
farragosa charla, dando pormenores de los últimos
misiles a sus amantes, lo que en sí mismo es un pe-
ligro dada la fama de chismosos de la gente homo-
sexual. Al día siguiente toda la colonia gay de Bonn
manejando datos de esos que sólo saben Reagan y
sus cuatro consejeros. La humanidad en peligro,
sobre todo la occidental. Nosotros metidos en la
OTAN dando nuestra seguridad a esas manos tan
poco de fiar, a esas lenguas que lo cuentan todo;
por una caricia son capaces de relatar con pelos y
señales la estrategia de las próximas maniobras.
153
Pero no. No, no, no... No os preocupéis. Per-
manezcamos tranquilos. Todo ha sido una confu-
sión del contraespionaje militar. Se han precipitado
en sus conclusiones. ¡Kiessling no era Kiessling!
Así parece ser la historia. El maricón era un
doble. Uno igualito que el general, la misma calva,
los mismos ojos claros, esos labios gruesos, canas
en las patillas... Un doble impío y obseso que le ha
dado el mal rato al general, ala OTAN, alos occi-
dentales, atodos los defensores de esa maquinaria
de la guerra. Un alma gemela perdida de vicio y
corrupción. Un castigo, una mancha en la carrera
ejemplar del jefe adjunto de OTAN, una duda di-
fícilmente borrable a pesar de las declaraciones de
su chófer: «Jamás ha sido homosexual; de lo con-
trario yo lo hubiera sabido».
Gaste cuidado mi general, practique el amor
con esparadrapos, controle sus besos, sus impul-
sos, siente junto a la cómoda de su cuarto de soltero
auno de esos del contraespionaje. ¡No sea que me
lo vaporicen! Y a propósito, ¡feliz 1984!
Publicado en Diario de Granada, 1983.
154
IALA CALLE
COMEDIANTS!
Lalibertad es un aprendizaje sölo apto para liber-
tinos, para gentes que saben que la libertad no es
sölo una palabra, ni asunto de unos pocos, la li-
bertad es algo colectivo. Defenderla tambien.
Hace ya unos años, once tan sólo, llegué al
teatro. En aquellos tiempos las plazas no existían,
la libertad se urdía en pequeñas habitaciones, en
montes alejados, en excursiones, o en aquel intento
nuestro de unir palabras y gestos en un escenario
donde creíamos posible la libertad de hacer teatro,
teatro para la rebelión. Escenificamos a Neruda:
«Generales traidores mirad España rota...». Hici-
mos Weiss: De cómo mister Mockinpott logró libe-
rarse de sus padecimientos. Un gobernador, también
civil prohibió nuestro trabajo. Su prohibición nos
llevó a aquel grupo de hombres y mujeres a bajar
del escenario y buscar aquella otra forma de ser
efectivos, bajamos a aquella palabra, entonces fan-
tástica, llamada militancia. Convertimos nuestros
ensayos en reuniones clandestinas, en palabras
155
y gestos de asambleas y calle. Alrededor nuestro,
enfrente de nosotros, estaban ellos, su moral, su
opresión, ese arduo deseo de los intolerantes de
apagar con su ira la voz colectiva de los que aspi-
rábamos a ser libres. Aquello era el franquismo.
Hace unos dias, cuatro tan sólo, el teatro se vino
a Granada. Els Comediants, los mismos del /Von
plus plis, para recordarnos que las plazas existen,
que atrás quedó el crucero magnífico del Hospi-
tal Real donde encerraron sus máscaras hace años,
la calle también era nuestra. Llegaron a demostrar
el gozo, la alegría, la ternura de hacernos felices en
este infierno. ¡Ahhh els demonisss! Venían a ense-
ñarnos el pecado horrible de ser divertidos. ¡Eran
como demonios!
En esto bajaron los ángeles, los ángeles del
rezo, de la oración, del grito redentor, de la vara de
nardos convertida en espada. Así prepararon siem-
pre sus cruzadas, los cantos antes de las batallas,
después sus cruces golpeaban al infiel, al tierno
infiel que vivía la vida.
Los ángeles bajaban del triunfo con sus bates
de béisbol, sus ganchas emporradas. No eran se-
rafines, no eran querubines, no eran arcángeles;
aquellos quedaron en sus cuarteles vigilantes,
en las torres enormes jaleando. Quedaron en sus
ABC, en sus circulares leídas en iglesias, en Africa
Gran entonando el rosario violento de la oscuridad
que nos prometen, en sus torvos AP de nostalgias
infinitas. Toda la escala celestial jaleaba. Ellos no
vinieron, llegaron sólo infectos ángeles, ángeles
156
del guardia, ängeles de la porra, ängeles con nom-
bres apellidos y pistolas. Vinieron aromper nues-
tro gozo, a traer la sombra.
Pero la fiesta era nuestra, como también lo
es la vida, y Els Comediants en ella. Cruzamos
la calle y dijimos el grito inevitable de «no pasa-
rán»... Y no pasaron, porque después todo hubie-
ra sido su violencia, la violencia terrible de acabar
con la fiesta, la terrible violencia de sus armas,
del paraíso siniestro de su muerte. Y fue así por-
que no estuvo su policía, porque sólo nosotros pu-
dimos hacerlo, porque ya las palabras se quedan
pequeñas para aprender de nuevo, de nuevo en el
teatro, que la libertad es colectiva y es necesario
defenderla.
Por todo ello debe dimitir el que omitió la pru-
dencia, el que olvidó nuestra seguridad, el que dejó
indefensa nuestra alegría. Gobernador dimite.
Publicado en Diario de Granada, viernes, 1 de junio de 1984.
157
28 DE FEBRERO:
CINCO ANOS
DESPUES
La realidad como la luna tiene dos caras, una de
ellas oculta, en ella habita el estado de las cosas.
Cuentan que el Gobierno del PSOE, Almunia al
frente, prepara restringir la lista de parados de este
país. Para ello inventan nuevos nombres: buscado-
res de primer empleo, prejubilados, trabajadores
sumergidos... Con estas metáforas pretenden su-
primir a cientos de miles de parados, hacer listas
nuevas, ajustar las estadísticas a su oferta electoral.
Es lo que se llama reconvertir al paro. Pero detrás
del cinismo, de las listas pasadas por ordenado-
res, está la calle —como decir la vida—; en ella
habitan, ordenados o no, los jóvenes sin empleo,
los buscadores de alcaparras, los jornaleros de 30
peonadas al año, recogecartones, vendedores de
lotería, camellos, limpiabotas, chapuceros, men-
digos y otras «especies» sumergidas con los ahogos
propios de todo aquel que lleva el agua al cuello.
Además podríamos hablar de ese infinito núme-
ro de mujeres que realizan un trabajo domesticado
en sus casas sin recibir un duro y, preguntadas,
158
en un 60% responden afirmativamente al deseo
de tener un trabajo que les dé cierta independen-
cia. Son las paradas en el olvido, gentes nunca
contadas en esos más de dos millones de parados.
Aquí en el Sur sabemos de todo esto; sabemos
que un 80% de las fincas está en manos de un 2%
de personas, 200.000 jornaleros y jornaleras sin
tierra trabajan una media de treinta peonadas al
año, la industria apenas existe a estas alturas de
Occidente y la reconversión despide de astilleros
vaciando las fábricas. A cambio nos dan palabras
acerca de las maravillas que vendrán, un día de
estos, para toda la humanidad. Por ahora sigue
aumentando el paro. Fantasías no aptas para estó-
magos vacíos. La historieta interminable.
Cuando hace cinco años nos echamos a la calle
para pedir autonomía, cada andaluz que dijo sí es-
taba exigiendo tierra, trabajo y libertad nacional.
Era el contenido del poder andaluz que exigimos.
Hoy ya cansa hablar —aún más escribir— sobre la
historia que no ha sido. La historia hecha desde el
Gobierno andaluz no ha cambiado un ápice nues-
tras condiciones de vida, el PSOE se ha encargado
de ello, llevando a cabo esa Reforma Agraria de
maceta que deja intacta la propiedad de la tierra,
impulsando cultivos antisociales que desplazan
la mano de obra. El PSOE y ese estatuto incompe-
tente que ha llenado de oficinas Andalucía, ofici-
nas sin presupuesto, sin capacidad para cambiar
las cosas, pero que sí sirven para domesticar las
voces del propio partido mediante contrataciones
indiscriminadas.
159
Por otro lado, Andalucia se nos llena de misi-
les: Rolland, Aspide...,seamplialabase de Rota.
El amigo americano intenta meternos cabezas
nucleares. Las botas despliegan su paso por to-
dos los rincones. Estän preparando el campo de
batalla. Vigilan el Atläntico, vigilan el Medite-
rräneo, quieren hacer de Andalucia una amplia
plataforma militar para apuntar objetivos lejanos
que a los USA interesa controlar; son las tropas
de despliegue räpido aptas para involucrarse allä
donde señalen los sueños totalitarios de su amigo
Reagan.
¿Qué significa esta militarización del Sur?
Significa que lo quieren convertir en el centro mi-
litar más importante de la Península y por ende el
más agraciado territorio en recibir miles de millo-
nes de pesetas en forma de material militar, que
con el tiempo se convertirá en chatarra o en exter-
minio y en ningún caso revertirá en los grandes
problemas que tenemos.
Desde esta Andalucía que necesita poder para
transformar su realidad, poder para expropiar la
tierra, poder para alejarse de esa política agresiva
de defensa, los gastos militares se convierten en la
más flagrante muestra de la inmoralidad del poder.
Cada bala, cada misil, cada sueldo militar, cada
bota del soldado inocente se convierte en una agre-
sión a nuestras vidas. Los hombres y mujeres de
Andalucía tienen poco que defender, poco que les
pueda ser arrebatado, y sin embargo necesitamos
de condiciones elementales de vida, trabajo, tie-
rra, hospitales, escuelas, carreteras, necesitamos
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todo aquello que ellos no contemplan a la vez que
desechamos la militarización que nos empobrece.
Su cinismo, ante esta realidad, les lleva a hablar-
nos de época de crisis, pues bien, en época de cri-
sis se evita lo innecesario y lo militar lo es.
En cinco años hemos pasado de exigir una ca-
pacidad de autogobierno o con poderes a una de-
pendencia de la propuesta belicista del Gobierno
Reagan. Esta es la autonomía conseguida.
Los habitantes de la cara oculta de la luna, los
que padecemos el estado de las cosas, tenemos po-
cas opciones que tomar en esta situación, si ellos
no hacen la reforma agraria, si no dan trabajo, si
desprecian las señas nacionales de esta nación,
sólo nos queda la protesta, la rebelión. Rebelarse
buscando la unidad en luchas cada vez más am-
plias, ocupando fincas, negándonos por todos los
medios a nuestro alcance a despidos y reconver-
siones. No hay otra opción creíble: o su política de
desprecio a las necesidades populares, o una polí-
tica de resistencia activa. Lo demás será otra vez
paseos por las calles, pancartas estériles para sus
oídos sordos, declaraciones o escritos como este,
palabras convertidas cada cuatro años en folklore
electoral. Y a propósito, queridos electores y elec-
toras imagínense las calles rebosantes de carte-
les portando la cara de Rodríguez de la Borbolla.
Se acercan elecciones:
Protección Civil prepara la huida.
Publicado en Diario de Granada, viernes, 1 de marzo de 1985.
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PLACERES
PROHIBIDOS
Abajo, estatuas anönimas,
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres
Brilla en la hora vengativa.
Su fulgor puede destruir vuestro mundo.
Luis Cernuda
El imperio ha comenzado a legislar sobre la vida
sexual de los individuos, ha entrado en sus casas
para decidir sobre sus afectos y placeres; todo un
Tribunal Supremo de los EE.UU. codifica me-
diante leyes de represión sexual cómo debe ser
el amor. El Estado Cotilla, que progresivamente
nos vigila, quiere introducirse en la cama preten-
diendo aunar sus esfuerzos con el celestial impe-
rio. Persiguen el placer y los cuerpos que a él se
acercan. El valle de lágrimas está servido.
En este festín de la barbarie han puesto sus
ojos, su primera mirada, sobre la homosexuali-
dad. El amor que osa decir su nombre se convierte
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en la debilidad justa que necesitan para llevar a
todas las cabezas la negación de su cuerpo.
No voy a ser yo quien hable del impulso que
lleva a los hombres y mujeres a amar semejantes;
debiera bastar el profundo derecho a ser dueños
de nuestros deseos y nuestros cuerpos para que la
cuestión quedara zanjada. La razón es suficiente.
Por ello pasaré de largo sobre el SIDA. Y será
así porque una vez constatado que la enfermedad
existe, constatados los terribles problemas que
conlleva, sabemos que detrás de ella se ha levanta-
do la veda para hacer lucha ideológica, sufrimiento
material, contra todos aquellos que han decidido
vivirla pasión que nos acompaña. Contra el SIDA
no hay más solución que el reforzamiento de las
medidas sanitarias y el esfuerzo económico para
llevar adelante los planes científicos necesarios
que hagan posible su curación.
Basta mirar las cifras destinadas a ambas cosas
para compararlas con las que se destinan al exter-
minio, desde los planes galácticos hasta esos cien
millones de dólares para ayudar a la contra nica-
ragúense; o comparar, por ejemplo, con los cuatro
millones y medio de dólares destinados a combatir
la clamidia, enfermedad venérea que causa estra-
gos en EE.UU.
Las leyes y proyectos gubernamentales que
emanan de los Estados Unidos y de la Gran Breta-
ña buscan reforzar los valores tradicionales acerca
de la familia y la sexualidad, y para ello se sirven
del primer dato susceptible de ser utilizado como
163
bandera. Persiguen así lo que Vicent Marqués se-
ñala —creo que positivamente— como liquidación
del Estado de bienestar y sujeción a las demandas
de un capitalismo en crisis (cosa, por otra parte,
intrínseca a su propia naturaleza). Josep Vicent
Marqués apunta, entre otras cosas:
«¿Que no se puede resolver el paro? Nada
como la familia para alimentar y dar un dinero
de bolsillo a los jóvenes. ¿Que la sanidad pública
es deficiente? Nada como la madre, la tradicio-
nal mujer abnegada, para atender a los enfermos.
¿Que no hay guarderías públicas? No importa,
así se disfruta más del cariño de la mamá».
En situaciones de crisis, el capitalismo re-
fuerza su aparato coercitivo haciendo rebrotar un
autoritarismo que comienza a ser ya en algunos
países larva de fascismo. Situaciones como las que
se empiezan a observar nos hacen recordar el fin
a manos del nazismo en el año 1933 del Comité
Científico Humanitario fundado por Magnus
Hirschfeld, al que pertenecieron, entre otros,
Einstein y Mann; dicho comité consiguió la dero-
gación del artículo 175 del código penal alemán,
que castigaba «el comportamiento sexual entre
hombres».
El recorte de las mermadas libertades conti-
núa su avance y en él se observa cómo los sectores
sociales más reaccionarios actúan de forma conti-
nuada sobre el terreno de lo privado, configurando
las normas y comportamientos que deben ser pau-
ta común, desplegando sus energías más allá de
164
sus meros intereses econömicos, para convertir
su dominaciön en reglas interiorizadas por los
individuos.
Llegado a este punto, sería de interés com-
prender lo que se ha hecho desde la acción y el
pensamiento progresista. Y la primera insuficien-
cia manifiesta se sitúa en la renuncia que desde el
múltiple terreno de la acción política han venido
desarrollando, con contadas excepciones, las fuer-
zas de izquierda y los sectores a ellas ligados. En el
terreno de la práctica, la izquierda ha venido traba-
jando desde una perspectiva que, en un gran tra-
zo, podría resumirse como la exclusiva búsqueda
de la liberación en el terreno económico. Ha des-
conocido en la vida de todos los días laimportancia
del trabajo en el campo de las ideas, la necesidad de
marcar su acción en todos los niveles en que estas
se establecen, evitando con ello la posibilidad de
avanzar en la construcción de un pensamiento
de izquierda capaz de ejercer una labor más glo-
balizadora y permitir, por tanto, definir de forma
precisa el sentido profundo de la transformación
de la realidad en que vivimos.
Las nuevas luces que surgen delos movimien-
tos nacidos tras y durante el 68 (ecologismo, pa-
cifismo, feminismo, frentes de liberación sexual)
se presentan como una cuestión marginal y como
elementos que poco tienen que ver con el tradi-
cional discurso sobre la libertad que ha venido
realizando la izquierda (algo así como «los bordes
de la lucha de clases»). Sus tímidos apoyos y sus
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miedos eternos impiden afrontar con suficiente
capacidad la necesidad, hoy ya inaplazable, de en-
frentarse resueltamente en el campo de las ideas,
de hacer política sobre lo público y lo privado, de
reconocer que ambas cosas son material único si
es que estamos hablando de emancipación.
El poder, desde su negra orilla, ha venido de
forma habitual perfeccionando su actuación en el
campo ideológico. Ha comprendido sobre qué ba-
ses ha de asentar su dominación y vigila sus bolsas
y nuestra cama, sus multinacionales y los compor-
tamientos que deben ser comunes a las relaciones
que se establecen entre los hombres y mujeres
de a pie.
Está claro que lo que se nos viene encima no es
una serpiente de verano. También es evidente que
la debilidad del discurso emancipatorio comienza
a cobrarse presas en amplios sectores de jóvenes
que objetivamente deberían estar situados en el
lado de la tolerancia. ¿Dónde están, pues, nuestras
respuestas? ¿Cómo hacer frente a este Estado que
parlotea y vigila hasta nuestra mesita de noche?
De forma urgente hay que pensar que la salida
vendrá en gran medida dada por la atención que
se ponga sobre aquellos movimientos que, de una
u otra forma, con sus logros y equivocaciones,
hablan públicamente de lo privado. Como tam-
bién se hace necesario huir de la parcialización
exclusiva de los nuevos movimientos para ir avan-
zando en su progresiva confluencia, rompiendo
la dinámica, a veces excesivamente estrategista,
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de conquistar lo absoluto desde cada parcela e ir
haciendo la ösmosis posible en el grado actual de
su desarrollo. Pero no sölo lo nuevo; las energias
que se deben liberar han de llegar también del
acercamiento necesario entre esa vertiente que
acciona su esfuerzo por transformar nuestras con-
diciones materiales de vida y aquellas otras que
hablan y actúan sobre los términos en que se des-
envuelve la vida entre nosotros mismos y entre el
poder y sus vasallos.
¿Estaré pidiendo el paraíso? Puede. Vale la
pena recordar, entonces, la anécdota que contaba
Isherwood del poeta y socialista ético inglés Car-
penter: «Un día recibió en su casa una especie de
religioso que narró un discurso sobre el infierno,
tipo “¿no se preocupa de su alma?” y “¿no desea ir
al cielo?”. Elamante de Carpenter dijo: “Escuche.
Estamos en el cielo aquí mismo”».
Para tenerlo siempre es preciso buscar el ful-
gor de la hora vengativa.
Publicado en la revista Olvidos de Granada, n.° 14, 1986.
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Este libro se publica con motivo de la exposición
Miguel Benlloch. Cuerpo conjugado
CentroCentro, Madrid
14 de junio - 6 de octubre de 2019
Edita: CentroCentro
Edición a cargo de: Mar Villaespesa y Joaquín Vázquez
(BNV Producciones)
Diseño: Hermanos Berenguer
Impresión: Palermo Artes Gráficas
Imágenes: 54 géneros, 2008
O de la presente edición, CentroCentro, 2019
O de los textos, Archivo Miguel Benlloch
O de las imágenes, Mauri Campaña
Licencia de Creative Commons
Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada
CC BY-NC-ND
ISBN: 978-84-120220-7-0
DL: M-18216-2019
E | CENTROYLNID
MIGUEL BENLLOCH MARIN
Performancero, poeta, activista politico y cultural.
En las décadas de 1970 y 1980 milita en el Movi-
miento Comunista e impulsa la creación del Frente
de Liberación Homosexual de Andalucía (FLHA) y
los movimientos anti-OTAN. En 1983 funda, junto a
Juan Antonio Peinado y Marino Martín, la sala Planta
Baja en Granada. De 1986 a 1994 forma parte del
grupo CUTRE CHOU participando en sus espectá-
culos de cabaret puntuales. Es miembro fundador
de BNV producciones en 1988. De 2001 a 2015
coordina y produce el programa UNIA arteypen-
samiento de la Universidad Internacional de Anda-
lucía. En 2006 impulsa la creación de la Plataforma
de Reflexión sobre Políticas Culturales (PRPC),
Sevilla.
Sus performances se han presentado, entre otros
espacios, en The Kitchen, Nueva York; Arteleku,
Donostia-San Sebastián; Centro Andaluz de Arte
Contemporáneo, Sevilla; Museu D'Art Contempo-
rani de Barcelona; Museu Picasso, Barcelona; Ex
Teresa, Ciudad de México; Virgen de los Deseos
(La casa de Mujeres Creando), La Paz; Tabakalera,
Donostia-San Sebastián; Centro de Creación Con-
temporánea de Andalucía, Córdoba; Sala Atin Aya,
ICAS, Sevilla; CentroCentro, Madrid.
Una selección de sus textos y obras visuales se re-
coge en la publicación Miguel Benlloch. Acaeció en
Granada, Ciengramos, TRN-Laboratorio transfronte-
rizo, Granada, 2013; y una antología de sus poemas
en Miguel Benlloch. Cuerpo conjugado, colección
JuanCaballos de poesía, editorial Fundación Huerta
de san Antonio, Úbeda, 2018.
(LOJA 1954-SEVILLA 2018)